“Estoy convencido de que la Masonería es muy buena en Inglaterra para Inglaterra; lo malo es que en España sigue siendo muy buena para Inglaterra”
Francisco Franco
Durante el gobierno del general Primo de Rivera, la masonería se mantuvo neutral y llegó incluso a negociar su supervivencia por medio de quien había sido su Gran Maestre, Augusto Barcia quien consiguió del régimen primoriverista una muy discreta política de “consejos” a determinados mandos militares para que abandonasen la Institución y algún que otro registro. Las tímidas iniciativas de la dictadura ratificaron a la masonería en su percepción de la esencial debilidad de aquélla. Los años veinte fueron una época de esplendor para las logias, produciéndose una clara imbricación entre política y militarismo, y siguió desarrollando su influencia entre los intelectuales del siglo XX como Pérez de Ayala, Gregorio Marañón, Américo Castro y Antonio Machado se unieron a las de otros perfiles más políticos como los de Araquistáin, Álvarez del Vayo, Jiménez de Asúa o Manuel Azaña. Enroscada la masonería en torno a la Alianza Republicana que se constituyó por entonces, preparó el giro del PSOE hacia el republicanismo, impulsando al socialismo a abandonar la colaboración con el régimen del general. Los masones siempre han tenido fuerza y capacidad para poner y quitar gobiernos.
Los militares masónicos y republicanos no solo participaron en la intentona golpista de 1926; secundaron igualmente la de 1929, organizada por Sánchez Guerra y que tuvo como resultado unas cuantas detenciones en las logias de Sevilla, Almería, Huelva, Madrid, Murcia, Valencia y Alicante, pero poco más. Se arrestó a un puñado de responsables, a los que se puso en libertad con inmediatez con excepción de Daniel Anguiano, implicado en la fundación del Partido Comunista de España. Como consecuencia de los diversos fracasos, la Orden distribuyó a sus principales intelectuales entre los partidos más propicios. Así, Álvaro de Albornoz y Marcelino Domingo fueron al Partido Radical Socialista, Giral a Acción Republicana y Jiménez de Asúa al PSOE –que ya contaba con el destacadísimo masón Fernando de los Ríos-.
Para entonces, muchos militares de relieve habían ingresado en la Orden. En parte hastiados por la indecisa política monárquica, y en parte herederos de las corrientes liberales que tan larga tradición tenían en las armas españolas, entraron en la Institución militares como López Ochoa, Cabanellas, Riquelme, Ponce de León, Sebastián Pozas, Ramón Franco, Hernández Saravia, Aranda, Fermín Galán[1] y García Hernández.
Cuatro meses más tarde de la tentativa de Fermín Galán, el nuevo régimen reivindicaría, por su poder masónico, las figuras de estos golpistas como la de unos “mártires” de la causa. Los mártires darían sus nombres a calles, plazas, colegios y diversos centros públicos. No era un buen augurio. Lo peor: 88 años más tarde estamos en situación similar.
Cuando en enero de 1930 cayó Primo de Rivera, la masonería alentaría la convergencia de republicanos, socialistas y catalanistas que cuajaría en el Pacto de San Sebastián, siete meses más tarde. Dicha iniciativa culminaría con la constitución de la Agrupación al Servicio de la República dirigida por Pérez de Ayala, Marañón y Ortega y la mencionada sublevación militar del capitán Fermín Galán, que precipitó un golpe que implicaba a otros muchos compañeros de milicia: Esta situación tuvo una influencia determinante en que al rey se le retirasen muchos apoyos militares, lo que pesó decisivamente en su ánimo. Cuando se produjesen las elecciones del 12 de abril, la posición del monarca sería tan débil que unos simples comicios en los que se ventilaba la formación de ayuntamientos a través de la elección de alcaldes y concejales, bastarían para liquidar la restaurada monarquía traída por Cánovas más de medio siglo atrás.
El 14 de abril se proclamó la república, y las logias mostraron su júbilo abiertamente considerando al nuevo régimen como suyo. En “La República es nuestro patrimonio”, Augusto Barcia aseguraba en junio de 1931 que “España será una república democrática o será una anarquía desatada”. Acertó en su premonición.
