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La decepción del discurso real en Navidad

Felipe de Borbón

Le ví nacer, le ví crecer, me enamoró su bonita sonrisa franca, abierta y, aparentemente inteligente, y creí que los españoles, no republicanos, podíamos esperar mucho de él; por ello mi frustración es enorme. Ya comenzó con su discurso el día de su toma de posesión y digo toma de posesión porque eso era lo que parecía, en una monarquía tan descafeinada que no se puede llamar al acto entronizar ni coronación, evitó cualquier acto que pudiera dar empaque y relieve diferente a lo que pudiera ser un cambio ministerial o una promesa (ya no se jura) de un subsecretario.

Dividiré en varios planos el discurso:

*Respecto al contenido diré que, teniendo en cuenta sus limitaciones como rey constitucional que es y debe seguir siendo, lo que dijo fue correcto aunque excesivamente generalista; quizás pudo haber hecho mención a ciertos aspectos que a muchos españoles entristecen: suelta de asesinos, ninguneo de las víctimas del terrorismo, matanza de inocentes, justicia independiente y justa (aunque esto pueda parecer redundante); introducción de la doctrina islámica….Claro que estos son valores morales y parece que los poderes solo tienen en cuenta a aquellos españolitos que sí son partidarios de obviarlos. La no referencia a estos aspectos nos induce a pensar que implícitamente la más alta Institución del Estado está de acuerdo: no interesan.

*En cuanto a la forma, hay que reconocer que el Rey ha ganado en soltura y dicción. Lee muy bien el autocue, le han enseñado a mirar a la cámara lo que transmite mayor sinceridad a sus palabras y no es un busto parlante, sino que gesticula con mesura y elegancia.

*En relación con la escenografía. En un tiempo en que la televisión es la reina de la comunicación, no se puede colocar al rey como si estuviera en un hotel de tercera clase. Solo encuentro una palabra que lo defina: un horror, porque la alocución la pronunciaba el Rey de España y como tal se dirigía a toda la Nación, en un discurso institucional de Jefe del Estado, de modo que debería haber estado revestida y, diría yo, hasta protegida, por símbolos que así nos transmiten, directa o sutilmente, la importancia del señor que habla.

No se trata de que vaya cubierto con manto de armiño, pero sí con un traje bien planchado y sin calcetines azules con zapatos negros. Tampoco digo que hubiera tapices, muebles, y demás oropeles, sino que, para dar realce a su figura, se hubieran utilizado los muebles de Patrimonio que quizás use en su vida privada. Si de lo que se trata es de presentar al rey, en estos tiempos de crisis, como uno más, que no le extrañe que los demás también pretendan ocupar su puesto. Es necesario que, cuanto antes, sepa encontrar el equilibrio entre la majestad y la humanidad, es decir, saber acercarse con sinceridad al pueblo sin perder el lugar que le ha sido otorgado.

*Respecto a los símbolos

A lo largo del discurso dos representaciones parecían olvidadas: la referencia a la conmemoración que estábamos a punto de celebrar y la bandera nacional. Casi al final y, como de soslayo quizás para no molestar, apareció la preterida imagen de ambos situados en un extremo de la sala.

Es sabido que un rey constitucional somete su discurso a las directrices del gobierno de turno, pero se espera sea libre para actuar dentro de su casa. Es por ello que resulta más triste observar que, lo que se supone un hogar donde viven niñas pequeñas no se ponga un belén, especialmente porque ellos no tienen las limitaciones de muchos papás: espacio, tiempo, dinero… Ni siquiera aparecía el Misterio que colocaban en los discursos de su padre, el cual, al menos, era un objeto bello, representativo y muy bien adornado. Éste de Felipe VI hacía juego con el escenario y parecía soltado en la esquina de una mesa con todo el desamor posible. No se puede tener menos tacto en un discurso de Navidad.

Los “tibios” afirman que, al ser España un estado aconfesional, el rey no puede manifestar ningún signo que demuestre su simpatía por lo que la Iglesia representa, pero esto no es aplicable a la Bandera.

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Entre los símbolos de Estado de ámbito nacional se encuentran, la Bandera, el Escudo y el Himno nacionales, cada uno de los cuales simboliza la soberanía de la Nación y representa la vigencia en España de los valores contenidos en la Constitución. Existe así una fuerte identificación entre la función representativa de los símbolos del Estado y la Jefatura del Estado, que hace que estos símbolos se identifiquen de forma preferente con la persona de S.M. El Rey y con las funciones que la Constitución le encomienda.

