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Indoeuropeos, en busca del hogar de origen por Alain de Benoist

El misterio del origen de los protoindoeuropeos continúa siendo un enigma, pero quizás no tan indescifrable tras la lectura de este libro.

Imagen con licencia Pixabay

Por Jesús Sebastián Lorente

La cuestión del «hogar de origen» (Urheimat, Homeland) de los indoeuropeos ha dado lugar a hipótesis y suposiciones de lo más variado, teorías que son pormenorizadamente analizadas en el libro de Alain de Benoist titulado Indoeuropeos: en busca del hogar de origen, sin que el autor —ni nadie— pueda aventurar una solución definitiva, a pesar de que las nuevas revelaciones de la paleogenética apunten a la «cultura Yamna» de las estepas eurasiáticas, pues las evidencias antropológicas y arqueológicas señalan insistentemente el área nórdica europea. En cualquier caso, el debate sobre la «patria original» de los indoeuropeos sigue abierto.

Hace 5 000 años (especialmente en el período 2800/2500 a.C.), en la Edad de Bronce, parece que un pueblo de las estepas pónticas eurasiáticas, de pigmentación predominantemente clara (piel, ojos y cabellos), pastores nómadas y ganaderos, depredadores guerreros montados a caballo y con carros de ruedas, que utilizan tanto para el transporte como para el combate, con singulares ritos funerarios, innovadora metalurgia y singular alfarería, comienza a invadir Europa, en sucesivas oleadas migratorias, imponiéndose a los pacíficos cazadores-recolectores-agricultores. En cualquier caso, hacia 2000 a.C., las aguerridas bandas de nómadas esteparios alcanzaban las costas atlánticas y pasaban a las islas británicas, tras una frenética carrera de invasión y conquista, arrasando a su paso con las primitivas culturas precivilizacionales europeas, agrícolas, pacíficas, matriarcales e igualitarias.

Su “hábitat original”: las estepas de Rusia y Ucrania meridionales, entre los mares Negro y Caspio, alcanzando, por el oeste, hasta Hungría oriental atravesando los Balcanes, y por el este, hasta la actual Kazajistán y el Altái, lo que validaría la hipótesis de los «kurganes» (tumbas en forma de túmulos) de la arqueóloga lituano-americana Marija Gimbutas. Su mayor “legado”: la impresionante extensión de las lenguas indoeuropeas, en las que se inscriben la mayoría de los idiomas hablados desde Islandia e Irlanda hasta el norte de la India, además de las periferias indoeuropeas en América, Australia y Sudáfrica. Esta «hipótesis póntica y esteparia» parecía desmentir la «hipótesis nórdica o germánica» sostenida, entre otros, por Gustaf Kossinna (y más recientemente, por Lothar Kilian y Carl-Heinz Boettcher), la cual encaja mejor con los datos prehistóricos de la mitología y la antropología, pero que cayó en desgracia por el perverso uso de los «arios» en la Alemania nazi. Su “otro legado”: la herencia genética.

Eran los «Yamnayas», los protoindoeuropeos que colonizaron toda Europa, Asia Central, alcanzando el sur del Cáucaso, Irán, Afganistán, Pakistán, la India y el Turquestán chino. La cultura «Yamna» (“hoyo” en ruso y ucranio, por referencia a los sepulcros donde enterraban a sus muertos) es un “pueblo fantasma”, como se conoce en genética, un pueblo que ha desaparecido pero que puede identificarse por las huellas genéticas, arqueológicas, lingüísticas y antropológicas que ha dejado a su paso. El resultado es que los genes de los Yamnayas están presentes, en mayor o menor medida, en todos los europeos actuales. Por ello, las investigaciones paleogenéticas dirigidas particularmente por el genetista norteamericano David Reich ―efectuadas a partir de 2010 y culminadas en 2015― concluyen que «hoy en día los pueblos del oeste de Eurasia (la inmensa región que abarca Europa, Oriente Próximo y gran parte de Asia central) presentan una gran semejanza genética […] Eurasia occidental se revela homogénea, desde la fachada atlántica de Europa hasta las estepas de Asia central (Quiénes somos y cómo hemos llegado hasta aquí. ADN antiguo y la nueva ciencia del pasado humano, Barcelona, 2019). Los haplogrupos genéticos R1a y R1b, transmitidos por línea paterna, son los más representativos de los europeos actuales, con un predominio del primero en el este y del segundo en el oeste. Precisamente, estas dos ramas están directamente ligadas a los ancestros Yamnayas. Pues bien, en torno a 2500/2000 a.C., según los datos suministrados por el ADN antiguo, el componente “norcaucásico” o “estépico” formaba parte ya del patrimonio antropológico de la mayoría de los pobladores de Europa.

Hay que señalar que, en realidad, las disciplinas arqueológicas, lingüísticas y mitológicas ya indicaban que el estrecho parentesco entre las lenguas indoeuropeas obligaba a deducir que todas ellas derivan de una única lengua originaria (Ursprache), que había sido hablada por un único pueblo (Urvolk) en una antiquísima patria de origen (Urheimat), para ser difundida posteriormente en el curso de una serie de migraciones. De tal forma, que la difusión de las lenguas indoeuropeas representaría la expresión de un pueblo que vivía en una misma área geográfica, en una comunidad de cultura y civilización, compartiendo las expresiones relativas a la flora, la fauna, la economía y la religión. Ahora, la paleogenética habría llegado para confirmar esta hipótesis.