La dirección del nuevo régimen le fue encomendada, sobre todo, a miembros de la Institución. Los masones inundaban, literalmente, el parlamento, y no cabe duda de que tanto la política del primer bienio como los principales políticos formaban parte de su disciplina. El coronel Fermín de Zayas admitió que “el 14 de abril llevó a los más altos cargos de la nación a eminentes hermanos, a los que más sufrieron, a los más inteligentes…” Ciertamente, muchos masones habían desempeñados cargos de enorme relevancia; hasta el punto de que, tras los gobiernos progresistas de las regencias, los finales del XIX y comienzos del XX habían sido los más abundantes en miembros de la Orden: Sagasta –presidente de gobierno varias veces- había sido Gran Maestre; Ruiz Zorrilla –presidente de las Cortes- había alcanzado el mismo grado.
Pero el nuevo régimen de 1931 era masónico casi en exclusividad. El Gran Oriente español contaba entre sus filas con muchos de entre los cargos principales del gobierno: Diego Martínez Barrio, el de Comunicaciones; Alejandro Lerroux, el Ministerio de Estado; Santiago Casares Quiroga, el de Marina; Marcelino Domingo, Instrucción Pública; Álvaro de Albornoz, Fomento; Fernando de los Ríos, Justicia; Nicolau D´Olwer, Economía; Azaña –que sería, poco después, presidente de gobierno- el de Guerra. A ellos habría que sumarle cinco subsecretarios, quince directores generales, cinco embajadores y veintiún generales.
Sobre la importancia de la masonería es buen reflejo el que Azaña consignase en sus diarios el fastidio que le causaba la iniciación en la Orden, así que trató de posponerlo, hasta que, transcurrido casi un año de su presidencia, no tuvo más remedio que pasar por las horcas caudinas de la masonería, en una demostración más del poder de la secta. Un historiador izquierdista como Santos Juliá ha escrito con respecto a los socialistas y republicanos que “consideraban a la república como criatura propia y creían gozar de un derecho, anterior a las elecciones y al voto popular, para gobernarla.”
Obsesionados con el régimen de la Tercera República francesa, los masones españoles trataron de emular su evolución política, seguramente sin percibir las esenciales diferencias que existían entre un país y el otro. Las propuestas de las logias no fueron acogidas con universal benevolencia. A comienzos de los años treinta, algunas de las cosas que sostenían parecían descabelladas para una mayoría de españoles. En mayo de 1931, la Asamblea General de la Logia emitió una declaración de principios en la que reclamaba una serie de conquistas que habría de conseguir el nuevo régimen: la abolición de la pena de muerte y de la cadena perpetua, el matrimonio civil, la libertad de cultos, el divorcio y el estado federal, la separación de la Iglesia y el Estado y la escuela neutra, única y obligatoria.
Entre 1931 y 1934 ingresaron en las logias Luz de Figueras y Álvarez de Castro, Juan Chinarro Martínez, Francisco Gómez Padroso, Rafael Domínguez Otero, José Escassi Cebada, José García Hernández, Joaquín Martí Brugues, José López Lara, Enrique Medina Vega, Manuel López del Castillo, Eduardo Reyter Ermúa, Ramón Soriano Cardona y el capitán Medina. Militares masones en 1932[2] fueron: los generales Núñez de Prado[3] y Sebastián Pozas Perea, el coronel Julio Mangada, el comandante Pérez Farrás. Los capitanes Sediles, Díaz Calleja y el comandante Ramón Franco. En contra de lo que pudiera parecernos hoy día, la pertenencia de militares a la Masonería fue numéricamente importante. Así queda de manifiesto en el Archivo de Salamanca, donde puede consultarse una extensa documentación que patentiza cómo los militares llegaron a ser durante la II República una de las profesiones de mayor presencia en las logias españolas. Hasta tal punto fue esto así que un decreto del Ministerio de la Guerra, fechado en julio de 1934, prohibía la pertenencia de los militares a organizaciones políticas de la clase que fuera. Meses después, en febrero de 1935, fueron cesados por el entonces ministro de la Guerra Gil Robles, varios generales conocidos por su filiación masónica; entre ellos, José Riquelme y López-Bayo, Enrique Ovilo Castelló (en reserva) Pertenecieron también a la masonería, el coronel José Villalba Rubio, tenientes coroneles José Garrido de Oro y Luis Villanueva López-Moreno, Toribio Martínez Cabrera, Romerales Quintero, López Gómez y Urbano Palma. Además de los generales Luis Castelló Pantoja, (primer ministro de la Guerra de la República tras el alzamiento de Franco en 1936), Manuel de la Cruz Bullosa, Toribio Martínez Cabrera, Fernando Martínez- Monje Restoy, Manuel Miaja Menant, Nicolás Molero Lobo y Antonio Aranda Mata.
