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Opinión

Arderéis como en el 36

 

Ilustrísima Señora…. Discúlpeme pero me cuesta excesivo esfuerzo llamarla así, porque soy de aquellas personas que opinan que los títulos hay que ganárselos en buena lid, es decir, por buenos medios y entiendo que no es el caso por cuanto muchos de los votos que fueron a su grupo, lo hicieron por cierto impulso revanchista y sin ninguna reflexión a lo que, por lo que se ve, ustedes pueden aportar.

Pero no se preocupe, tampoco la llamaré tía, esa palabra tan utilizada en la jerga juvenil y que, seguramente por edad usted empleará abundantemente. No, ni mi edad, ni mi educación me lo permiten. Tengo un problema: lo de doña Rita puede molestarle por parecerle demasiado burgués, lo de señora, por lo que me dicen, no se corresponde con la realidad, lo de señorita parece trasnochado….Realmente me resulta difícil dirigirme a usted y tengo interés en ello para contarle un poco de lo ocurrido en Madrid, en ese 36 que quiere reivindicar, y del que, por su edad, y absoluta falta de conocimientos imparciales le hacen expresarse con ese lema del que tanto alardea.

Vd. debe saber que con la proclamación, el 14 de abril de 1931, de la Segunda República Española (esa que tanto añoran) empezaron a producirse muy graves disturbios. Le mencionaré muy brevemente, solo los relacionados con su frase:

Madrid fue una de las ciudades que más sufrió la oleada de incendios que se desató el 11 de mayo de 1931. Entre los días 10 y 13 de mayo de 1931 se produjo la llamada “quema de conventos” fue una ola de violencia dirigida contra edificios e instituciones de la Iglesia Católica.

Los disturbios comenzaron en Madrid durante la inauguración del Círculo Monárquico Independiente de la, entonces calle de Conde de Peñalver, hoy Gran Vía, y rápidamente se extendieron por otras ciudades de Andalucía y Levante, como Málaga, Valencia, Sevilla, Granada, Córdoba, Cádiz, Alicante y Murcia. Aproximadamente cien edificios religiosos ardieron total o parcialmente durante aquellos días. Se perdieron valiosas obras de arte, libros irreemplazables y objetos litúrgicos de gran valor, se profanaron cementerios de conventos y varias personas murieron o resultaron heridas. Y todo esto, cuando aún no había pasado ni un mes desde el 14 de abril de 1931, fecha en que fue proclamada la II República.

A la quema de conventos y edificios religiosos, siguió la expulsión de algunos prelados, como el Cardenal Segura, algunas disposiciones constitucionales claramente dirigidas contra la Iglesia, la secularización de los cementerios, la prohibición de los crucifijos en las escuelas, la disolución de la Compañía de Jesús, la ley contra las congregaciones religiosas, y la continua propaganda anticlerical. Siempre tan “demócratas”, solo cuentan sus ideas, a los demás se les niega hasta el derecho a la vida: Al grito de ¡a los conventos! ¡a los conventos!, numerosos grupos de exaltados comenzaron a incendiar algunas iglesias y conventos de la capital y de otras ciudades españolas, principalmente de Andalucía y Levante.  En Madrid:

  • Arde totalmente el convento de la Casa Profesa de los Jesuitas (ubicada en la calle Isabel la Católica esquina con la calle Flor Baja) y su iglesia aneja. En este incendio se perdió su biblioteca, considerada la segunda mejor de España,  con más de 80.000 volúmenes, entre ellos algunos incunables irreemplazables. En el incendio se perdieron para siempre ediciones príncipe de Lope de Vega, Quevedo o Calderón de la Barca. En el suelo restos de los muebles y objetos sagrados. En los muros letreros puestos por los revoltosos.
  • Colegio de la Inmaculada y San Pedro Claver y el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) la calle de Alberto Aguilera. Se perdieron los más de 20.000 volúmenes de su biblioteca.
  • Parroquia de Santa Teresa y San José de los Carmelitas Descalzos de la Plaza de España, que había sido inaugurada tan solo tres años atrás, concretamente, el 26 de mayo de 1928.
  • Colegio del Sagrado Corazón de Chamartín. Quedo destruido el que había sido palacio de los Duques de Pastrana y del Infantado, construido en el siglo XVIII y cedido en 1859 a la congregación de las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús.
  • Colegio de Nuestra Señora de las Maravillas de Cuatro Caminos. Se perdió su museo de mineralogía y material científico de gran valor.
  • Convento de las Mercedarias Calzadas de San Fernando en Cuatro Caminos. En este edificio, antes de comenzar el incendio, fueron desenterrados y profanados varios cadáveres de religiosas, que fueron sacados a la calle donde fueron paseados y lanzados a las llamas.
  • Colegio del María Auxiliadora de las Salesianas y el Convento de las Bernardas de Vallecas.

