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Manifiesto del Barón de Eroles

Lugar:Cuartel General de Urgel. Fecha: 15 de agosto de 1822. Autor:El barón de Eroles.


 

Catalanes:

Tiempo había que lloraba en secreto vues­tras desgracias sin atreverme a tomar parte en ellas por temor a agravarlas; mas, viéndoos con las armas en la mano, resueltos a conservar intacta la religión, las cos­tumbres de vuestros mayores y la inviolabilidad del mo­narca, ¿ cómo es posible que yo permanezca frío espec­tador en esta contienda? No, catalanes; vuestro bien­estar ha sido siempre el primer anhelo de mi corazón, y en vuestros votos, mi felicidad y mi gloria. Contando con vuestra fidelidad y decisión, jamás vaciló mi ánimo en los mayores peligros, y fiados vosotros en mi celo y lealtad, jamás desesperásteis de la salvación de la Pa­tria. No se trata ahora de riesgos como aquellos ni de lidiar contra un poder colosal. Provincias enteras sos­tienen vuestra causa; otras se preparan para el alza­miento, y aun en aquellas en que los constitucionales más confían hay, sin comparación, más número de votos a nuestro favor que en el suyo. El ejército, cuyo exter­minio, por más que le debiesen, entraba en el número de sus decretos, que temiendo la reacción de su aluci­namiento había procurado aniquilarlo de mil maneras, re­duciéndolo a un estado puramente nominal, relajando la disciplina y la subordinación para mejor asegurar su caída. ¿ Cómo, reflexionando en su abatimiento, pueden ser del partido de los que han obrado su ruina? ¿ Ni cómo constituirse el defensor de quien lo desdora y lo destruye? No; el Ejército español, oyendo la voz de la razón y de la Patria, que no desconoció jamás, entrará en sus verdaderos intereses, abandonando a los que, guiados de una loca ambición, los han disuadido de sus primeros deberes. La guardia real de Infantería, los carabineros reales, regimientos enteros de milicias provinciales, han comenzado a dar el ejemplo, y todos los que se precian de españoles lo seguirán, quedando sólo en las filas enemigas la chusma de los comuneros y de los detestables anarquistas. Quédense enhorabuena con los compañeros de sus tenebrosos conciliábulos entonando canciones ínfamantes y licenciosas, que éste es el medio de purgar de una vez nuestro suelo de monstruos tan inmundos.

Muchos lo han seguido de buena fe, ,porque, contemplando el estado decadente de la nación, creyendo que se levantaría de su letargo, deslumbrados por los mágicos nombres de la libertad, justicia, ley y constitución, y con las falaces ofertas que aquéllos nos hacían. Sin omitir medios de alucinarnos, ellos nos ofrecieron todo lo que podía excitar el anhelo de un pueblo sencillo, pero ya hemos conocido que el arte de engañar a los hombres no es el arte de hacernos felices.

Ellos nos han ofrecido la felicidad en falsas teorías que sólo nos han traído la desunión y la miseria; han proclamado la libertad con palabras, ejerciendo la tiranía con los hechos; han asegurado que respetarían la propiedad a todos los españoles, y no hemos visto más que usurpaciones y despojos; han ofrecido respeto a las leyes, y han sido los primeros en violarlas después de establecidas; han declarado inviolable la persona del rey, y han permitido y tal vez provocado que lo apedreasen y llenasen de insultos; le han concedido entre sus atribuciones la del nombramiento de todos los empleos, y no han querido admitir a hombres contra quienes nada se ha probado; se le ha otorgado la elección libre de ministros bajo una responsabilidad establecida, y, sin exigirla según la ley, han hallado sofismas para arrancársela, declarado de un modo no practicado aún por nación alguna: que había perdido la fuerza moral; finalmente, han ofrecido reiterados derechos a la seguridad individual, y se han visto allanadas las casas de mil ciudadanos virtuosos, arrancados del seno de sus familias para depositarlos en islas y países remotos sin otra averiguación que los alaridos de los comuneros, y hemos visto ensangrentado el martirio y sacrificada la víctima en la mansión sagrada de las leyes.

Todos lo hemos visto por nuestros propios ojos. ¿ Y aún querrán esos impíos escudarse con el nombre de la Constitución, tratarnos de perjuros, siendo ellos los primeros en violarla y engañar a los pueblos con mentidas ofertas de felicidad?. También nosotros queremos Constitución, queremos una ley estable por la que se gobierne el Estado; pero queremos al mismo tiempo que no sirva de pretexto a la licencia ni de apoyo a la maldad; queremos que no sea interpretada maliciosamente, sino respetada y obedecida; queremos, en fin, que no sea amada sin razón ni alabada sin discernimiento. Para formarla no iremos en busca de teorías marcadas con la sangre y el desengaño de cuantos pueblos las han aplicado, sino que recurriremos a los fueros de nuestros mayores, y el pueblo español, congregado como ellos, se dará leyes justas y acomodadas a nuestros tiempos y costumbres bajo la sombra de otro árbol de Guernica.

El nombre español recobrará su antigua virtud y esplendor, y todos viviremos esclavos no de una facción desorganizadora, sí sólo de la ley que establezcamos. El rey, padre de sus pueblos, jurará, como entonces, nuestros fueros, y nosotros le acataremos debidamente.