La polarización política de la sociedad civil durante la II República afectó igualmente a los militares. Dos sectores claramente diferenciados y antagónicos se enfrentaron en el seno de las Fuerzas Armadas. De un lado, la derecha conservadora, asustada por la deriva izquierdista del régimen republicano, e inspirada en los emergentes regímenes fascistas europeos. Esta corriente tomó cuerpo en la UME (Unión Militar Española), organizada en diciembre de 1933 por el capitán Barba y el teniente coronel Rodríguez Tarduchi tenía por jefe operativo al teniente coronel de Estado Mayor Valentín Galarza, experto en Inteligencia.
Esta organización tuvo su réplica en la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista), creada en África en 1934 al fundirse varias asociaciones clandestinas de simpatías izquierdistas. Nacida al abrigo de las logias, el propósito de la UMRA era formar un cuerpo de jefes y oficiales de inequívoca lealtad republicana. No todos los militares de la UMRA eran masones, pero sí la mayoría de sus jefes. El capitán Eleuterio Díaz-Tendero Marchán («EIeusis» para sus hermanos masones) jugó el papel de coordinador de la UMRA. Huido a Francia tras la derrota republicana, fue entregado a la Gestapo por los colaboracionistas de Vichy, y murió en un campo de concentración nazi. Carlos Masquelet Lacaci, jefe de Estado Mayor, encargado de la fortificación de Madrid, masón también, al terminar la guerra se exilió, aunque años después regresó a España, donde fallecería en 1948, con lo que se desmiente la versión masónica de que Franco acabó con todos ellos. Y como él tantos más, durmientes o no.
La cantidad de miembros masones del parlamento varió mucho según las legislaturas; en la primera alcanzó una cifra enorme, muy cerca de los 180 diputados. Esa cantidad disminuyó por debajo de la mitad tras las elecciones de 1933 y la consiguiente derrota de la izquierda; pero lo verdaderamente significativo es que, tras las elecciones del Frente Popular en febrero de 1936, la cantidad de diputados masones –pese a que la izquierda disponía de una clara mayoría de asientos en el Parlamento- era apenas la mitad de lo que había sido en 1931. Un síntoma, una evidencia, de la transformación que habían sufrido las fuerzas de izquierda y la propia república en España; en 1936, los escaños del parlamento estaban ocupados por algo mucho más radical que aquellos viejos sectarios de ateneo.
Lerroux, hombre de agitada trayectoria, que había comenzado en la izquierda extrema y terminado en el centro-derecha, hacía decenios que había sido iniciado en la masonería, aunque su trabajo no se compaginó con los intereses de aquélla, −por ejemplo llevó a cabo una concesión de haberes al clero−, lo que pudo motivar que fuera sustituido por Ricardo Samper. Éste igualmente miembro de la Orden, había sido ministro de Trabajo y de Industria y Comercio, y también defraudó a la secta porque en julio de 1934 la prohibición de que los militares estuviesen afiliados a partidos políticos la hizo extensiva a la de formar parte de la secta. Sin embargo, la medida no fue disuasiva en lo más mínimo. No consta que ningún militar se diese de baja, e incluso menudearon las inscripciones. Poco después se produjo la revolución de Asturias, en el mes de octubre de 1934, que quiso coincidir con la rebelión de la Generalidad. Las organizaciones revolucionarias de la izquierda se deslizaron por la pendiente del radicalismo, y, aunque no faltaron significados miembros de la masonería entre ellos, sobre todo entre los socialistas, la base radical la formaron los comunistas y los anarcosindicalistas, cuyos propósitos estaban muy lejos de compaginarse con los de la Orden.
Las medidas que tomó el gobierno en los meses sucesivos no pudieron ser más desafortunadas. No condenó a los culpables de la rebelión -ni en Barcelona, ni en Asturias- más que a penas muy leves. Se convocan elecciones en un ambiente de violencia que arreció en las semanas que precedieron a las elecciones. Las fuerzas de la izquierda revolucionaria desataron un terror que asombró a sus socios republicanos, al fin y al cabo burgueses, que detestaban la revolución del siglo XX; la suya era la del siglo anterior. En la jornada del 16 de febrero la izquierda violó las más elementales normas democráticas e ignoró la voluntad popular expresada en las urnas, tal y como desde hace décadas se sabe y como ha sido recientemente demostrado de forma pormenorizada e inapelable[4].
