Hubo un tiempo en que Europa era, antes que otra cosa, la Cristiandad. Hubo un tiempo en que la sociedad feudal, tras siglos de conservación y vivificación de la cultura clásica y cristiana, ya unidas armoniosamente, eclosionó en forma de ciudades prósperas, universidades florecientes y esbeltas catedrales góticas. El siglo XIII, con sus luces y sus sombras -¡y qué siglo no las tiene!- fue el tiempo en que el más hermoso arte gótico, elevado hacia el Cielo como agujas de energía espiritual conoció la más bella filosofía y teología cristianas, la llamada Escolástica.
¿Quién otro merece el título de príncipe de la Escolástica que no sea Santo Tomás de Aquino? Nadie le puede hacer sombra. Ningún mortal ha sabido hacer mejor la gran síntesis de la filosofía griega y la sabiduría patrística. Nadie llevó tan lejos, con tan exacto orden y pulcritud, la labor encomiable iniciada por San Agustín: forjar una filosofía Cristiana. No una filosofía “hecha por cristianos”, sino una Filosofía Cristiana con mayúsculas, una síntesis definitiva y global.
Quienes son de mi generación, y acaso los de otras quintas y añadas, somos gentes que hemos padecido las campañas anti-tomistas. Tendenciosamente asociado el tomismo a una supuesta oscuridad clerical, a un régimen “nacional-católico”, a un acartonado pensamiento reaccionario, etc., pues querían apartar a España del Espíritu, no nos enseñaron a Tomás en el colegio ni en la Universidad. Quienes quisimos saber algo de Filosofía hubimos de recibir mil pamplinas y píldoras de “materialismo filosófico”, cientifismos varios y locuras de posmodernidad. Pero nunca es tarde para descubrir la verdadera Filosofía Clásica y Perenne, que es una Filosofía de Verdad y que busca la Verdad.
Debo confesar al lector que gracias al Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana) en Barcelona, descubrí que el tomismo está vivo, muy vivo y floreciente a lo largo y ancho del mundo. Noté que es un verdadero saber, comprometido en la búsqueda de la Verdad. También, incidentalmente, aprendí a asociar la ciudad de Barcelona a otra cosa bien distinta de cuanto nos transmiten los medios. Otra cosa que no sean fanatismos separatistas, corruptelas políticas, “okupas” y anti-sistema, tumultos callejeros y proselitismos de Mahoma o de la aberración. Barcelona es todo esto, y bien que lo lamento, pero también, a Dios gracias, es todavía una ciudad cristiana que resiste a la barbarie creciente con faros en la oscuridad: uno es la luz de la Escuela Tomista de Barcelona. Tras la estela del profesor Canals Vidal, un claustro de sabios profesores sigue en activo e investiga la Verdad, mientras otros docentes de otras coordenadas mentales, por el contrario, juegan al despiste, siembran confusión. Los tomistas de la Balmesiana ahondan en la ciencia del Doctor Angélico, poniendo y buscando orden en el caos. Tomás se maravilló ante el Orden de la Creación y se esforzó en reflejar dicho Orden en su pensamiento y en cada una de sus miles de páginas.
La Fundación Balmesiana imparte cursos de lectura comentada de la Suma Teológica de Santo Tomás, y ofrece una diplomatura en Estudios Tomistas a quien los siga con aprovechamiento. Otros aspectos de la Filosofía Cristiana y de la Teología también son tratados a lo largo de cada curso académico en forma de conferencias, cursos o seminarios. Recientemente, a través de una conexión en línea, estos actos académicos pueden seguirse a distancia pero en directo desde cualquier punto del mundo, y no sólo desde las aulas de la Balmesiana. Si el seguimiento en directo, ya sea presencial o no, tampoco es posible, el alumno puede acceder a los contenidos, bien en audio bien en vídeo, y disfrutar de las conferencias casi como si se hallase físicamente en el aula. Es una gran oportunidad para iniciarse en las cuestiones filosóficas y teológicas del tomismo.
El mundo católico, y de manera muy especial el mundo hispano, precisa de unos nuevos “cruzados” que salgan al mundo a recuperar espacios de sacralidad. El mundo católico, que es como decir sin más, “el mundo” (pues sólo se concibe éste en su universalidad) exige una nueva Reconquista. Pero la Reconquista se emprende con la Fe, y una espada sin la Fe no es más que acero para matar. Tomás nos enseñó hasta el agotamiento que la Fe no riñe con la Razón, que la Fe es un ultra-conocimiento, un estado mucho más perfeccionado de las capacidades naturales del hombre, potencias que se inclinan por sí mismas a buscar la Verdad. Por medio de la Fe, gracias a ella o gracias a Dios, al término de la búsqueda y en otro mundo, se vislumbrará esa Verdad que reina sobre todas las cosas, Verdad que se identifica con Él.
En este mundo, y en esta España maltrecha otra vez, en unas tierras en donde la razón ha huido y los extremos más nocivos del racionalismo se han alcanzado para transmutarse en locura colectiva, debemos escuchar a los sabios tomistas. Los profesores Enrique Martínez, Martín Echavarría, Lucas Prieto, Ignacio Manresa, X. Prevosti y muchos más, enseñan a quien posea sed de la Verdad, que la Fe es aliada y superación de la Razón, y que con la Razón sana, que no con el racionalismo, hay mucho terreno ganado para restaurar el Orden cristiano. España y Occidente caen, mueren, dejando de ser tierras de la Cruz, echando sal sobre campos abonados antaño por ese mensaje del Nazareno que fructificó hace siglos entre unos gentiles desunidos en etnias sonámbulas. La Cristiandad fue entonces una sola nación, un solo pueblo en aquel lejano siglo XIII. Una sola Iglesia, una asamblea de quienes comparten la misma Fe y reciben el mismo legado: las Escrituras, ellas servidas por Platón, Aristóteles y Agustín. Lo mejor de Grecia en Filosofía, de Roma en el Derecho, y de los Padres de la Iglesia en Fe y comentario sagrado… Esos textos hicieron a Europa.
El legado del verdadero Renacimiento, el del XIII, que no el del XVI, era enorme. Pero hacía falta un Milagro más: ese Milagro fue que existiera un hombre, un “buey mudo”, un rumiante de palabras tan fuerte como para arrastrar el arado con el cual surcó para siempre el alma del mundo, tan “mudo” como para dejarnos mudos con las miles de páginas de su Catedral, la Summa Theologiae, el milagro del trabajo intelectual inmenso de un hombre que sólo pudo estamparse de tal manera –admirable- en letras y palabras, de una manera que excede nuestra naturaleza, pues detrás estaba el aliento del Señor.
Gracias, Fundación Balmesiana, por mantener y dar nueva vida a este legado.
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