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Españoles en los paraísos de libertad soviéticos

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE UU por su liberación bajo una pancarta escrita en español.

 

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE UU por su liberación bajo una pancarta escrita en español.

Prisioneros de Mauthausen saludan a la 11ª División Acorazada de los EE UU por su liberación bajo una pancarta escrita en español.

Mientras las tropas Aliadas avanzaban a través de Europa en una serie de ofensivas contra Alemania, empezaron a encontrar prisioneros en los campos de concentración. Las fuerzas americanas conquistaron los principales de Dora-Mittelbau, Flossenbürg, Dachau, Mauthausen y liberaron a más de veinte mil prisioneros solo en Buchenwald. Los británicos capturaron campos en la zona norte de Alemania, incluyendo Neuengamme. En el verano de 1944, las fuerzas soviéticas llegaron a los de Majdanek, Belzec, Sobibor, y Treblinka y en enero de 1945, a Auschwitz. Poco después de la rendición de Alemania, rescataron a los reclusos de Stutthof, Sachsenhausen, y Ravensbrück.

El trato que recibieron los liberados fue muy diferente, según quienes fueran los libertadores; ingleses y americanos respetaron los Convenios de Ginebra que constituyen una serie de normas internacionales para humanizar la guerra. Los rusos, en absoluto; los mandaban directamente al Gulag. Así ocurrió con los españoles que, por una u otra causa, cayeron en su poder.

Al finalizar la guerra civil española, había en la Unión Soviética 891 exiliados republicanos, 2.982 “niños de la guerra” (evacuados durante el conflicto) y 130 educadores; 192 alumnos que habían llegado para realizar un curso de pilotaje, y un número  de marineros, la mayoría gallegos, que formaban parte de la tripulación de los mercantes Cabo San Agustín y Mar Blanco, buques españoles que cubrían la ruta entre los puertos bajo control republicano y los soviéticos. En abril de 1939, nueve de esos barcos fueron incautados por los rusos en Odesa y Feodosia (Mar Negro) y en Murmanks (Mar Báltico).

En los ambientes del exilio en Francia y América se desconocía la presencia de republicanos en el Gulag. Pero en otoño de 1946 llegó a París, procedente de los campos, Francisque Bornet. Este ingeniero francés explicó que en Kazajistán se hallaban internados casi un centenar de republicanos españoles. Contó que habían iniciado una huelga al ver que repatriaban al resto de nacionalidades como finlandeses, italianos, franceses e incluso alemanes, pero no a ellos, pero que de nada sirvió la protesta porque los guardias les reprimieron con dureza, castigándoles a horas extras en las minas de carbón de Ekibastuz, Kazajistán. La noticia causó un impacto formidable entre los expatriados, que de 1947 a 1948 llevaron a cabo una serie de acciones a favor de la liberación de los cautivos, que se conoció como la “campaña de Karagandá”. En consecuencia, los soviéticos evaluaron la posibilidad de liberar a los republicanos y permitirles la salida del país.

La primera medida adoptada por Rusia fue aislar a los desafectos del resto: los pilotos pasaron por diferentes casas de reposo (Kirovabad, Planiernaya, Mónino) y los marineros fueron agrupados en un hotel de Odesa. Los republicanos estaban convencidos, por el destino, los rumores y el trato dispensado, de que era el camino a la libertad. Sin embargo, en la ciudad portuaria se encontraron con una emboscada: las autoridades les concedían el derecho a vivir libremente, pero solo a cambio de que permanecieran “de manera voluntaria” en la URSS. Para ello utilizaron promesas y amenazas, consiguiendo la fragmentación del grupo. Los rusos les presentaron un documento que decía: “Por considerar a la URSS a la vanguardia de la paz y del trabajo, la primera enemiga del franquismo, reinante en España desde 1936, y por no aceptar la posición desviacionista de pilotos y marinos, pido se me conceda la libertad de incorporarme al trabajo, comprometiéndome a luchar siempre por la paz y la democracia soviética”. Del colectivo, 47 firmaron el documento y otros 41 se negaron. Plantearon la posibilidad de reemigrar a Francia o  ̶ tras ser ocupada por los nazis ̶  a países de Hispanoamérica. Esto se frustró debido, tanto a las reticencias de los países sondeados, como por la desidia interesada de los soviéticos. Las autoridades, con el apoyo de los responsables del Partido Comunista de España (PCE)  ̶ estalinistas de estricta observancia ̶  entendían que el hecho de que un republicano quisiera, pese a todo, regresar a España, pero relegar a la URSS en beneficio de Méjico o Francia constituía una “desviación” intolerable. Temían, también, que, ya libres, los internados revelaran en Europa y América lo que sucedía en la URSS, y que con su relato impugnaran la posición central del PCE en el exilio.