Olvida también, al relegarla a una esquina, fuera de ángulo, la Ley 39/1981, de 28 de octubre, por la que se regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas[1]. En su Artículo primero, dice:  La bandera de España simboliza la nación; es signo de la soberanía, independencia, unidad e integridad de la patria y representa los valores superiores expresados en la Constitución, y en el tercero aclara que deberá ondear en el exterior y ocupar el lugar preferente en el interior de todos los edificios y establecimientos de la Administración central, institucional, autonómica, provincial o insular y municipal del Estado; en el décimo añade: Los ultrajes y ofensas a la bandera de España (….) se castigarán conforme a lo dispuesto en las leyes y terminaba: “Mando a los españoles, particulares y autoridades, que guarden y hagan guardar este Ley.

Palacio de la Zarzuela, Madrid a veintiocho de octubre de mil novecientos ochenta y uno.

JUAN CARLOS R.

Irónico y decepcionante, Quien más y mejor debe guardar las leyes las obvia, olvidando que, con todos los respetos, él no está por encima de ellas, sino más bien al contrario. Es cierto que en democracia, un rey no es recambiable como un presidente de república, pero, en el mejor de los casos y por la inexorable ley vital, un rey muere, pero la Nación permanece.

Tristemente, por cuanto frustra tantas esperanzas, este ninguneo de la bandera viene en cuanto que ha sido nombrado rey, al consentir que su esposa (ex mujer del posible candidato de Podemos en Extremadura) rompa la tradición de la Guardia Real retirando las ceremonias de izado y arriado de la misma así como el toque de silencio, “porque la Zarzuela no es una instalación militar sino la residencia oficial de Felipe VI”[2], olvidando, de nuevo la, anteriormente mencionada, Ley.

Puede leer:  Elecciones presidenciales: Colombia debe escoger entre libertad y totalitarismo

En una página web se asegura que “Felipe VI es continuista hasta en las formas”; no lo creo. Los pasos que está dando no permite afirmarlo; al contrario, se deja llevar por la moda laicista y anticlerical que invade exclusivamente, al mundo cristiano y que suele ser muy jaleada y aplaudida. Los islamistas, especialmente los sunitas (iconoclastas radicales), realizan las mayores barbaridades en nombre de su religión y, no se oye ni una sola voz progre, en contra de la misma o a favor de los asesinados. De forma que nuestro rey parece estar abducido por la progresía. Ni juró el cargo sobre la Biblia, como hizo su padre en 1975, ni en su proclamación hubo un crucifijo, ni quiso que con motivo de ese día histórico se celebrara una misa como era costumbre, (dicen que hubo una ceremonia religiosa privada, un día después) y siguiendo la moda impuesta por aquellos, decidió hace poco eliminar la invocación a Dios de las invitaciones oficiales. Don Felipe pidió hace unas semanas que se ponga fin a la tradicional fórmula protocolaria que aparecía entre paréntesis en cada encabezado: “Su Majestad el Rey (que Dios guarde)” o, en algunos casos, simplemente, (q. D. g). Por antiguo que suene, el formalismo estaba en vigor hasta hace tan sólo unas semanas. E incluso en ocasiones ha aparecido reflejado en el Boletín Oficial del Estado.

En su discurso de proclamación, puntualizaba  que cada tiempo tiene sus retos. Y el de la España actual es “avanzar” en la “convivencia política”, “adaptándola” al mundo de hoy. De esta percha colgó el mensaje de regeneración democrática como mejor medicamento para combatir el desafecto con conceptos repetidos, de alguna manera, en el último discurso: Poner al día y actualizar el funcionamiento de nuestra sociedad democrática y conseguir que los ciudadanos recuperen su confianza en las instituciones. Unas instituciones con vigor y vitalidad, que puedan sentir como suyas”.

No estoy muy segura de que la mayoría de los españoles sientan como suyas unas instituciones que cada vez le resultan más ajenas. Lo que parece el discurso es más bien, una nueva concesión a ese grupo que maneja los hilos del mundo como si los seres que lo habitan fueran, fuéramos, simples marionetas. Se explican así los tics y frases hechas como la de “los valores cívicos” o lo de “un tiempo nuevo” que destilan el consabido tufo masoncete, confirmado con la retirada de la referencia a Dios en la invitación organizada en honor de la presidenta de Chile Michelle Bachelet, porque, vinculada como está a la masonería, podría molestarse. Los “palmeros” aplaudieron la acción como símbolo de educación y señorío; podría admitirlo si no fuera porque el comportamiento anterior nos induce a pensar que el hecho de retirar la inveterada fórmula protocolaria no fue tanto por agradar a la presidenta de Chile, como por “marcar distancias con Dios”.


[1] Publicada el 12 de noviembre de ese año en el BOE núm. 271.

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[2] Según Estrella Digital en  alertadigital.com/2014/11/27/

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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