Además de los edificios mencionados, se intentaron incendiar, aunque felizmente sin éxito, otros 12 edificios religiosos de la capital. El Ministro de la Gobernación, Miguel Maura, propuso desplegar desde el principio a la Guardia Civil para evitar estos excesos, pero sus compañeros de gabinete, con el presidente Niceto Alcalá Zamora a la cabeza, se opusieron mostrándose reacios a enviar a las fuerzas del orden contra el pueblo.

“Todos los conventos de España no valen la vida de un republicano.

Si sale la Guardia Civil, yo dimito”. (Manuel Azaña, presidente del Gobierno)

Todo esto a pesar de que ni el pueblo ni el clero se rebelaron como correspondía ante semejantes ataques, reconocida su templanza hasta por Alejandro Lerroux:

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“La Iglesia, a pesar de la quema de los conventos… nunca en ninguna parte aceptó tan resignadamente ni con mayor sumisión un estado de cosas tan contrario a sus intereses espirituales”.

Los ataques se sucedieron, aunque quizás con menor virulencia, hasta llegar al desbordamiento, por decirlo suavemente, del expolio y genocidio que supuso el 36. Es necesario recordar los sucesos de los que Vd. hace bandera, que son hechos extremistas e irracionales y, contrariando a Pablo Iglesias (el actual, el descendiente de un destacado miembro del FRAP), su salvaje atentado a un centro católico, no se trata de una defensa de los derechos humanos, sino más bien una actuación talibán.

Recordemos. Las elecciones generales que tuvieron lugar el 16 de febrero de 1936 y dieron la victoria al Frente Popular formado por republicanos, socialistas, comunistas, sindicalistas y el Partido Obrero de Unificación Marxista. De esta forma llegaron al poder algunos de los partidos más violentos y exaltados, creando una situación tan insostenible que los exponentes más moderados del ejecutivo fueron incapaces de controlar. Comenzó desde el 16 de febrero de 1936 una serie de huelgas salvajes, alteraciones del orden público, incendios y provocaciones de todo tipo que llenaban las páginas de los periódicos y los diarios de sesiones de las Cortes.

La complicidad de autoridades diversas en algunos de esos tumultos fue a todas luces evidente. Se incrementó sensiblemente desde aquella fecha la prensa anticlerical y facciosa, que incitaba a la violencia, como La Libertad; El Liberal y El Socialista. Según datos oficiales recogidos por el Ministerio de la Gobernación completados con otros procedentes de las curias diocesanas, durante los cinco meses de gobierno del Frente Popular, varios centenares de iglesias fueron incendiadas, saqueadas, atentadas o afectadas por diversos asaltos; algunas quedaron incautadas por las autoridades civiles y registradas ilegalmente por los ayuntamientos.

Varias decenas de sacerdotes fueron amenazados y obligados a salir de sus respectivas parroquias; otros expulsados de forma violenta; varias casas rectorales fueron incendiadas y saqueadas y otras pasaron a manos de las autoridades locales; la misma suerte corrieron algunos centros católicos y numerosas comunidades religiosas. En algunos pueblos de diversas provincias no dejaron celebrar el culto, prohibiendo el toque de campanas, la procesión con el Viático y otras manifestaciones religiosas; también fueron profanados algunos cementerios y sepulturas.