Cuando los españoles se percataron de que las dificultades para salir de la URSS se multiplicaban de un día para otro, contactaron con varias embajadas europeas y americanas en Moscú con el fin de obtener permisos y visados. Enojados los comunistas porque los republicanos rechazaran el “paraíso socialista”, cambiaron de actitud. Coincidió, además, con el inicio de La Operación Barbarroja el 22 de junio de 1941 que significó un duro golpe para las desprevenidas fuerzas soviéticas, al sufrir fuertes bajas y perder grandes extensiones de territorio en poco tiempo. A partir de ese momento, todo extranjero era por definición un enemigo potencial, un hipotético quintacolumnista, y, por ello, con más motivo, considerado sospechoso. El 27 resultaron detenidos en Odesa 45 marinos; un día después, 25 pilotos y un maestro, el doctor Juan Bote García, cuya petición para los niños de menos marxismo y más matemáticas”, le costó, de 13 a 15 años en el gulag de Karagandá, sin haber sido juzgado.

Poca diferencia había entre los campos de concentración nazis y los comunistas.

Poca diferencia había entre los campos de concentración nazis y los comunistas.

Unos y otros, por separado, recorrieron cárceles y campos de trabajo en Siberia, cerca del Círculo Polar Ártico. Fueron los primeros prisioneros españoles convertidos en zek o reclusos, es decir, alguien desposeído de derechos, en la “ratonera del Gulag”[1], esas latitudes donde, en palabras de Shálamov[2], los “pájaros no cantan” y “las flores no tienen olor”.

Días después del arresto, iniciaron los españoles la ruta de la deportación hacia esos campos en los “vagones Stolypin”[3] en condiciones deplorables: viajes sin fin, hambre y sed, amontonados como animales. Los marineros fueron llevados a Moscú; luego recorrieron las cárceles y campos de Gorki, Petropavlovsk, Novosibirsk, Krasnoiarsk, y más tarde conducidos por el río Yeniséi a trabajar en una carretera que unía las ciudades de Norilsk y Dudinka, en el Círculo Polar Ártico. Territorio de barrizales, ciénagas, temperaturas gélidas: hasta 65 grados bajo cero. En Norilsk, el aire huele y sabe a azufre, la nieve adquiere tonos amarillentos o negruzcos y la esperanza media de vida de los obreros es diez años menor que en el resto de Rusia. Los pocos árboles que se ven en un radio de 50 kilómetros están aniquilados. Aquí, por “los duros trabajos, la falta de ropa adecuada, enfermedades como el escorbuto, la disentería y el tifus; y la agotadora jornada laboral“[4], perecieron ocho marinos en menos de dos meses, entre ellos los gallegos José Plata Loira y Rosendo Martínez Ermo.

Con la invasión alemana a la URSS, la España Nacional envió la División Azul compuesta por unos 60.000 hombres (la mayoría voluntarios de Falange), contra el bolchevismo. Entre ellos se encontraban un determinado número que los rusos llamaron “desertores planificados”. Eran comunistas que, ante el temor de ser represaliados por el gobierno de Franco al final de la Guerra Civil, aprovecharon el enganche en esta milicia para, mediante la deserción, llegar a territorio soviético. Lo consiguieron 75 hombres. El premio a su fidelidad ideológica les resultó desconcertante: fueron trasladados a campos de trabajo, aunque tenían un régimen menos severo ya que se beneficiaron de cargos subalternos. Otro grupo de españoles fueron los 44 republicanos detenidos por los rusos en la embajada española de Berlín de los cuales los comunistas no se fiaban sospechando que podían ser espías. Un último grupo, de menor entidad, fue el de comunistas españoles descontentos con Iósif Stalin que intentaron escapar por su cuenta, ocultos hasta en maletas de dos diplomáticos argentinos, como José Tuñón Albertos y Pedro Cepeda Sánchez.