El gobierno que salió de la cita electoral era ilegítimo, por tanto, pero la embriaguez del ejercicio del poder que habían alcanzado, impulsó a los republicanos a ejercerlo; de modo que, dada la distribución de escaños resultante de la falsificación electoral de febrero, éstos necesitaban a socialistas y comunistas para mantener la mayoría en el parlamento, lo que se convirtió en un seguro para los revolucionarios, que actuaron a sus anchas en la calle, sin ser molestados desde el gobierno; por el contrario, se puso fuera de la ley a Falange, única organización que se oponía con alguna eficacia a su violencia. La deriva de la primavera de 1936 es conocida porque los crímenes y atentados se sucedieron con una violencia cada vez mayor, agudizándose de acuerdo al trascurrir de los días. La presión de las formaciones de la izquierda radical, o radicalizada, aumentó hasta hacer insoportable la situación, tanto que incluso destacados republicanos terminaron conspirando contra el gobierno, no pocos de entre ellos, masones.
En principio los masones se apuntaron a favor del Frente Popular, a pesar de lo cual masones como Abad Conde, Salazar Alonso y el general López Ochoa, entre otros, cayeron frente a los fusiles de la vindicta republicana. Particularmente atroz fue la muerte del general López Ochoa -que había mandado las fuerzas militares que reprimieron la revolución del 34 en Asturias- y que se encontraba internado el 18 de julio de 1936 en el Hospital Militar de Carabanchel, convaleciente de una operación. Fue detenido por milicianos afectos a la República, los cuales lo asesinaron, lo decapitaron y pasearon triunfalmente su cabeza clavada en una bayoneta por los alrededores del hospital. No le perdonaron la rendición de los mineros que se debió en gran medida a las capacidades negociadoras del general, demostradas ya en la mítica entrevista del 18 de octubre de 1934 con el líder minero, y presidente del comité revolucionario, Belarmino Tomás. Al parecer, iban de masón a masón. (Aunque no se ha podido documentar la pertenencia de Tomás a la secta, pero, sabida la ocultación con que actúan, se afirma su afiliación). Pese a lo pactado, únicamente fueron entregadas 4.100 armas, una pequeña parte de las que obraban en poder de los revolucionarios, y casi nada del dinero robado de los bancos a pesar de que López Ochoa permitió la huida de los dirigentes. Se desconocen todos los aspectos de este pacto, pero, a pesar de que algunos lo niegan, fue lo suficientemente importante como para dar lugar a un duro enfrentamiento entre López Ochoa y Yagüe a un paso de la agresión. Otras crónicas hablarán del suceso. Juan Antonio Cabezas, en su libro «Morir en Oviedo», narra que «el coronel acusaba al general de haber aceptado el pacto con los revolucionarios por su condición de grado 33 de la masonería».
Militares masones que ejercieron importante papel fueron: el coronel de Aviación Felipe Díaz Sandino, quien llegó a ocupar el cargo de consejero de Defensa de la Generalitat de Cataluña. Tras la victoria franquista huyó a Latinoamérica, donde recibió ayuda de las logias allí existentes: el capitán de Artillería Urbano Orad de la Torre, de filiación socialista, protagonista de excepción en la toma del madrileño Cuartel de la Montaña, al situar estratégicamente tres piezas de artillería en la plaza de España. Masones también, fueron los capitanes Carlos Faraudo, José López Varela, Leopoldo Martínez Jiménez y el comandante Ristori de la Cuadra, que cayó en Illescas en octubre de 1936, haciendo frente a las tropas de Varela, o el teniente de la Guardia de Asalto, e instructor de las milicias socialistas, Castillo. También era masón el coronel Luis Barceló Jover[5], quien ordenó la ejecución en septiembre de 1936 del cadete Luis Moscardó, hijo del célebre defensor del Alcázar.
De destacada importancia en el desarrollo de los acontecimientos durante la guerra fueron:
Ricardo Burillo Stholle (1891-1940). Comandante del Arma de Infantería, destinado en la Guardia de Asalto, que por hallarse prestando servicio el día 12 de julio de 1936 en el cuartel de Pontejos de Madrid, se le ha venido considerando como implicado en el asesinato del líder monárquico José Calvo Sotelo, aunque nunca asumiría su participación directa en dicho acto. En los primeros días de la guerra civil tuvo una destacada actuación en las filas republicanas, tomando parte en el asalto al cuartel de la Montaña, en las operaciones del frente de Somosierra y en el asedio del Alcázar de Toledo. «Aristócrata izquierdista, puritano, anticlerical y romántico —así lo describe Hugh Thomas—, no tardaría en convertirse en comunista.» Y añade: «En 1937 dijo a Azaña que él era fiel a tres cosas: al Ejército, al Partido Comunista y a la Logia Masónica.» A pesar de ello, en los últimos días de la guerra se apartó de los comunistas, declarándose partidario de negociar la paz con Franco. Hecho prisionero por las tropas nacionales, fue juzgado por un consejo de guerra, condenado a tres penas de muerte y ejecutado. Al parecer, la cadena de unión de la fraternidad masónica militar en este caso no funcionó.