En muchas poblaciones los desmanes se cometieron con el consentimiento de las autoridades locales y en otras, impidieron la defensa de los católicos. En todas partes quedaron impunes los malhechores. Se creó, pues, un clima de terror en el que la Iglesia era el objetivo fundamental, si bien, no única. En Madrid, fueron asesinados 86.000 hombres y 620 mujeres más bastantes niños como puede comprobar si se da una vuelta por el cementerio de los mártires de Paracuellos, pero también por el de Vicálvaro o el de Aravaca, por ejemplo.

Todas las acciones revolucionarias fueron hábilmente desarrolladas por grupos extremistas de izquierda, en aquella época, los anarquistas con su sindicato FAI. Ahora lo hace su grupo, pero ni entonces, ni ahora, se dan cuenta de su verdadero papel; ser los tontos útiles de la masonería. Cuando se habla de la Persecución Religiosa en España, casi no se menciona a la masonería. Y sin embargo, tuvo capital influencia en el desarrollo de la fobia anticlerical y anticristiana, eso sí, sin dar la cara, para ello se servían de personajes como los miembros de su grupo y usted misma.

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Juan Ordóñez Márquez en su “Apostasía de las masas”, lo demuestra sobradamente. Sirvan de muestra unas citas breves pero significativas: “Juzgamos oportuno señalar la filiación masónica de la inmensa mayoría de los prohombres republicanos españoles de aquel quinquenio” […] Es curioso observar la asombrosa proliferación republicana de cargos y candidaturas gubernamentales. Desde 1931 a 1936 se registraron hasta ciento sesenta cambios de personajes en las carteras de los ministerios. Claro que los cambios se multiplicaron mucho más que las personas, y no deja de ser significativo el ver cómo los miembros de la Secta pasaban de un ministerio a otro, o de un cargo otro, sin quedar jamás verdaderamente cesantes. En esa y en cualquier otra obra histórica, podrá enterarse de que quienes ocupaban los altos cargos eran masones. De los cinco años de República apenas nueve meses estuvo la Presidencia del Consejo en manos de titulares no masónicos: de abril a octubre de 1931 que lo fue Alcalá Zamora y desde septiembre a diciembre de 1935 que lo fue Joaquín Chapaprieta[1].

Ante tantos y tan repetidos desmanes como venían sucediéndose desde la llegada al poder del Frente Popular en febrero de 1936, el Papa Pio XI en un Discurso de 12 de mayo de 1936 denunció el peligro del comunismo en todas sus formas y grados, como el primero, el mayor y el más general de los peligros que amenazaban al mundo en aquellos momentos. El Pontífice, que ciertamente no tenía pelos en la lengua, habló también de los ensayos realizados hasta el momento por el comunismo eran Rusia, Méjico, España, Uruguay y Brasil[2]. Y eso que todavía no se conocían los métodos utilizados para vaciar las cárceles: las sacas, la puesta en libertad con un punto al margen del nombre, que significaba la necesidad de asesinarle una vez pisara la calle y la más famosa de las importaciones comunistas, como eran las checas. Allí se torturaba, y se descuartizaba a sus pobres víctimas. Había una checa por barrio como mínimo. Cualquier mindundi con pistola y mucho odio, organizaba la suya.

Juan Peyró, prohombre de la C.N.T., escribía en 1936: “El anatema general contra los mosqueteros con sotana y los requetés engendrados a la sombra de los confesonarios fue tomado tan al pie de la letra que se ha perseguido y exterminado a todos los sacerdotes y religiosos únicamente porque lo eran. La destrucción de la Iglesia es un acto de justicia. Matar a Dios si existiese, al calor de la revolución, cuando el pueblo, inflamado por el odio justo, se desborda, es una medida muy natural y humana”. (Conviene aclarar que no solamente masacraron religiosos y requetés  ̶  antítesis absoluta del comunismo ̶ , muchos seglares lo fueron por denuncias de haber ido a misa, pertenecer a Acción Católica, a la Adoración Nocturna, o a alguna otra institución pía, además del odio generado por la envidia de muchos. Como puede apreciarse, todos practicaban actividades terroristas)

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La barbarie era generalizada como también demuestra un documento hallado en la Comisaría de Policía de Bilbao refrendado con los sellos de la CNT y de la FAI, fechado en Gijón en octubre de 1936, en el que se decía textualmente: “Al portador de este salvoconducto no puede ocupársele en ningún otro servicio, porque está empleado en la destrucción de iglesias”. Todo un cargo ¿Es esta su “filosofía? O quizás opina que: “No se trata de incendiar iglesias y de ejecutar a los eclesiásticos, sino de destruir a la Iglesia como institución social [3], siguiendo las enseñanzas de la más pura ortodoxia masónica.