En 1942 la mayor parte de españoles fueron reunidos en Kazajistán, en los alrededores de Karagandá, un paisaje estepario. A partir de 1943, se unieron los supervivientes de la División Azul que habiendo participado en las grandes batallas de la “Reducción de la Bolsa de Uman”,el sitio de Leningrado”, Jarkov, la “Acción del lago Ilmen”, las “batallas de Kolpino, Krasny Bor y Berlín”, fueron capturados por el Ejército Rojo. De los primeros españoles apresados en Krasny Bor, fallecieron 94 en los primeros días por culpa de auténticas marchas de la muerte por 25 kilómetros de nieve, maltratos y desnutrición. Los supervivientes, unos 464, fueron internados en los campos de trabajo de Borovichí, Makarino, Norilsk y en otros centros de Kazajistán. En territorio kazajo estuvieron seis años, conocieron los campos de Karabás (dominados por los urkas, bandidos profesionales), Spassk, Verkutá y sobre todo Kok-Usek. Allí estuvieron Antonio Leira Carpente y José García García, combatientes republicanos que acabaron en este campo como apestados en la patria del proletariado.

Unos y otros, republicanos y divisionarios, fueron castigados a trabajos forzados, incluyendo, en contra de las normas establecidas, los oficiales militares. Y, para contradecir la división que propugna la malhadada Ley de Memoria Histórica, la situación en los campos sirvió para reafirmar las relaciones entre antiguos republicanos y prisioneros de la División Azul. Los españoles, unidos en el infortunio común, se olvidaron de sus respectivas ideologías; los sufrimientos les volvieron, a aquellos que no lo eran ya, anticomunistas. Se afianzaron los vínculos ligados en una empatía por la nostalgia de la tierra y la familia y por un anticomunismo visceral, coincidiendo todos en una pasión exacerbada por la distancia, “unidos en un mismo amor a la Patria lejana y enfrentado con una misma tiranía”, según escribió Ángel Ruiz Ayúcar, historiador, guardia civil y divisionario. Se afirmaban, por encima de todo, sólo españoles. Coincidían todos en un sentimiento que ya definió muy bien Catalina de Erauso, “la Monja Alférez”, en su contestación a un Cardenal: “A mí me parece, Señor, que no tengo otra cosa buena sino ser español”.Una de las lecciones aprendidas por parte de todos los españoles represaliados por el comunismo en la URSS, es que los viejos enemigos, tanto republicanos como nacionales, tuvieron que aplicarse a convivir y a luchar juntos contra las adversidades. Sin duda alguna puede decirse que en los gulags empezó la reconciliación de las ”dos Españas”; lástima que en la Ley de Memoria Histórica el dictador (en cuanto que la dictó), también ignorara esta cuestión.

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Los campos de concentración funcionaban según una lógica utilitaria: los hombres eran transformados en unidades de trabajo. En el proceso acelerado de industrialización, el Gulag procuraba mano de obra esclava y, por tanto, un aumento de la producción. Los horarios fluctuaron entre las catorce horas durante la guerra y las ocho desde finales de los cuarenta. Los domingos se descansaba: teatro, bailes (en los campos mixtos[5]), y sobre todo fútbol. La sopa de todos los días (un revoltijo de col, remolacha y zanahoria), un terrón de azúcar y arenques completaban la dieta alimenticia. Otros suplementos fuera de carta: raíces, pájaros y sus huevos, gusanos….  El pan era la medida del Gulag: 100 gramos para los castigados, 300 para los enfermos, 600 para quienes cumplían el cupo y 900 para los estajanovistas[6], que perseguían un rendimiento superior. El estajanovismo fue muy practicado en el campo de Ekibastuz, en Kazajistán, donde se explotaba la mina de carbón en una de las regiones con más perspectivas de este mineral a cielo abierto en el mundo. Otro campo muy temido por las graves enfermedades que contraían, era el de Semipalatinsk[7], el mayor laboratorio de ensayos de armamento nuclear durante la era soviética. El 12 de agosto de 1953, todavía con españoles allí confinados, se produjo una gran explosión que originó un enorme cráter y una fuerte contaminación radiactiva que se vería agravada por la que producía la posterior utilización del cráter para experimentar con bombas en tierra. Pese a todo, gracias principalmente a su juventud, la tasa de mortalidad de los españoles del Gulag se mantuvo baja en comparación con la de los prisioneros rusos y de otras nacionalidades. Los que morían, (nueve perdieron la vida, incluida Petra Díaz, esposa de uno de los marineros), tenían derecho a que les ataran una tablilla con su nombre a uno de los pies; luego los enterraban, casi siempre, en una fosa común.