Catalanes: Todas las autoridades que nos gobiernan, fundándose en el clamor de los pueblos y en el voto general de las provincias, me han nombrado para el mando en ella y su ejército. Esta circunstancia juzgo digna de expresarse porque nadie entienda que, ciego de ambición, trato de promover una guerra civil, sino de sostener y animar una causa justa y reconocida espontáneamente tal por casi todos los catalanes, que han podido manifestar sus sentimientos con libertad, siendo proclamada a la vez en varias provincias de España, a pesar de los graves riesgos que se oponen a su pronunciamiento. Si me veis, pues, estrechamente unido a vuestra Regencia y al frente de vuestras tropas es con la firme resolución de asegurar vuestro triunfo por todos los medios que dictan la justicia, la experiencia y la razón.

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ResueIto a no transigir con nada que se oponga al bien público, conozco que tendré que lidiar con pasiones, con preocupaciones y con hombres que sólo miran las calamidades de su patria como un medio oportuno de saciar su ambición y su codicia. Desde ahora les declaro guerra abierta, cualquiera que sea el disfraz con que se vistan; pero es preciso que todos los hombres de bien se auxilien y sostengan, si no quieren que las armas de la intriga y el egoísmo prevalezcan sobre las impresiones puras y desinteresadas. Campo abierto tiene en diferentes ramos el que quiera dar pábulo a una noble ambición; pero guárdese nadie sin merecerlo y sin desempeñarlo bien de romper el puesto asignado al valor y al mérito. El amor a la patria, a la religión y al Rey no se acredita solicitando empleos, sino mereciéndolos; no se acredita promoviendo el desorden con pretensiones inoportunas, sino auxiliando al orden con voluntad y con obras. El que por primer paso y sin haber contraído todavía mérito solicita un ascenso, da justo lugar a creer que lo que se propone es hacer su fortuna, no es salvar a la patria. ¿Y de qué tratamos, de su salvación, obrando con patriotismo y desinterés, o de su ruina, gravándola con obligaciones insoportables? ¿ Peleamos por la felicidad de los pueblos o por hacer la fortuna de algunos individuos? ¿Se trata de saciar la ambición de frente de esos hombres, o de dejar lugar al mérito y aptitud acreditada de buenos jefes y oficiales, que no han tenido ocasión de unirse a una causa que tienen consagrada con el corazón? ¿Nos enajenaremos de toda esta gente útil y digna de la atención de la patria, para ensalzar exclusivamente a los hasta ahora presentados, o los que han reunido la casualidad?

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Los primeros son amantes de su patria, y no quieren preferencia alguna que ceda en perjuicio de ella, y los segundos, si es que los hay, para nada los queremos, y aun es preferible que vayan a engrosar las filas de nuestros enemigos. Los defensores del trono y del altar se han de distinguir por su moderación y virtud; lo demás sería participar de los mismos vicios que combaten.

El orden, la obediencia y la justicia han de presidir todo. Este es el plan de la Regencia del Reino y el que yo trato de auxiliar con todo mi poder, sin menoscabar en nada los servicios distinguidos de los comandantes de las divisiones que abrieron esta empeñada lid y los valientes que los siguieron. Es preciso conducir al ejército a una organización sólida que augure la existencia y subordinación del soldado, la exactitud de las evoluciones, la precisión de las maniobras, la aptitud para todos los lances que proporcionan los sucesos de la guerra y aquel orden, en fin, tan necesario, sin el que es imposible el manejo de grandes masas.

El pueblo y los soldados, conociendo las infinitas ventajas que les resulta de este arreglo, es menester que obren a .competencia para establecerlo, cumpliendo con celo eficaz las paternales disposiciones del Gobierno. De este modo adquiriremos en breve una actitud imponente y estaremos en disposición de dar la ley a nuestros enemigos, cuando ni al contrario ni es posible separarse del apoyo de las montañas, ni combinar con acierto ninguna grande empresa militar. Recordad lo que fué Cataluña durante la última guerra con Francia: mientras que descuidamos el orden y la disciplina, todo fueron pérdidas y derrotas;pero apenas restablecimos la ordenanza en todo su vigor, un pequeño ejército bastó para recobrar una gran parte de la provincia, conseguir tantos triunfos como combates y llevar aun fuera de ella nuestras armas vencedoras. ¿ Quién será, pues, el insensato que no ceda a la evidencia de estos datos y al ejemplo constante de todas las naciones. Creed, catalanes, que el que os hable en otro sentido os engaña manifiestamente, y así, denunciádmelo para castigarle como traidor a la patria. Catalanes, ella os llama a las armas; pero, sobre todo, al orden, a la obediencia y a la ciega confianza de quien os gobierna.

Con estas virtudes ya os aseguro la victoria, y con vuestro esfuerzo enseñaréis a vuestros enemigos y a las generaciones venideras que el Monarca y la nación no pueden separarse el uno de la otra, sin que esta separación produzca los mayores sacudimientos y quebrantos políticos; que el error, los prestigios y las facciones no tienen más, que un tiempo determinado, durante el cual les es, por desgracia, concedido engañar al pueblo y prevalecer sobre los reyes, pero que, al fin, es también dado a los pueblos y a los reyes el reunirse para su mutua felicidad, y el día en que se consuma esta reunión de familia borrará años enteros de seducciones, de calamidades y de crímenes.

Cuartel General de Urgel, 15 de agosto de 1822.-El barón de Eroles.

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