Lo que se menciona en este titular debería de resultar una obviedad sobre la cual no hiciera falta discutir. Pero, por desgracia, conviene hacer ciertos recordatorios, en base a la buena intención de la acción y la palabra de uno mismo.

Con motivo de la epidemia del COVID-19, estamos viendo cómo se incurre en una praxis de “eutanasia indirecta” en hospitales tanto españoles como italianos (mientras que los neerlandeses, pioneros continentales de la legalización de semejantes asesinatos).

Pero la cosa no se queda ahí. En los Estados Unidos, algunos hospitales están emitiendo directrices de no reanimación de aquellos pacientes con parada cardiorrespiratoria que también estén contagiados por el virus.

A medida que esta toma de criterio iba saliendo a la luz, varios sectores de la sociedad norteamericana han comenzado a manifestar su notoria preocupación ante lo que podría considerarse como un avance de la cultura de la muerte.

Según el diario LifeSite, una de esas voces ha sido la de Peter Breen, vicepresidente y consejero de la Thomas More Society, en una manifiesto para el Fondo de Defensa de la Libertad de Conciencia. En palabras suyas, se expone lo siguiente:

Estamos leyendo lo inimaginable (el Seattle Times informó de que el Estado de Washington y directivos de hospitales se habían reunido para decidir quién vivía y quién moría). En la capital de nuestra nación, The Washington Post está publicando editoriales sobre la “pesadilla” del racionamiento de la sanidad, igual que National Review en el contundente Estado de Nueva York. La horrible idea de retirar los cuidados a alguien por tan solo ser anciano o tener discapacidad es algo insostenible, que representa un paso gigante en la devaluación de toda vida humana en América.

Por otro lado, tal y como recuerda el doctor Dennis Sullivan, representante de la Christian Medical and Dental Association en Ohio, los médicos adoptan un juramento para actuar siempre en pro del mejor interés de sus pacientes. Asimismo, sugirió confiar en el buen hacer de estos profesionales.

No son este par las únicas declaraciones hechas. Pero sí que puede afirmarse que hay quienes se atreven a reconocer que es totalmente inmoral incurrir en lo que podría entrar en juego con los supuestos y pretendidos intereses de reducción de población de las élites.

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