Capitán Palacios Cueto

Capitán Palacios Cueto

Los españoles se comportaron ejemplarmente, pero quizás cabe destacar la personalidad de un cautivo, don Teodoro Palacios Cueto,[8] prisionero en los campos de concentración de Cheropoviets, Moscú, Cherbacof, Vorochilogrado y otros. Fue condenado en celdas de castigo al insubordinarse en Kolpino (por negarse a declarar desnudo, pues aquello atentaba contra su dignidad militar); en Suzdal (por oponerse a realizar trabajos agrícolas, ante un piquete de soldados con armas cortas y perros policías, porque ello violaba la Convención de Ginebra sobre Prisioneros de Guerra); en Orenque (por acudir en defensa de unos republicanos españoles secuestrados por los rusos en una barraca); en Potma (por defender al teniente Altura, que había sido agredido por un centinela); en Jarkov (por la misma razón que en Suzdal)); en el número 1 de Borovichí (por encerrarse voluntariamente en solidaridad con un alférez a quién habían maltratado); en Rewda (por escribir al Gobierno soviético dos cartas replicando a un discurso del poderoso Vichinsky (viceministro de Relaciones Exteriores bajo Molotov desde 1940 y ministro de Asuntos Exteriores soviético, de 1943 a 1953) . Posteriormente, le envió otras dos cartas más, denunciando la situación en que se encontraban.

Estuvo también condenado a muerte, bajo las acusaciones de agitador político y saboteador. En esta ocasión, dirige su propia defensa y la de 3 camaradas durante más de 5 horas delante del Tribunal Militar que lo acusaba y condenaba. Protagonizó 3 huelgas de hambre. Preocupado por el estado anímico de sus compañeros de cautiverio, al parecer, organizó una especie de escuela en la que enseñaba retazos de la Historia de España que él mismo había escrito y el aprendizaje de idiomas por el intercambio con prisioneros de diferentes nacionalidades y, algo esencial, un servicio de ayuda alimentaria para los prisioneros enfermos y más débiles. De los sufrimientos pasados da idea al comparar la imagen anterior, de principio de su cautiverio, con la que presentaba, al ser liberado.

Puede leer:  Todo listo para la repatriación de los héroes de la División Azul

A sus órdenes en la batalla de Krasny Bor y después en alguno de los campos citados, estuvo Ángel Salamanca Salamanca al que se le concedió medalla militar individual por sus heroicas acciones; Francisco Rosaleny Jimenez (MMI-68)[9] que luchó en el subsector de Ishora, y fue capturado herido. De su humanidad en los campos dejó confirmación años después, el Teniente Coronel alemán Alfred Genz, medalla de hierro: “Cuando me encontraba prisionero en un campo de concentración ruso y estaba castigado en una celda sin comida, ninguno de mis compañeros alemanes me ayudó, pero un oficial español llamado Rosaleny me trajo comida varias veces a pesar de que el gesto podía costarle la vida”. El Alférez José del Castillo Montoto (MMI-1968) tuvo ocasión de portarse con Rosaleny con el mismo compañerismo humanitario y generoso, al ayudarle con su dedicación y trabajo a superar una grave pleuresía contraída en Jarkov.