El general Ildefonso Puigdengolas y Ponce de León, un catalán, republicano y masón, sofocó sin violencia una previsible revuelta en Alcalá de Henares el 21 de julio de 1936 aunque al día siguiente asaltó Guadalajara tras un duro combate. Resistió a Yagüe en Los Santos de Maimona pero cayó en Badajoz. A cargo de una unidad de milicianos y guardias de asalto que se desplegó en Parla para enfrentarse a las tropas que se acercaban a Madrid. Al intentar parar una desbandada, sacó la pistola y disparó contra un miliciano. A continuación alguien disparó contra él. O sea, que lo asesinaron sus propias tropas.[6]
En la Armada también estaba presente la Masonería. El núcleo esencial de la secta en la Marina se ubicaba entre los oficiales, suboficiales y cabos de los Cuerpos Auxiliares con especial incidencia entre los maquinistas. En estos hechos tuvo gran importancia Ángel Rizo Bayona, capitán de corbeta, quien en 1906 era alférez de navío y en 1922 se inició en la Logia Aurora de Cartagena con el nombre de ‘Bondareff‘ que, posteriormente cambiaría por el de ‘Anatole France’. Maestro y fundador de la logia Tolstoi, y de la logia de marinos Atlántida. Creó en Cartagena la logia flotante Atlántida número 5, en donde se concentraba la mayor parte de los marinos afiliados a la masonería en la ciudad, adoptando ésta una decidida actitud y actividad en favor de la República, determinante en julio de 1936, para que la Base Naval de Cartagena no se sumase al alzamiento.
A partir de entonces, sería promocionado muy rápidamente, tanto en su profesión como en la política: diputado de Izquierda Republicana por Cartagena. Gracias a él y a Martínez Barrio se permitió el reingreso en la Marina de los maestres y cabos expulsados en años anteriores, afectos a la República. En 1933, con el triunfo de las derechas, Rizo perdió su acta de diputado e incluso fue detenido y exiliado por su actividad masónica. Esto provocó en él una mayor radicalización hacia posiciones de izquierda, integrándose en Unión Republicana. En 1935 Rizo fue promovido a gran maestre del Grande Oriente, grado 33, en sustitución de su amigo y admirado Martínez Barrio, que tanto le había ayudado. Ocupó este cargo hasta 1938 que es cuando José Giral, ministro de Marina, le ofreció el cargo de Director General de la Marina Mercante, prácticamente el segundo del Ministerio, pero cayó en desgracia en el Grande Oriente al acusarle de malversación de caudales públicos, pero aún le dolió más que se le imputara negligencia en su cargo, abulia, despreocupación, falta de celo y vida licenciosa y de ostentación. Sin embargo, tuvo que aceptar su dimisión forzada como gran maestre del GOE. Terminó refugiado en Francia, y exiliado después en México, donde murió.
Otro marino que tuvo un papel esencial en el desarrollo de los primeros momentos de la guerra fue Benjamín Balboa desde su puesto de radiotelegrafista de guardia en el Centro de Comunicaciones de la Armada en la Ciudad Lineal de Madrid. El 18 de julio de 1936 cuando se recibió el telegrama de Franco desde Canarias saludando al ejército de África, él se negó a transmitir ese mensaje y, previa detención de su superior y en comunicación con el Ministerio de Marina, se puso en contacto directo con sus compañeros radiotelegrafistas de los buques, instándolos a sublevarse contra sus superiores del Cuerpo General de la Armada y contra los oficiales del Cuerpo General que pretendían transportar las tropas del ejército de África a la Península, hecho clave en los primeros días de la sublevación militar. Tenía una doble militancia muy arraigada: la masonería y el republicanismo. Al final de la guerra civil pudo refugiarse en Francia, de donde fue reclamado por el gobierno del general Franco para ser juzgado y con toda probabilidad fusilado por las muertes de oficiales de la Armada como consecuencia de la sublevación de la marinería. Figuraba en la primera lista entregada a la Gestapo en la que figuraban otros destacados políticos de la República, como Companys, que fueron fusilados. Pudo evitarlo al encontrar asilo[7] en la embajada de Chile. De Francia pasó a Marruecos y de ahí a Méjico, país en el que vivió exiliado hasta su muerte, poco tiempo después de la de Franco. Nunca pudo regresar a España.