En el ataque, junto a una treintena de compinches, a la capilla de la Complutense, lanzó a voz en grito críticas hacia la iglesia Católica y al clero. Vociferaba consignas[4] como la que encabeza el artículo, además de buscar con otras la manera de herir más profundamente a los creyentes:

 

“Me cago en Dios, me río de la virginidad de la Virgen María”;

“Menos rosarios y más bolas chinas”.

Vd. puede no tener ninguna inquietud religiosa, puede sentirse atraída por las ideas izquierdistas, es muy dueña de hacerlo, pero debe respetar a los demás, especialmente si ostenta un cargo público, porque somos “los demás” quienes pagamos su sueldo y nos sentimos avergonzados y estafados por su comportamiento. Esto es igualmente corrupción. Aún mayor, si cabe, por cuanto atenta a la libertad de los ciudadanos que, como cargo público. Vd. debe proteger y no perseguir. Pero, ¿cómo se puede pedir que muestre respeto una persona que no lo tiene ni para sí misma, desnudándose, no en una playa, sino interrumpiendo un acto religioso?  Por cierto, me encantaría que, en virtud de esa libertad religiosa que dice defender, repitiera el acto, con desnudo incluido, en un centro religioso más grande; así dispondría de mayor audiencia. ¿Se atrevería a hacerlo en la mezquita de la M-30 un viernes por la tarde? Se lo propongo para llegar a comprender su grado de sectarismo y falta de objetividad, pero es más bien una pregunta retórica, porque estoy segura que con los de la religión de Mahoma no se atreve.

La señora Carmena que está obligada a mantener la imparcialidad, por su cargo de alcaldesa, (máxime habiendo sido juez) la ha defendido en su actuación en la profanación de la capilla que Vd. tan ardientemente dirigió y le resta importancia amparándose en su juventud, lo que no es cierto. A los 23 años, que Vd. tenía en el momento de los hechos,  debe ser responsable de sus actos.

Su irresponsabilidad no creo que sea debido a sus pocos años, sino a su poco bagaje intelectual. Lea y estudie. Quizás después pueda ser más objetiva e independiente y decida abandonar el estilo radical de Largo Caballero, pero, si continúa convenciéndole esa doctrina, adopte la línea más civilizada de un personaje  tan olvidado por los miembros de su grupo, como es Julián Besteiro. A grandes rasgos le mencionaré que fue un catedrático y político español, presidente del Congreso de los Diputados durante la Segunda República y que también fue presidente del PSOE y de la UGT Proclamada la Segunda República, en 1931 se convirtió en presidente de las Cortes Constituyentes y en 1934 se opuso a la deriva revolucionaria de su partido durante la huelga de octubre. Tras el inicio de la Guerra Civil se enfrentó a la influencia comunista en el gobierno republicano. Fue el único miembro del consejo que dio la cara permaneciendo en Madrid a la entrada de las fuerzas nacionales, no huyendo como “su modelo” Largo Caballero o Negrín.

En cualquier caso, como mi grupo, al contrario del suyo, ni es revanchista ni pertenece a “la caverna mediática” (Pablo Iglesias dixit) le deseo suerte en su vida y que, a pesar de cuanto le digan, procure no transformarse en fotocopia de la Pasionaria o Margarita Nelken, de lo contrario, quizás algún día su odio la lleve a actuar como el descerebrado de Charleston (EE.UU.).


[1] JUAN ORDÓÑEZ MÁRQUEZ,” La Apostasía de las masas y la Persecución Religiosa en la Provincia de Huelva 1931-1936”, Madrid 1968, pp. 267 ss.

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[2] Discorsi di Pio XI, t. III, p. 487

[3] La Batalla (POUM) (19 de agosto de 1936).

[4] Pido disculpas si molesta, pero son palabras textuales de nuestra flamante concejal

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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