Cuando estos poco recordados héroes fueron increpados en los terribles interrogatorios en chekas y gulags, contestaban: “¿Religión?- Católica, apostólica, romana. -¿Partido político?- Falange Española Tradicionalista. -¿Motivo de su incorporación a Rusia?- Luchar contra el comunismo”. Quizás esta actitud de saber defender valientemente sus ideales, dio lugar a la anécdota que, tras largos años de guardar silencio sobre lo que allí sufrió, orgulloso, afirmaba Juan Montaña: “Los españoles estábamos muy bien vistos, éramos muy duros, recuerdo que cuando nos cambiaban de campo de concentración los prisioneros nos saludaban con admiración”.

A comienzos de los años cincuenta, la existencia de los campos se habían convertido en deficitarios. La URSS se planteaba qué hacer con los prisioneros. Franco directamente y el almirante Luis Carrero Blanco aceleraron los trámites para sacarles de allí, concediendo la amnistía a todos los republicanos de los campos si regresaban a la Patria, pero no se consiguió la repatriación hasta la muerte de Stalin en 1953 y la caída con posterior ejecución del líder del NKVD, Lavrenti Beria. La nueva etapa de aperturismo soviético permitió la amnistía a todos los presos en la URSS y la disolución de los gulags. Ante la ausencia de relaciones diplomáticas entre España y la URSS, los rusos decidieron que se hiciera cargo de la repatriación (aunque fue costeada por el franquismo) la Cruz Roja francesa. Grecia cedió el buque Semíramis que transportó hasta Barcelona el 2 de abril de 1954, a algunos supervivientes del cautiverio estalinista.

Entre los 286 españoles a bordo había 38 republicanos: 12 pilotos, 19 marinos, 3 “berlineses” (los defensores de Berlín) y 4 “niños de la guerra”. Según fuentes periodísticas de aquella época, un millón de barceloneses y españoles venidos de toda España recibieron y aclamaron a los cautivos. “El Gobierno no establece diferencia alguna entre los miembros de la División Azul y los demás españoles que con ellos vuelven, después de haber luchado en campo contrario. Sean bienvenidos todos ellos”, declaró el ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes (primer jefe de la División), a la revista alemana Der Spiegel.

Según Xavier Moreno[10] en años posteriores llegaron todavía antiguos prisioneros, un hecho prácticamente desapercibido para la gran mayoría, porque la prensa apenas se hizo eco de la noticia. Lo hicieron en siete expediciones en distintas fechas. La 1ª  y 2ª llegan a Valencia en septiembre y octubre de 1956 con 523 y 461 repatriados, respectivamente. La 3ª y 4ª arriban a Castellón en noviembre y diciembre de 1956 con 409 y 418 repatriados. Entre esos 418 de la 4ª expedición se supone se encontraba un voluntario de la División Azul hecho prisionero por los rusos en Berlín, que podría ser Federico Wailke Oriol. Las expediciones 5ª y 6ª llegarían en enero y mayo de 1957. La séptima a bordo del Ordzhonikidze desembarcó en Almería. En estos navíos 2.774 españoles más, la mayoría republicanos, volvieron, por las gestiones de Franco, a España.[11] De los 4.970 españoles en los gulags (4.506 republicanos y 464 nacionales), unos 300 perdieron la vida, entre ellos, José Plata Loira, en el campo de Norilsk, Manuel Dopico Fernández en el campo de Karagandá y José Diz Rivas y Ricardo Pérez Fernández en el campo de Odesa. Del frente de Kolpino regresaron José García Eugenio, José Manuel Ferreiro, Juanín Gullón Antonio, Vicente Román Constante, Domingo Pérez Elisio y Graña Rebociño; Leopoldo Canitro José, Federico Dobal y Vicente Román Constantedel de Krasny Bor; todos estuvieron, después de cogidos prisioneros, en el campo nº 99 de Spassk de Kazajistán[12].

El desconocimiento sobre la actuación de Stalin y sus secuaces, que fueron unos consumados maestros del disimulo, permitió que hasta después de comenzada la guerra fría, existieran pocas informaciones fiables sobre la URSS. Todavía no se conoce bien el asunto de los campos de trabajo y hasta el 2010 Rusia se empecinó en negar su existencia. Ese año reconoció la masacre de Katyn como un crimen del régimen de Stalin y no de los nazis como habían estado asegurando reiteradamente. La izquierda se mostraba comprensiva con el estalinismo, especialmente todos los intelectuales europeos de prestigio. Los crímenes del comunismo no interesaban a Europa, hasta que se conocieron las obras de Solzhenitsyn y Shalámov en las que cuentan las terribles experiencias en los campos; aun así, sin argumentos para negarlos, los comunistas españoles, recalcitrantes en sus ideas, parecen disfrutar de bula en muchas de sus refutaciones, dichos, y actuaciones a contra corriente de la verdad histórica.

