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Apaciguamiento: el mal europeo

La reimposición de las sanciones a Irán dejará entonces a China, Rusia y los países europeos ante la complicada disyuntiva de cumplir con ellas o asumir unas consecuencias perniciosas en sus relaciones comerciales con EEUU.

Por Richard Kemp

Europa es presa de una enfermedad extraordinariamente virulenta y perniciosa que amenaza el bienestar de sus pueblos y del mundo entero. No me refiero al coronavirus, sino al apaciguamiento. En la década de los años 30 del siglo pasado, también la política exterior anglo-francesa estuvo dominada por el apaciguamiento, entonces ante la Alemania nazi; apaciguamiento que fracasó a la hora de impedir una de las mayores catástrofes que haya sufrido la civilización y que se cobró la vida de millones de personas.

Ahora, el Reino Unido y Francia tratan de apaciguar a las tres potencias que más amenazan al mundo en estos momentos: Irán, China y Rusia. Como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, el otro día tanto Londres como París se arrodillaron ante sus archienemigos al negarse a apoyar una resolución de su mayor aliado, EEUU, para prolongar el embargo de armas onusiano que pesa sobre Irán. Por supuesto, la iniciativa norteamericana fue rechazada por China y Rusia, que pretenden vender armamento convencional avanzado a Teherán en cuanto se levante el embargo, el próximo mes de octubre.

Volvamos a los años 30. Las intenciones agresivas de la Alemania nazi estaban claras. Aunque el apaciguamiento con Hitler no tiene excusa, la razón primordial era quizá comprensible: la actitud imperante de ‘paz a cualquier precio’ luego de la inaudita carnicería de la Primera Guerra Mundial, todavía fresca en la memoria de todo el mundo.

Hoy, las intenciones del Irán de Jamenei son igual de claras, y las materializa con frecuencia en agresiones imperialistas por todo Oriente Medio, sobre todo contra Irak, Siria, el Líbano, el Yemen y Arabia Saudí, así como en sus incesantes amenazas y acciones militares contra Israel.

Aun si los países europeos fueran tan miopes como para ignorar esas distantes agresiones, ¿cómo podrían hacer lo mismo ante la miríada de acciones terroristas y asesinatos pergeñada por los peones iraníes en sus propios territorios en los últimos años? Hablamos de asesinatos o intentos de asesinato de disidentes iraníes, así como de un intento fallido de atentado con bombas contra una convención en París en 2018 y del almacenamiento de toneladas de material explosivo en Londres en 2015. Sólo unos años antes mantuve discusiones en Downing Street sobre la muerte de soldados británicos en Irak a manos de aliados de Irán, y me encontré con una amplia reluctancia a adoptar medida significativa alguna.

Las excusas para el retraimiento franco-británico son menos convincentes hoy que en los años 30 y aluden, por ejemplo, a la resaca de las recientes campañas en Irak y Afganistán, aunque, comparadas con la Gran Guerra, aquéllas apenas afectaron a nadie en Europa. En tal parálisis encontramos un viejo y arraigado sentimiento de culpa colonialista, explotado durante décadas por la izquierda para minar la autoconfianza nacional y promover un espíritu de apaciguamiento hacia los países de Oriente Medio. El creciente radicalismo islámico tanto en el Reino Unido como en Francia, que albergan decenas de miles de yihadistas, también ha contribuido a excitar la pusilanimidad.

Si el legado económico de la Gran Depresión alimentó el apaciguamiento en los años 30, hoy en día la vinculación comercial con China y Rusia, junto con la aprensión ante el panorama económico post-covid, hace que los Gobiernos e instituciones europeos teman alienarse a ambos.

Hay otro factor que quizá pese aún más en los apabullados políticos europeos. Gran Bretaña e –incluso aún más– Francia están muy preocupados por el acuerdo nuclear con Irán suscrito por el anterior presidente de EEUU, Barack Obama, directamente responsable de la crisis que se vive ahora en el Consejo de Seguridad de la ONU. Los dos países, así como Alemania y la propia UE, saben perfectamente que, en vez del objetivo declarado de cerrar a Irán la vía a la adquisición de armamento atómico, el PAIC de hecho le allana el camino; no sólo a la adquisición de capacidades nucleares, sino a hacerlo de manera legítima y efectiva, con la bendición del Consejo de Seguridad.

Ignorando valoraciones mejores, accedieron al PAIC porque así se lo pidió el presidente Obama, al que veneraban. La retirada de EEUU del acuerdo, ordenada por el presidente Trump, les ha generado un dilema. Y es que desprecian a Trump tanto como veneraban a Obama y, aunque saben que aquél tiene razón, posiblemente no sigan su estela.

