Del mismo modo que todo cuerpo sano tiende a su propia conservación, toda sociedad sana tiende a ella, que en su caso no es más que su propia multiplicación. Sin embargo en las sociedades occidentales esto no sucede así, pues lleva decenios aquejada por de una afección vírica: la ideología de género.
Para comprender cómo afecta la ideología de género a la demografía se hace necesario hacer un pequeño bosquejo de lo que la ideología de género sea, lo que requiere, a su vez, analizar las doctrinas que la sustentan.
El esqueleto de esta ideología lo construyó la escuela de Frankfurt, que en su esfuerzo por encontrar una forma de comunismo que pudiera extenderse por los países industrializados vinieron a sustituir la lucha de clases por la lucha de sexos. Para ello acudieron a El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (ENGELS, 1884). En ella se hacía ver como la primera estructura de explotación era la familia, por lo que se empeñaron en «abolirla».
Los músculos los aportaron los constructivistas sociales, que crearon la «deconstrucción», que no es más que el sistema por el que se consigue abolir el valor semántico de las palabras. Para ellos no existían ni los sujetos ni los objetos, sino solo el lenguaje, que no es más que una construcción social que otorga valor semántico a las palabras. De entre todos estos teóricos Foucault propuso configurar todos los aspectos culturales sociales desde la sexualidad.
Sin embargo, como todo cuerpo se necesitaba un alma, y ésta se la dieron los existencialistas ateos. De entre ellos la más destacada en lo que aquí interesa fue Simone de Beauvoir que vino a resumirlo todo: «no se nace mujer, sino que te haces mujer». Así lo trascendental no es lo que la naturaleza hubiere atribuido a cada sexo, sino que cada cual debería hacerse como persona con independencia de lo que la sociedad, los tópicos, la cultura o la naturaleza determinaran.
Finalmente, quien introdujo el término género fue el doctor John Money que utilizó por vez primera género en sustitución de «sexo» para significar que la identidad sexual no tenía por que corresponderse con el sexo biológico.
Con todos estos sumandos Christina Hoff Sommers bautizó a la nueva ideología con el término «feministas de género» que acuñó en su libro Who Stole Feminism?.
Fijados todos estos antecedentes es fácil comprender los objetivos de los ideólogos de género y su influencia en el decrecimiento demográfico.
Su primer objetivo es «deconstruir» al ser humano, de manera tal que ya nada aporte el sexo biológico, pues así se podrá acabar con los roles de género que sostiene el «patriarcado» explotador. Al igual que el marxista clásico quiere abolir la propiedad burguesa, el marxista de género quiere abolir la sexualidad burguesa. Por eso los ideólogos de género combaten duramente el matrimonio, que es la forma clásica de establecer diferencias entre el hombre y la mujer. Esta lucha contra el matrimonio se caracteriza por una parte por la difusión de las parejas de hecho, y por otra por la apertura del matrimonio a cualquier unión con independencia del sexo (matrimonios homosexuales). Con la aprobación de estos matrimonios vienen a cambiar el contenido semántico de la palabra «matrimonio» en tanto en cuanto éste ya no será la unión de un hombre y una mujer, si no la unión afectiva de dos seres humanos con independencia de su sexo.
Como el matrimonio (ahora entendido al modo clásico de unión de hombre y mujer) es fuente de esclavitud para la mujer (volvemos a Engels), se impone difundir el divorcio, y muy especialmente el divorcio sin causa y unilateral. Basta con que uno de los dos quiera divorciarse para que el estado reconozca la disolución del vínculo. Este ataque directo al matrimonio tiene serias consecuencias en la natalidad, pues lógicamente el tener hijos exige de modo muy principal la «estabilidad afectiva», la que ya no existe desde el momento que cualquiera de los cónyuges pueden romper esa comunión de vida.
Y, finalmente, se inventa otra forma perversa de boicotear las relaciones sexuales entre hombres y mujeres, y es la acuñación del término violencia de género y su consagración en las leyes penales. Podrá pensar alguien que no existen argumentos para sostener que la creación de la violencia de género tenga las implicaciones que pretendo darles. Sin embargo, toda duda se resuelve haciendo un pequeño recorrido cronológico por las leyes que aprobó Zapatero, el más «feminista» de nuestros políticos. Y es que su primera ley fue precisamente la 1/2004, sobre medidas de protección integral contra la violencia de género. Solo al año siguiente aprobó la 13/2005, llamada de matrimonio homosexual, y la 15/2005, de divorcio exprés. En cuanto al aborto esperó hasta el 2010.
Su objeto primero fue, pues la violencia de género que criminaliza cualquier comportamiento que realice un hombre en relación a un mujer con la que tenga o haya tenido relación afectiva. Así, si la mujer decide romper la convivencia y el hombre la insta a que lo piense o intenten reconciliarse, tal comportamiento pasa a ser un delito de coacciones, pues se quiere obstaculizar la libertad de la mujer. Si en una discusión en que la mujer levanta la voz el hombre también lo hace pasa a ser un delito de vejaciones. Y así, todos los comportamientos que pueda realizar un hombre, aunque en principio y hasta entonces no tenían reproche penal, pasa a ser penalmente punible. Y, finalmente, basta con que una mujer denuncie a su marido y pareja para que a este se le imponga una orden de alejamiento que le impida el contacto con sus hijos.
Esta situación tal desigual en las relaciones afectiva lleva a muchos hombres a ser cautelosos a la hora de iniciar una relación estable con una mujer, y mucho más precavidos a la hora de tener descendencia. Y es que esta ley, unida a la «práctica judicial de género» que aplican nuestros tribunales y que supone para el hombre perder la custodia de sus hijos, el uso de la vivienda y la satisfacción de elevadas pensiones de alimentos que han hecho aumentar los índices de pobreza masculina; ha creado una ambiente demasiado enrarecido para la paternidad. En mi propia experiencia como abogado de familia cada vez es más frecuente atener a un cliente afectado por una denuncia falsa que viene acompañado de sus padres (que se han visto obligados a acoger a sus depauperados hijos). Y sus padres en numerosas ocasiones comentan (más aún las madres que los padres) como ya le había aconsejado que no tuviera hijos. También abundan las consultas de padres que por la cercanía del matrimonio de su hijo deciden consultar a un abogado para ver cómo pueden garantizar que caso de donar una vivienda al matrimonio no acabe la misma en el uso exclusivo de la mujer si se separan. Todas estas cautelas, lógicamente, afectan a la confianza afectiva que es la que crea el ambiente óptimo para tener descendencia.
Y todo ello sin considerar otros elementos propios de la ideología de género que afectan igualmente a la natalidad: la difusión de los métodos anticonceptivos y extensión del aborto; la denigración social de las mujeres que eligen la maternidad como modo propio de su realización personal; la presentación, tanto para hombres como para mujeres, que el único proyecto enriquecedor es el laboral, y nunca el familiar; la banalización del sexo separándolo de su función generativa.
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