Los supervivientes del Gulag que retornaron en las repatriaciones masivas de españoles durante la segunda mitad de los años cincuenta, unos y otros, víctimas del estalinismo, se adaptaron sin problema a la España de Franco. Aunque tal vez, después de tantos años entre alambradas en el paraíso soviético, su único propósito era olvidarse de casi todo y vivir el resto de su vida con la tranquilidad y paz de la que nunca disfrutaron.

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[1] En referencia a la obra “Archipiélago Gulag” en la que el escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn (1818- 2008), analiza una serie de campos diseminados por Siberia y otras partes con duras condiciones climatológicas, el sistema de prisiones soviético, el terrorismo y la actuación de la policía secreta. Habla con conocimiento de causa puesto que los padeció largamente. Cautivo en la Lubianka, fue condenado a ocho años de trabajos forzados por opiniones antiestalinistas que había escrito a un amigo. Sus experiencias como enfermo de cáncer  en la cárcel le sirvió de material para su novela “Pabellón de cáncer”. Cumplido los ocho años de condena, Stalin había muerto  pero él aún tenía que cumplir el destierro «a perpetuidad». Liberado y rehabilitado en 1956, a Solzhenitsyn se le permitió vivir en Vladimir y Riazán, dando clases de matemáticas y escribiendo sobre sus experiencias en la cárcel. Jruschov, dio su venia para que publicara el relato que denuncia la vida de los condenados en el Gulag, Un día en la vida de Iván Denísovich, pero, al convertirse en un éxito, provocó un debate sobre el estalinismo más grande de lo tolerable, de forma que dos años después se impidió que obtuviera el Premio Lenin y fue prohibido.  Se pasó los últimos años sesenta en un forcejeo constante para poner a salvo del KGB  sus archivos y manuscritos. En 1969 fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos por denunciar que la censura oficial le había prohibido varios trabajos. No pudo recoger el Premio Nobel de Literatura de1970  por temor a que las autoridades soviéticas no le permitieran regresar pero consiguió terminar y publicar en París, el Archipiélago Gulag. Una copia del manuscrito fue confiscada por la KGB en la URSS y su portadora, Elizaveta Voronyánskaya, secretaria del escritor, se ahorcó tras haber sido torturada. “Con el corazón oprimido —explicó el autor en la primera página—, durante años me abstuve de publicar este libro, ya terminado. El deber para los que aún vivían podía más que el deber para con los muertos. Pero ahora, cuando pese a todo, ha caído en manos de la Seguridad del Estado, no me queda más remedio que publicarlo inmediatamente”. Fue detenido y acusado de traición el 12 de febrero de 1974 y al día siguiente se le deportó a Francfort del Meno en la República Federal de Alemania privado de la ciudadanía soviética. Pudo exiliarse a EE UU y  en 1994 recuperar oficialmente la ciudadanía rusa.

[2] Varlam Tíjonovich Shalámov (1907–1982) fue un escritor, periodista y poeta ruso, superviviente del gulag. En enero de 1929 fue arrestado bajo la acusación de difundir la Carta al Congreso del Partido, (documento de 1922 considerado el testamento político de Lenin, que criticaba las inclinaciones autoritarias de Stalin)  Condenado a tres años de trabajos forzados, los cumplió en Krasnovishersk, al norte de los Urales. En 1931 fue liberado. Al comenzar la Gran Purga el 12 de enero de 1937, fue arrestado de nuevo por “actividades trotskistas contrarrevolucionarias ” y condenado a cinco años de trabajos forzados en Kolymá, lugar conocido como “la tierra de la muerte blanca”. En 1943 recibió una nueva condena, esta vez de diez años por haber declarado que el escritor Iván Bunin era un autor ruso clásico. Soportó unas condiciones de vida durísimas, trabajando en minas de oro y de carbón, y como resultado contrajo el tifus. En 1946, cuando había sido desahuciado y se daba por cierta su muerte, le salvó la vida un médico recluso, A.I. Pantyujov, quien arriesgó su vida para conseguirle un puesto como ayudante en el hospital del campo. Esta nueva situación permitió a Shalámov sobrevivir y dedicarse a escribir poesía. Los Relatos de Kolymá se publicaron finalmente en la Unión Soviética en 1987, durante la época de apertura de Miguel Gorbachov.