El otro día, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, puso en marcha la reactivación de las provisiones sobre las que se basa el apoyo de la ONU al PAIC, en función de lo consignado en la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad. Y lo hizo porque el Consejo rechazó la prórroga del embargo de armas contra Teherán. Su efecto será la reimposición de todas las sanciones de la ONU contra Irán, empezando por el embargo de armas convencionales. También vedará el apoyo internacional al programa misilístico iraní, al desarrollo iraní de misiles capaces de portar componentes nucleares y a las actividades nucleares de enriquecimiento de la República Islámica. Y reinstaurará las prohibiciones de viajar que pesaban sobre ciertos miembros del régimen de los ayatolás. La reactivación pondrá fin al PAIC de tal manera que su recuperación será imposible.

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La reactivación inmediata está justificada, al amparo de la Resolución 2231, por las violaciones iraníes de sus compromisos para con el PAIC, tal y como ha certificado la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que en junio anunció que Teherán había enriquecido uranio e incrementado sus provisiones de uranio poco enriquecido más allá de lo permitido, almacenado una cantidad excesiva de agua pesada, testado centrifugadoras avanzadas y recomenzado el enriquecimiento en la planta de Fordow, todo ello en contravención de lo pactado. Asimismo, la AIEA ha especificado que Irán sigue negándose a permitir el acceso de inspectores internacionales a sus instalaciones nucleares, y puede que esté ocultando materiales y procesos nucleares no declarados.

Por supuesto, el Reino Unido y Francia lo saben de sobra, y en enero pusieron en marcha, junto con Alemania, el mecanismo de resolución de disputas del PAIC en protesta por las violaciones iraníes del mismo. Pero siguen rechazando la exigencia norteamericana de prorrogar el embargo de armas contra Irán y piensan no sólo negar el apoyo a EEUU en la cuestión de la reactivación, sino frustrar activamente su empeño en el Consejo de Seguridad, en refuerzo de los intentos rusos y chinos al respecto, por supuesto saludados por Alemania y la UE.

Como Irán, esos países esperan y desean que el presidente Trump pierda las elecciones de noviembre y el acuerdo nuclear sea rescatado por su sucesor. Con independencia de quién gane esos comicios, no será fácil que tal cosa suceda. Los defensores de Irán tratan desesperadamente de impedir la reactivación aduciendo que, tras su retirada del PAIC, EEUU no tiene nada que decir. Lamentablemente para ellos, están equivocados. Pero eso no quita para que se desvivan tratando de retorcer los términos y precedentes del Consejo de Seguridad.

Al final es probable que la maniobra de Pompeo tenga éxito. La reimposición de las sanciones dejará entonces a China, Rusia y los países europeos ante la complicada disyuntiva de cumplir con ellas o asumir unas consecuencias perniciosas en sus relaciones comerciales con EEUU. Puede producirse un daño irreparable no sólo en las relaciones euro-americanas sino en la propia ONU, institución ya muy cuestionada por muchos en EEUU.

¿Y todo esto para qué? Puede que saquen tajada Rusia y China, cuyas ventas de armas a Irán les reportarán jugosos ingresos y que verán extenderse su influencia sobre la región a expensas de América y Europa.

En cuanto a esta última, quizá logre un retorcido reconocimiento por plantarse ante EEUU y el malvado Trump. Y algunas migajas comerciales con Irán. Pero, definitivamente, no se hará avanzar la paz ni la seguridad global. Puede que los belicistas ayatolás que gobiernan en Teherán también se beneficien, pero desde luego no lo harán el pueblo iraní ni los demás países mesorientales. Numerosos iraníes de bien no quieren más que acabar con los ayatolás opresores que les han convertido en parias y llevado a la miseria. Si la reintroducción funciona, las sanciones norteamericanas acelerarán el fin del régimen terrorista de Teherán. Y dará más confianza y seguridad a los países árabes, cada vez más temerosos de un Irán con armas nucleares.

El apaciguamiento europeo de los años 30 acabó siendo gestionado casi en exclusiva por un solo hombre: Winston Churchill. Al primer ministro británico actual, Boris Johnson, que ha escrito una biografía de aquél, cabría aconsejarle que reflexionase sobre cuál sería la reacción de su biografiado ante esta difícil situación, y que se alineara con nuestros aliados americanos en el Consejo de Seguridad.

Artículo original publicado en www.gatestoneinstitute.org y traducido por El Medio.

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