José Balboa, hermano de Benjamín y también masón, fue destinado al Centro de Comunicaciones en la Ciudad Lineal por influencia de su propio hermano. Ascendido a capitán de navío desde su puesto de radiotelegrafista de la Armada, fue nombrado juez instructor y su actuación como tal le valdría la condena a muerte en juicio sumarísimo efectuado en Cartagena en 1939, al final de la guerra.
Ambrosio Ristori de la Cuadra Fue un reconocido miembro de la masonería a la cual se afilió desde época muy temprana. Durante la Segunda República fue un destacado miembro de la UMRA. En el Ministerio de Marina también se convirtió en uno de los hombres fuertes, y desde allí fue uno de los que logró que la marinería y los suboficiales de la Armada se mantuvieran fieles a la República.
Almirante Luis Monreal. Hombre de firmes convicciones republicanas y conducta ejemplar, como reconocieran sus propios compañeros del bando nacional, fue condenado a muerte tras la derrota, aunque la última pena le fue conmutada por la de encarcelamiento y expulsión de la Marina. Recobrada la libertad tras años de prisión, el almirante Monreal rechazó las ofertas que se le hicieron para reintegrarse en la vida civil (era ingeniero) y marchó al exilio francés. Allí hizo cuanto estuvo en su mano por organizar las fuerzas dispersas de la Masonería española con la vista puesta en un futuro cambio de régimen político en España.
Del total de militares masones, en torno al 27% se adhirieron al Bando Nacional y aunque muchos de ellos no serían perdonados, algunos sí continuaron prestando sus servicios —exitosamente incluso— en las fuerzas armadas tras la Guerra Civil. Entre los numerosos ejemplos, podemos citar al capitán Ernesto Sellés Rivas, vizconde de Castro y Orozco, séptimo hijo del marqués de Gerona. Nacido en Granada en 1888, sería iniciado el 28 de marzo de 1931 en la logia “Hércules” 446 de la Gran Logia Regional del Mediodía, del Gran Oriente Español. En mayo de 1940 presentó ante las autoridades militares su declaración-retractación lo que le llevó a obtener el sobreseimiento de las actuaciones judiciales en 1946.
Conocido es el caso del general Miguel Cabanellas Ferrer. Comandante general de Menorca en 1926, En 1932 sustituyó a Sanjurjo como Director general de la Guardia Civil. Su amistad personal con Alejandro Lerroux le llevó a afiliarse al Partido Republicano Radical y a ser diputado por Jaén en 1933. Como jefe de la V Región Militar (Zaragoza), Cabanellas fue, junto a Mola y otros militares, uno de los principales implicados en el golpe militar de julio de 1936. De hecho, en su calidad de general más antiguo, asumió la jefatura de la Junta de Defensa Nacional de Burgos desde el 24 de julio hasta el 30 de septiembre de 1936, fecha en la que Franco fue elegido Jefe del Estado. Había sido iniciado en Madrid en 1932 y estuvo afiliado a las logias madrileñas “Mare Nostrum” y “Condorcet” hasta su traslado a Zaragoza, en donde mantuvo buenas relaciones con sus hermanos masones de la logia “Constancia”. En su Expediente masónico de Salamanca consta su correspondencia con varias logias dependientes de la Gran Logia de Marruecos.
Otro general masón fue Mariano Muñoz Castellanos, nacido en Madrid en 1880. Se inició el 13 de mayo de 1927 en la madrileña logia “Danton” 7 del Gran Oriente Español, bajo el nombre simbólico de Lealtad. Al parecer en 1936 estaba vinculado, aunque como hermano durmiente, al triángulo “Floreal” de Calatayud, el cual dependía de la logia “Constancia” 16. Con motivo de su ascenso a general en febrero de 1938, Muñoz Castellanos fue procesado por masón aunque fue exonerado de responsabilidad.