[3] Piotr Arkádievich Stolypin: (1852 –1911). Primer ministro y ministro del Interior del zar Nicolás II de Rusia. Opuesto a cualquier reforma política que pusiera en peligro a la autocracia zarista, pero deseoso por la modernización de su país, emprendió una reforma en la agricultura en 1906 y liberalizó la compra-venta de propiedades agrarias. Su objetivo era crear una clase de campesinos propietarios que se opondrían a las  ideas revolucionarias, al tiempo que perseguía  toda oposición. El medio año en que intensificó su política represiva se conoce como época de la reacción stolypiniana, y durante él se aplicó en gran escala la pena de muerte para aplastar el movimiento revolucionario, de forma que miles de personas fueron ajusticiadas durante su mandato. De hecho, se popularizaron conceptos como “la corbata de Stolypin” y  “vagones  de Stolypin” para referirse a la soga de la ejecución y a los vagones de tren que llevaron a cuarenta y cinco mil agitadores a Siberia.

[4] Luiza Iordache, historiadora rumana ha dedicado los últimos años de su vida a investigar este episodio de la historia. Próximamente, publicará un libro en el que presentará el listado completo de 350 republicanos españoles en los gulags de Karagandá.                                                

[5] Entre tanta devastación, sin embargo, se produjo un episodio esperanzador en estos campos: diez españoles fueron padres en Kok-Usek, Kazajistán. Las compañeras eran, por lo general, judías austríacas deportadas.

[6] El estajanovismo fue un movimiento obrero socialista que nació en la antigua Unión Soviética por Alekséi Stajánov, quien propugnaba el aumento de la productividad laboral, basado en la propia iniciativa de los trabajadores. El movimiento estajanovista comenzó en 1935 anunciado como una nueva etapa en la idea de la competencia socialista. El 31 de agosto de 1935, Stajánov era minero en un pozo de carbón en Donetsk y logró en ese día arrancar 102 toneladas de carbón, superando por 14 veces los estándares de extracción.. El 1 de febrero de 1936, Nikita Izótov sacó 607 toneladas de carbón en un solo turno. Debido a estos hechos, se inició un movimiento obrero para la elevación del rendimiento de producción de trabajo, y se comenzó a aplicar en todas las ramas de la industria dentro de la Unión Soviética. El éxito de este movimiento fue tal, que en noviembre de 1935, se realizó la primera conferencia estajanovista en el Kremlin, que fue muy elogiada por Stalin.

[7] Semipalátinsk en el noreste de Kazajistán, fue la principal instalación de pruebas nucleares de la antigua Unión Soviética. En 1949 realizó su primer ensayo nuclear en estas instalaciones.

[8] Concedida el 17 de noviembre de 1944, fue la única de las Cruces Laureadas de San Fernando otorgadas a miembros de la  División Azul que no lo fue a Título Póstumo.

[9] MMI: Medalla militar individual concedida en el año 1968.Segunda condecoración militar en importancia tras la Cruz Laureada de San Fernando.

[10] Xavier Moreno Juliá, autor del libro «La División Azul. Sangre española en Rusia, 1941-1945»

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[11] En la prensa de la época figuran las listas completas de los repatriados.

[12]El presidente de Kazajistán, Nursultan Nazarbayed, obsequió al presidente del Gobierno Mariano Rajoy en su visita de septiembre de 2013, con dos libros azules que contenían los expedientes de los 152 españoles (divisionarios y republicanos) que fueron deportados a Siberia en los años 40 e internados en campos de concentración situados en lo que hoy es Kazajistán. De los 152 españoles, catorce murieron en Kazajistán, y los otros regresaron a España en los años 50 y 60.

 

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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