Pero, ¿cómo pudo producirse esta rápida migración/expansión en un pueblo presuntamente reducido en cuanto al número de miembros? En primer lugar, esa “rapidez” debe matizarse prescindiendo de parámetros bélicos actuales, pues según el investigador Wolfang Haak, la “conquista” de tan inmenso territorio pudo durar unos 500 años. En segundo lugar, los factores de explicación de esta prehistórica “gran marcha” protoindoeuropea son diversos. El carácter eminentemente guerrero de los Yamnayas, con una aplastante superioridad en cuanto al dominio de la metalurgia, reflejada en el uso de armas como la espada, la daga, el arco y el hacha de combate, su extrema movilidad por el uso del caballo y de los carros con ruedas, así como una sociedad estructurada muy jerárquicamente en torno a un grupo de hombres que ostenta las supremas jefaturas de los diversos clanes y familias tribales, a lo que habría que añadir, según Kristian Kristiansen, una mayor complexión antropológica, más corpulencia en definitiva, debido seguramente a una mejor alimentación, pues frente a una dieta básicamente reducida a los cereales y los vegetales propia de los paleoreuropeos, los Yamnayas disfrutaban de un régimen más calórico basado también en la carne y los productos lácteos. La conquista/invasión fue obra, sobre todo, de hombres jóvenes (según las secuencias cromosómicas, entre 5 y 15 hombres por cada mujer), de “bandas” no muy numerosas, pero muy activas militar y sexualmente, pues tuvieron un gran éxito reproductivo, seguramente por disfrutar de ventajas en la competición por las parejas femeninas, al ocupar la cúspide del poder simbólico, religioso, político, militar y social.

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En cualquier caso, aunque los hallazgos genéticos atribuyen un peso central a los Yamnayas en la difusión de las lenguas indoeuropeas, lo que inclina la balanza definitivamente en favor de alguna variante de la «hipótesis esteparia», esos descubrimientos no resuelven aún la cuestión del territorio de origen de las lenguas indoeuropeas ―reconoce Reich―, el lugar donde esas lenguas se hablaban antes de la espectacular expansión yamnaya. El debate sobre la «patria original» de los indoeuropeos, por tanto, sigue abierto.

A pesar de la tremenda sensación que han causado los estudios paleogenéticos, que revelaron la migración masiva de los pueblos de la cultura esteparia Yamnaya en la temprana Edad de Bronce hacia el norte, centro y oeste de Europa, considerando este acontecimiento como la base de la difusión de las lenguas indoeuropeas, otros autores, comienzan a expresar sus críticas sobre la inferencia genética y, en particular, sus implicaciones para el problema de los orígenes de las lenguas indoeuropeas.

Según las revelaciones genéticas, la esteparia «cultura Yamna» estaría asociada al lenguaje protoindoeuropeo, mientras que el origen de los grupos lingüísticos derivados (griego, germánico, itálico, eslavo, céltico, báltico, entre otros) se atribuiría a las culturas de la «Cerámica Cordada» (también llamada “cultura del hacha de combate”, extendida por el norte y noreste de Europa). Sus propios partidarios, sin embargo, son conscientes de la relativa debilidad de sus conclusiones, adelantando, por ejemplo, que quizás no todos los pueblos indoeuropeos provengan de los Yamnaya, sino solo algunos de ellos. Lo que significa, en esencia, que entonces no se trata de la cuna del protoindoeuropeo, sino solo de una de sus subfamilias: en este caso, la hipótesis estépica del origen de los indoeuropeos se transformaría únicamente en el origen, por así decirlo, del grupo de los indoiranios.

Muchos arqueólogos dudan de que los descubrimientos en cuestión reflejen una migración directa de la «cultura Yamna» a la «cultura Cordada». La primera duda es que el pueblo Yamnaya hablara la lengua protoindoeuropea. Todas las fechas reconocidas para la fragmentación de la lengua protoindoeuropea se sitúan entre los milenios séptimo y quinto a.C. La cultura Yamnaya está bien fechada por la cronología calibrada del radiocarbono: comienza, como muy temprano, dentro del segundo tercio del tercer milenio a.C. Así pues, hay una brecha de unos 2,5 milenios (1,6 milenios como mínimo).

El arqueólogo ruso Leo S. Klejn destacaba un hecho notable: la extraña distribución de las contribuciones genéticas esteparias a las culturas de la «Cerámica cordada» y sus descendientes, revelada por Haak y otros, muy rica en el norte de Europa y cada vez más débil hacia el sur, particularmente en Hungría, justo donde se encuentra el borde occidental de la propia «cultura Yamna». Esta distribución está en desacuerdo con la sugerencia de que la fuente de la contribución a las culturas de la «Cerámica Cordada» es la «cultura Yamna» del sureste; esa misma distribución parece bastante más natural si se sugiere que la fuente común (de ambas unidades culturales) se encuentra en el norte de Europa ―y de ahí la causa común de la similitud genética.

El misterio del origen de los protoindoeuropeos continúa siendo un enigma, pero quizás no tan indescifrable tras la lectura de este libro.

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Indoeuropeos: en busca del hogar de origen
Autor: Alain de Benoist
Prólogo: Santiago de Andrés
Apéndices: Patrick Bouts
Epílogo: Jesús Sebastián Lorente
Editorial Eas, 2020

Esta reseña se publicó por primera vez en el Manifiesto.com

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