De entre los coroneles masones cabe citar a Enrique Adrados Semper, del cuerpo de ingenieros, Iniciado con el nombre simbólico Zola el 28 de marzo de 1935 en la logia “Constancia” 16 de Zaragoza, del Gran Oriente Español, pasó al grado de compañero el 7 de diciembre de 1935. Poco después obtuvo la maestría. Al inicio de la Guerra se sumó al Bando Nacional como comandante militar de Huesca. Tomó más tarde el mando de la brigada mixta del Cuerpo de Ejército de Aragón, de la 55ª División, y la Jefatura del Estado Mayor del III Cuerpo de Ejército (Cuerpo de Ejército del Turia). Por su brillante actuación militar, fue recibido en audiencia por Franco en enero de 1939 y le fueron concedidas dos cruces de guerra, cuatro cruces de 1.ª clase del mérito militar con distintivo rojo, dos cruces de San Hermenegildo y placa pensionada, una cruz del mérito de la orden del águila alemana con espadas, y la cruz de comendador de la Orden de la Corona italiana. Denunciado por masón, el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo le abrió el sumario 848/1945 y le citó a comparecer, aunque la causa se archivó provisionalmente por hallarse en “ignorado paradero”. Dado que el coronel Adrados Samper estaba perfectamente localizado en Madrid, era evidente que las autoridades militares ordenaron la suspensión de la causa a la vista de su brillante hoja de servicios.
Igualmente era masón el teniente coronel de Artillería Luis Parallé de Vicente. Con el nombre simbólico Templanza, había sido iniciado en diciembre de 1929 en la logia “Curros Enriquez” 9 de La Coruña, adscrita al Gran Oriente Español. Procesado por masón, pero habiendo sido absuelto, continuó en el servicio activo, aunque no ascendió al generalato. En 1943 estaba destinado en la jefatura de los servicios de Automovilismo de la 7.ª Región Militar. No tuvo la misma suerte el también teniente coronel Alejandro Quesada del Pino, iniciado en diciembre de 1920 en la logia “Constante Alona” 3 de Alicante, simbólico “Pestalozzi”, y miembros de otras logias como “Cordorcet” 13 o “Hijos de Hiram” 9 de Madrid, que, pese a presentar plancha de quite en 1935 e incorporarse al bando sublevado, fue separado del servicio.
El comandante de Infantería Enrique Alonso Allustante, fue iniciado en 1931 en el triángulo “Lombroso” de Xauen (Marruecos), bajo patente del Gran Oriente español, recibió el nombre simbólico Joaquín Costa. En su posterior declaración-retractación explicó las circunstancias que le movieron a abandonar la masonería. Relató que, a raíz del triunfo del Frente Popular, había sido sancionado con sus compañeros del Grupo de Asalto de Oviedo y trasladado a Zaragoza. Añadía que, pese a haber sido “expulsado el día antes del glorioso Movimiento”, fue “el primer oficial que, al frente de mi compañía, se lanzó a la calle en Zaragoza”. Además, señaló que había asistido “a varias reuniones de oficiales antes del Movimiento, no ocultando a nadie lo que había sido y diciéndolo en voz alta en cuanto tenía ocasiones para ello”. A la vista de su “colaboración resuelta y decidida para el triunfo del glorioso Movimiento Nacional en Zaragoza, al mando de una Compañía de Asalto”, las concesiones de la medalla de oro de Zaragoza y la medalla de sufrimientos por la Patria (BOE, 107, 15-10-1938) así como su brillante hoja de servicios, fue finalmente absuelto del delito de pertenencia a la masonería.
Un caso similar fue el del comandante José Galán Fontenla, el cual también sería procesado y posteriormente absuelto gracias a su meritoria trayectoria. Iniciado el 30 de octubre de 1932 en el triángulo “Adelante” 7 —luego logia “Constancia” 13— de Orense, con el nombre simbólico Baüer. En mayo de 1933 presentó una propuesta para combatir la propaganda antimasónica e “impedir que contra nosotros se desaten las iras clericales de modo tan grosero e infame”, pero “sin llegar a la amenaza ni a la ejecución de actos reprobables”. El 18 de julio de 1936 se unió al golpe militar, a favor del cual participó en diversos hechos de armas en Oviedo, Vizcaya, Huesca, Navarra y en el frente de Guadalajara. Obtuvo dos cruces de 1.ª clase del mérito militar, dos cruces rojas, dos cruces de guerra y la cruz de la real y militar Orden de San Hermenegildo.
De entre los capitanes masones podemos citar a Luis de Martín-Pinillos Bento, hijo del gobernador militar de Algeciras. Bajo el pseudónimo de Evaristo San Miguel fue iniciado en la logia “Igualdad” 53 el 10 de febrero de 1934, si bien causó baja a finales de ese mismo año. Adherido al alzamiento, tras la Guerra Civil siguió en activo en la Armada. El Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo decretó en 1952 el archivo de las actuaciones. También el teniente Ramón Díaz Cañas Se inició en la logia “Trafalgar” 20 del Gran Oriente Español en diciembre de 1932. En abril de 1934 se le concedió la baja (plancha de quite) a causa de la Orden ministerial que prohibía “a los militares asistir ni pertenecer a ninguna sociedad”. Procesado por masón, presentó declaración-retractación de abril de 1940, y continuó en el servicio activo como capitán de la escala complementaria de Infantería.
