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Carlismo

¿Qué es el carlismo?- EL PROBLEMA DEL CARLISMO

EL PROBLEMA DEL CARLISMO

  1. LO QUE NO ES CARLISMO.
  1. La leyenda negra.

 

Es regla general, que repite el curso de la historia, el que ésta la escriben a su gusto los vencedores. La malhadada leyenda negra que ensombrece los perfiles de las magnas gestas hispánicas, sea en la hazaña de la civilización de las Indias, sea en la figura política de Felipe II, arranca de ahí. Tal historia fue redactada por los vencedores europeos para baldón intencionado de nosotros, los vencidos españoles. Lo mismo le ocurre al Carlismo.

 

El Carlismo, vencido reiteradamente a lo largo del siglo XIX, proscrito y perseguido, carga con las afrentas fáciles de sus enemigos vencedores. Por eso no es extraño que el Carlismo sea tenido por muchos —a fuerza de poderosas propagandas— como muchas cosas, ninguna de las cuales es.

  1. Los aguerridos salvajes.

 

El Carlismo no es una partida de aguerridos sa1vajes, enriscados en las breñas del Maestrazgo o de los Pirineos, hostiles a toda señal de civilización. No es una banda de hombres incultos, despiadados, crueles, brutales, con madera de asesinos “patrióticos”.

  1. Los tontos inútiles.

 

El Carlismo no es un puñado de gentes de buena fe, sencillas hasta la tontería, que cada dos generaciones salen de sus casas —donde moraban arrinconados y encelados— para aportar la carne de cañón con que salvar los valores esenciales que antes habían puesto en peligro astutos “gobernantes” de cuño liberal y medros oportunistas. Los carlistas no son los tontos inútiles que, en una banda del horizonte político, sirven para compensar los excesos de las bandas de signo contrario.

  1. Los quijotes.

 

El Carlismo no es un criadero de caballeros andantes tras imposibles ideales, empeñados en probar la belleza de remotas Dulcineas dinásticas. Los carlistas no son soñadores irreales perdidos en unas fantasías situadas fuera de los tiempos y lugares en que vivimos.

  1. Los ignorantes.

 

El Carlismo no es un empeño de ignorantes hidalgos, romos de ideas, aferrados por todo y en todo a una escueta bandería dinástica, cuyo tesoro de doctrinas se agota en cantar el que “cueste lo que cueste se ha de conseguir, venga el rey Don Carlos, a su corte de Madrid”. Los carlistas no son unas gentes carentes de nociones precisas sobre lo que sea el Estado moderno. No son la encarnación de un “personalismo” devoto, supuesta categoría política de las gentes latinas y, en especial, de los pueblos hispánicos.

  1. Los retrógrados.

 

El Carlismo no es una “arqueología política” —si es que se le concede el ser algo más que un sentimiento dinástico—. No son los carlistas gentes  retrógradas, aferradas a la defensa de sistemas medievales de gobierno, inconciliables con la realidad del siglo XX.

No son los carlistas cegarrutos incapaces de plantearse la problemática de los tiempos presentes, o de hallarle soluciones a las enormes cuestiones de nuestro tiempo; —la entrada de las masas en el escenario de la historia, —la tecnificación del uso del poder, —la organización de la economía del mercado, —la efectividad de la burguesía o del proletariado, —las sucesivas tensiones de los nacionalismos y de los imperialismos, —la urgencia por satisfacer las ansias de justicia social o económica, —las tablas de las libertades modernas, —la representación eficaz de las tendencias diversas en el encarrilamiento de los negocios públicos… —y tantas otras cuestiones que es ocioso enumerar.

  1. Los leones dirigidos por asnos.

 

El Carlismo no es, en fin, un ejército de hombres tan útiles para la guerra como insensatos para la paz. No es el Carlismo un semillero de soldados heroicos, más ineptos para las tareas de gobierno. Los carlistas no son unos guerrilleros de la verdad, que —en las horas tranquilas en que pasó el peligro que ellos ahuyentaron con su sangre— deben ser dados de lado, porque carecen de ideas fecundas, de criterios de gobierno o de equipos de dirigentes aptos para las tareas del mando político y de la administración pública.

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No. El Carlismo no es ninguna de esas cosas.

  1. LO QUE ES REALMENTE EL CARLISMO.
  1. Un movimiento político.

El Car1ismo no son los anteriores clichés. Es otra cosa. Objetivamente considerado, el Carlismo aparece como un movimiento político. Surgió al amparo de una bandera dinástica que se proclamó a sí misma “legitimista”, y que se alzó a la muerte de Femando VII, el año 1833, con bastante eco y arraigo popular, como para sostener tres guerras civiles al correr del siglo XIX, y para participar activa y decisivamente en la cruzada de 1936. Se consolidó con un ideal, el de España, para defender el cual montó un imponente ejército de “Tercios” bien nutridos, aguerridos, y tenaces —y formado siempre por soldados voluntariamente alistados— que murieron a millares por la continuidad histórica de su patria. Y, en fin, se hizo espíritu en un cuerpo de doctrina tradicionalista, tallada por insignes pensadores, internacionalmente conocidos y reconocidos, cuales Antonio APARISI Y GUIJARRO, Enrique GIL ROBLES, Ramón NOCEDAL, Juan VÁZQUEZ DE MELLA, Guillermo ESTRADA, Gabino TEJADO, Félix SARDÁ Y SALVANY, Matías BARRIO Y MIER, etcétera, etcétera.

  1. Las tres bases del Carlismo.

 

El Carlismo reúne, por eso, todos los requisitos que se necesitan doctrinalmente para señalar uno de los más populares, fuertes e intelectuales movimientos políticos que registra la historia contemporánea. Y desde luego, el más neto y definido de la historia española para el mismo plazo temporal. Es, pues, un movimiento difícil de comprender y explicar. Sus múltiples facetas conducen a la confusión con facilidad, si no se distinguen en él esas tres bases cardinales que lo definen. Pues el Carlismo es:

  1. Una bandera dinástica: la de la

 

  1. Una continuidad histórica: la de Las Españas.

 

  1. Y una doctrina jurídico-política: la

 

 

Y es esas tres cosas al mismo tiempo. Quien así no lo entienda, no entenderá nada del Carlismo. Por eso vamos a considerar primero, sucesivamente, los tres aspectos, como prólogo inexcusable para poder exponer—en la segunda parte de este libro— el contenido doctrinal, político y programático del Carlismo, tal y como se muestra a la altura del último tercio del siglo XX.

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