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Análisis

Feminismo, marxismo, nacionalismo y polilogismo, o el fracaso de la inteligencia.

Hay que reconocer que el feminismo, que no podemos olvidar que forma parte del marxismo cultural, posee una enorme habilidad para sacarle provecho a sus acciones de agitación y propaganda, es por ello que el lobby feminista de género (también llamado femi-nazi-estalinismo degenerado) ha sido bastante exitoso, logrando convencer a multitud de mujeres de que todas ellas, sin excepción, forman parte de un todo homogéneo, con las mismas inquietudes, las mismas aspiraciones, los mismos objetivos, la misma forma de pensar y razonar, y que –siguiendo también el discurso de Carlos Marx y Federico Engels–  son miembros de una clase social, y por ser mujeres forman parte de un grupo oprimido, explotado, subyugado, privado de toda clase de derechos,  y que además, inevitablemente –al adquirir conciencia de grupo, de clase social- acabarán sintiéndose concernidas por cualquier cosa que afecte, para bien o para mal, a otras mujeres, y acabarán asumiendo como dogma de fe que, lo que se le hace a cualquier mujer se le hace a todas, sea cual sea la circunstancia…

Ni que decir tiene que en estas estúpidas ideas está implícita la visión determinista de la historia de la humanidad, en la que creen Marx y sus seguidores, el convencimiento de que los humanos viven en una continua confrontación, en una continua pelea de contrarios; la visión de que los humanos progresan debido a rivalidad, el continuo combate entre opresores y oprimidos, que se acaba decidiendo, inevitablemente del lado de la mayoría oprimida y carente de los más elementales derechos, y que esa dialéctica acabará trayendo un nuevo mundo, una nueva sociedad igualitaria.

Por supuesto, frente a estas ideas delirantes, que son el fundamento de toda clase de utopías, sean el gobierno de los sabios de Platón, o la república teocrática de Florencia en los tiempos de Girolamo Savonarola,  o el proyecto de Tomás Moro, o la teocracia de Calvino en Ginebra… y ya más recientemente los diversos totalitarismos; están quienes piensan que los humanos avanzan, progresan, ensayando, unas veces acertando y otras errando, y consolidando y conservando lo que acaban comprobando que es eficaz, que funciona; y que no ha habido nunca diseñadores o ingenieros sociales, salvo los totalitarios y liberticidas, que llevados por su bondad extrema, lo único que han conseguido han sido tragedias, mortandad, hambre y toda clase de desgracias para sus súbditos…

Estrechamente ligado al dogma marxista de conciencia de clase, también presente en el feminismo de género, está el concepto de polilogismo.

El vocablo “polilogismo” se utiliza para nombrar la creencia de que las personas razonan de forma fundamentalmente diferentes, dependiendo de su pertenencia a un determinado sexo, o una determinada raza, o clase social, o a una determinada época de la Historia, o cualquier otra circunstancia personal.

El polilogismo extremo, por tanto, niega el principio de no contradicción (Nada puede ser y no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido.) o/y afirma que no existe una realidad objetiva epistemológicamente (Epistemología: Parte de la Filosofía que trata de los fundamentos y los métodos del conocimiento científico)

El filósofo objetivista Leonard Peikoff dice que el polilogismo no es una teoría de la Lógica, sino más bien una negación de la misma, ya que se centra en la verdad relativa subjetiva en lugar de la verdad universal objetiva. Generalmente todas las formas de fanatismo, y los diversos totalitarismos recurren al polilogismo.

Hasta mediados del siglo XIX nadie se atrevió a discutir el hecho de que la estructura lógica de la mente es inmutable y común a todos los seres humanos. Todas las relaciones humanas se basan en la suposición de una estructura lógica uniforme. Si podemos hablar, conversar, comunicarnos unas personas con otras es porque podemos invocar algo que nos es común a todos, es decir, la estructura lógica de la razón. Unas personas tienen pensamientos más profundos y refinados que otras. Hay personas que desgraciadamente no pueden seguir el proceso de la inferencia en largas cadenas de razonamiento deductivo. Pero mientras una persona pueda pensar y seguir un proceso de pensamiento discursivo, siempre sigue los mismos principios básicos del razonamiento que aplican las demás personas. Hay personas que no saben contar más allá de tres, pero hasta esos tres su manera de contar no difiere de la de Gauss o Laplace. Ningún historiador ni viajero nos ha traído noticia de personas para quienes a y no-a fueran idénticos, o que no pudieran comprender la diferencia entre afirmación y negación. Es verdad que la gente viola a diario principios lógicos al razonar. Pero no es menos cierto que quien examina sus deducciones con atención acaba descubriendo sus errores.