Como conclusión, consideramos necesario recoger unas palabras que, sobre la masonería y su actuación, dejó escrito D. Antonio Goicoechea (1876-1953)[8], en un famoso prólogo:
”Quiero, ante todo, hacer una afirmación: soy de los que conceden importancia a la masonería. Una organización que actúa en la clandestinidad y tiene relaciones secretas internacionales constituye siempre un peligro para el Estado. Y con doble motivo si se trata de la masonería, cuya actuación, no por subterránea es desconocida, porque sus procedimientos esotéricos se manifiestan en una constante labor de subversión de los pilares más firmes de la sociedad y de la civilización cristiana…….
….Hay que combatir a esa secta, no sólo porque lucha constantemente para lograr la negación del más caro y genuino sentimiento nacional, sino por su labor cautelosa contra la conciencia religiosa del pueblo español…La masonería es un peligro para la integridad de la Patria”
[1] Iniciado el 21 de diciembre de 1926 en la Logia Hispano Americana adoptando el nombre simbólico de «Vigor».En el mes de noviembre de 1930, involucrado en una de las muchas conspiraciones organizadas por entonces contra la monarquía alfonsina, prestaba juramento en la Logia Ibérica de Madrid. Ante el Venerable de la Logia, con la mano descansando sobre el Evangelio de San Juan, leyó la fórmula que para la ocasión prescribía el ritual: «Juro solemnemente ante el Gran Arquitecto del Universo y ante vosotros, mis hermanos, que el día que reciba la orden del Comité Revolucionario, proclamaré la República en Jaca —donde estaba destinado— y lucharé por ella aunque me cueste la vida». La escena tuvo por testigo a Juan Simeón Vidarte (entonces vicesecretario del PSOE, quien la reseña en su crónica de aquellas jornadas: «No queríamos al Rey»). Galán y su adjunto, García Hernández, fueron fusilados por las tropas gubernamentales de la monarquía en su etapa de la llamada “dictablanda” el 12 de diciembre de 1930 tras fracasar en su intento, convirtiéndose en personajes de leyenda para los republicanos.
[2] Según declaración jurada del Teniente Coronel Morlanes en Historia 16, Año II, nº 15, pg 43, artículo de Ferrer Benimeli
[3] General de Caballería,Gentilhombre de cámara de Alfonso XIII: fue el primer jefe de las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla. Allí se inició el 4 de abril de 1923, bajo el nombre simbólico Lafayette, en la logia “Hijos de la Africana” n.° 430, que trabajaba con patente del Gran Oriente Español. Nombrado Inspector general del Ejército en 1935, tras el alzamiento del 18 de julio de 1936 permaneció fiel a la República, lo que motivó que fuera detenido y fusilado el 24 siguiente por orden del general Mola.
[4] Álvarez Tardío, M y Villa García, R: 1936 Fraude y Violencia en las elecciones del Frente Popular, ESPASA, 2017
[5]El final de Barceló (simbólico Pitágoras) fue realmente trágico: fusilado contra las tapias del cementerio de la Almudena el 12 de marzo de 1939, tras varios días de enfrentamiento entre comunistas y anticomunistas. Consecuencia de la política turbia y desesperada de entonces, Barceló fue ejecutado tras ser juzgado y condenado en consejo de guerra por sus antiguos compañeros de armas republicanos, La orden de detención y encausamiento había partido del coronel Segismundo Casado López (masón igualmente —simbólico Berenguer de la logia Hispanoamericana—) quien presidía el Consejo de Defensa de Madrid y abogaba por la rendición ante los nacionales, contra la opinión de los comunistas de continuar la lucha.
[6] La fecha exacta de la muerte del coronel Puigdengolas fue motivo de cierta controversia para la historiografía hasta la publicación de «El Coronel Puigdengolas y la Batalla de Badajoz». Alonso García, Héctor. Publicaciones de la Universidad de Valencia, Valencia, 2014
[7] No se explica que pudiera huir de la Gestapo si no es por la ayuda de la famosa “cadena de unión fraterna”.
[8] Letrado del Consejo de Estado, político monárquico, Senador, Diputado y Ministro en el reinado de Alfonso XIII, durante la II República líder del partido político “Renovación Española” y en el Régimen de Franco Gobernador del Banco de España.
Una aproximación a las fraternidades masónicas militares -I-
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