Si hay discusiones, si las personas conversan, confrontan ideas y opiniones, si escriben cartas y libros, si tratan de demostrar o de refutar algo, es porque a todo el mundo le parecen indiscutibles estos hechos. Si no fuera así, la cooperación social e intelectual sería imposible. Nuestras mentes no pueden imaginar un mundo habitado por humanos de distintas estructuras lógicas o de una estructura lógica distinta de la nuestra.

Sin embargo, en el siglo XIX se comenzó a cuestionar, a discutir esta realidad hasta entonces considerada innegable. Marx y los marxistas comenzaron a propagar la idea de que el pensamiento está determinado por la clase social a la cual pertenece el que piensa.

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El pensamiento no produce la verdad, sino «ideologías», palabra que en la filosofía marxista significa disfraz egoísta del interés de la clase social a que pertenece el individuo que piensa. Es, pues, inútil discutir nada con personas que pertenecen a otra clase social. Las ideologías no hay que refutarlas mediante el razonamiento discursivo; hay que desenmascararlas denunciando la posición y el ambiente social de los autores. Por ello, por ejemplo, los marxistas no analizan la veracidad o la eficacia de las teorías físicas; se limitan a revelar el origen «burgués» de los físicos.

Los marxistas siempre han recurrido al polilogismo, porque nunca han sido capaces de refutar con métodos lógicos las teorías formuladas por la ciencia económica «burguesa», ni las derivaciones de esas teorías que demostraban que el socialismo es irrealizable. Y como no pueden demostrar racionalmente la solidez de sus propias ideas, ni la falta de solidez de las de sus adversarios, denuncian los métodos lógicos hasta entonces aceptados. Esta estratagema marxista ha tenido un éxito sin precedentes, y ha hecho invulnerables a toda crítica razonable los absurdos de su supuesta economía y de su supuesta sociología. Sólo mediante falacias, mediante triquiñuelas lógicas del polilogismo logra el marxismo cultural –y el feminismo de género como heredero del marxismo-  imponer sus ideas disparatadas, influir sobre la mayoría de las personas educadas, y cambiar hábitos y mentalidades.

El polilogismo es por naturaleza tan absurdo que no puede ser llevado consecuentemente a sus últimas consecuencias lógicas. Ningún marxista ha sido bastante audaz para deducir todas las conclusiones que su propio punto de vista epistemológico habría requerido. El principio del polilogismo debería llevarnos a pensar que las doctrinas marxistas –el feminismo de género entre ellas- no sólo no son objetivamente ciertas, sino que son además afirmaciones «ideológicas». Pero los marxistas lo niegan y quieren que sus doctrinas sean consideradas verdades absolutas. E incluso llegan a manifestar sin ruborizarse que, las ideas de la lógica proletaria no son ideas de partido, sino producto de una lógica pura y simple; lo mismo dicen las feministas de sus disparatadas ideas, y tampoco se ponen coloradas. La lógica proletaria no es «ideología», sino lógica absoluta. Los marxistas actuales, que ponen a sus doctrinas la etiqueta de sociología del conocimiento, dan pruebas de la misma incoherencia.

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Algunos de sus más destacados representantes intentan demostrar que existe un grupo de personas, intelectuales sin ataduras ni servidumbres, que están equipados con el don de comprender la verdad sin sesgos ni errores ideológicos. Como pueden suponer, están en el convencimiento de que los más eminentes de esos sapientísimos intelectuales son ellos… ¡Faltaría más! Así no cabe refutación de clase alguna… Al decir que no se está conforme con ellos, quien tenga semejante osadía no hace más que corroborar que no pertenece a la elite de intelectuales sin ataduras y que sus afirmaciones son puras tonterías.

Los nacionalistas sean del lugar que sea, se encuentran con el mismo problema que los marxistas. Tampoco ellos pueden demostrar la certidumbre de sus afirmaciones ni la falsedad de las teorías económicas y praxeológicas (la Praxeología es la metodología que estudia la estructura lógica de la acción humana –praxis-). Y se refugian bajo el paraguas del polilogismo que ya les habían servido en bandeja los marxistas. La estructura lógica de la razón, dicen, es distinta en unas naciones y razas y en otras. Cada raza o nación tiene su propia lógica y por tanto su propia ciencia económica, matemática, física, etc.

A los ojos de los marxistas, Ricardo y Freud, Bergson y Einstein están equivocados porque son burgueses; a los ojos de los nazis (nacionalistas al fin y al cabo) están equivocados porque son judíos. Una de las supremas aspiraciones de los nazis consistió en limpiar el alma aria de las impurezas de la filosofía occidental de Descartes, Hume y John Stuart Mill. Buscaban una ciencia propia y exclusiva de los alemanes, es decir una ciencia adecuada al carácter racial de los alemanes.

Podemos razonablemente admitir como hipótesis que las facultades mentales de los humanos son el resultado de sus características físicas. Claro está que no podremos demostrar que la hipótesis es cierta, pero tampoco es posible demostrar que sea cierto el punto de vista opuesto tal como lo expresa la hipótesis teológica. Nos vemos obligados a reconocer que no sabemos todavía demasiado de cómo es que unos procesos fisiológicos producen pensamientos. Tenemos una vaga noción de los perjudiciales efectos del traumatismo o de cualquier otro daño infligido a ciertos órganos corporales; y sabemos que si se les causa daño a dichos órganos se puede limitar o destruir completamente las facultades y funciones mentales de la persona. Pero eso es todo. No sería menor superchería, ni menor insolencia afirmar que las Ciencias Naturales nos proporcionan información, acerca de la supuesta diversidad de la estructura lógica de la mente.

No cabe hacer derivar al polilogismo de la fisiología, de la anatomía ni de ninguna otra ciencia natural.

Ni el polilogismo marxista, ni ningún polilogismo nacionalista, o feminista han ido nunca más allá de manifestar que la estructura lógica de la mente es distinta entre unas clases y razas y otras. Nunca se han aventurado a demostrar precisamente en qué difiere la lógica de la clase trabajadora de la lógica de los burgueses, ni en qué difiere la lógica de la supuesta raza aria de la lógica de los judíos o de los ingleses.

Es absolutamente estúpido pretender rechazar en bloque la teoría de la relatividad de Einstein, desenmascarando los antecedentes raciales de su autor (ni que decir tiene que tal argumento es una forma de falacia lógica ab hominen). Lo primero que se necesita es formular un sistema de lógica aria distinta de la no aria. Después sería necesario analizar punto por punto las dos teorías discutidas y demostrar dónde hay en la segunda, implicaciones de razonamiento que, aunque justas desde el punto de vista de la lógica no aria, no lo sean desde el punto de vista de la lógica aria. Y finalmente habría que explicar a qué clase de conclusiones debería llevar la sustitución de las inferencias no arias por las arias. Pero a esto no se ha atrevido ni se podrá atrever nunca nadie.

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El polilogismo, sean marxista, o feminista, o nacionalista, o totalitario en sus múltiples formas, no entra nunca en detalles.

El polilogismo tiene una manera peculiar de afrontar las opiniones disidentes. Si quienes lo sostienen no consiguen revelar los antecedentes de un adversario, lo estigmatizan como traidor.

Los marxistas, las feministas y los nacionalistas no tienen más que dos clases de adversarios. Los enemigos —ya sean miembros de una clase no proletaria o de un determinado grupo étnico, o de un determinado sexo, o grupo de hablantes— están equivocados porque son tales, es decir son los otros; los adversarios de origen proletario o de otro tipo, están equivocados porque son traidores. Y así, marxistas, feministas y nacionalistas se desentienden alegremente del hecho desagradable de que hay desacuerdo entre los miembros de la que ellos dicen que es la misma clase o grupo lingüístico, sexual, o étnico.

Los nazis oponían la ciencia económica alemana a la judía y a la anglosajona. Pero lo que ellos llamaban ciencia económica alemana no se distinguía en lo más mínimo de algunas de las tendencias de la ciencia económica extranjera. Algunos de los más antiguos representantes de esta supuesta ciencia económica se limitaron a importar a Alemania el pensamiento extranjero. La economía propia de la raza alemana es casi idéntica a manifestaciones contemporáneas de la ciencia económica en otros países. Es absurdo explicar el conflicto entre teorías económicas como un conflicto nacional, o de clase o de lucha de sexos.

Ni que decir tiene que la antigua Unión Soviética incurrió también, y se empecinó, en el polilogismo tratando de interpretar todos los ámbitos del conocimiento desde la perspectiva marxista… llegándose a situaciones absolutamente disparatadas, esperpénticas.

El polilogismo no es una filosofía ni una teoría epistemológica. Es una actitud de fanáticos de mentes estrechas que no pueden imaginar que nadie pueda ser más razonable o más inteligente que ellos. Nada tiene de científico. Es más bien la sustitución de la razón y de la ciencia por supersticiones. Es la mentalidad característica de la época caótica y de relativismo moral y de toda clase que nos ha tocado en suerte.

Texto elaborado a partir de las enseñanzas de Ludwig von Mises, “GOBIERNO OMNIPOTENTE: EN NOMBRE DEL ESTADO”

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Carlos Aurelio Caldito Aunión (Badajoz, 1957), un histórico 'discrepante' (utilícese ésta o cualquiera de sus formas equivalentes, tales como 'discordante', 'divergente' o 'disconforme', por ejemplo) de la sociedad pacense

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