España no está muerta, aún. España no está totalmente tetrapléjica, hasta ahora. A España le quieren aplicar la eutanasia, no hay duda. Pero de momento, España está simplemente catatónica. Sigue viva, pero sin sus capacidades motoras y cognitivas en condiciones mínimas para reaccionar ante un peligro más que inminente. España fue hipnotizada por Felipe González, lisonjeada por José María Aznar, desbrozada por Zapatero, aletargada por Rajoy y noqueada por Sánchez.
España ahora yace en la lona del ring. La sangre no fluye al cerebro, la mente no rige, el árbitro ha iniciado la cuenta atrás. Ciertos espasmos, o movimientos políticos agitados y pasionales, nos hacen creer que hay cierta reacción social. Pero estos movimientos son harto insuficientes, falsas ilusiones fruto de reacciones mecánicas. Abandonemos el símil pugilístico y vayamos a la realidad. En lo espiritual simplemente se ha dinamitado cualquier resto de estructura moral natural y no digamos de la sobrenatural. En lo material, el Estado español ha batido su récord histórico jamás registrado de deuda pública de tal calibre. La estructura económica está simplemente quebrada, aunque lo disimulen todos. Europa piensa cobrarse al modo griego la deuda en la que nos han sumergido nuestros gobernantes. Por otro lado, Marruecos se está convirtiendo en una potencia militar con afanes expansionistas, se nos mea con las aguas territoriales, nos chulea con los caladeros y se felicita enviándonos trágicas pateras. Y nadie reacciona.
Todo se vuelve confuso: los partidos políticos se vuelven erráticos, la locura inunda el ámbito de la política, todo roza el suicidio asistido o a pelo. En el mejor de los casos la catatonia suele derivar en un tipo delirante y crónico, donde el sujeto desconecta totalmente con la realidad.
Un parásito social como Puigdemont aún se ve con fuerzas de prorrogar la inestabilidad en España, o presos condenados por sediciosos, pueden salir de sus cárceles para hacer campaña política. La ilegalidad ha encontrado su lugar de confort en la España socialista en un estado de alarma permanente que permite colar las más insidiosas de las leyes y decretazos. Se desarticulan los mandos policiales preparados y se riegan de prebendas carcelarias a los etarras asesinos. El asalto a la judicatura ya se ha iniciado. El jefe de estado calla. Todo en sigilo, como si nada pasara, se prepara un cambio de Régimen. Da igual, España está catatónica y sus enemigos no esperan que reaccione.
Cuando te han golpeado repetidamente en la cabeza, es decir, cuando las elites han traicionado al país, y sólo piensan en ellas, todo se nubla para el cuerpo social. Se pierde el sentido de la existencia y, lo que es peor, de la esencia. Cuando un país pierde sus raíces, su visión de futuro se torna miope y sólo alcanza al cortoplacismo vital. En esta situación, los tacticismos políticos sustituyen a la estrategia nacional. Todo se vuelve confuso: los partidos políticos se vuelven erráticos, la locura inunda el ámbito de la política, todo roza el suicidio asistido o a pelo. En el mejor de los casos la catatonia suele derivar en un tipo delirante y crónico, donde el sujeto desconecta totalmente con la realidad. Así nos convierten es espectadores mudos de nuestra autodestrucción.
Ya no necesitamos reactivos meramente electorales que vienen a ser como las píldoras ilusionantes o frustrantes que nos prescriben cada cuatro años. Estaña necesita despertar; un despertar milagroso fruto de una toma de consciencia que rompa los marcos en los que nos encierra el constitucionalismo esterilizador y la bonhomía.
Pero no hay que perder la esperanza. Dicen los expertos que la catatonia crónica se remedia con una buena terapia electroconvulsiva. Para los que no expertos, se podría traducir esta terapia de choque como un buen chute de revulsivos; o como diría la abuela … “un buen sopapo para que despierte la niña”. Perdonen la expresión, pero siendo la situación trágica no hay más remedio que recurrir a imágenes contundentes de lo que España necesita.
Ya no necesitamos reactivos meramente electorales que vienen a ser como las píldoras ilusionantes o frustrantes que nos prescriben cada cuatro años. Estaña necesita despertar; un despertar milagroso fruto de una toma de consciencia que rompa los marcos en los que nos encierra el constitucionalismo esterilizador y la bonhomía. España necesita de hombres de raza como los que ante el advenimiento de la II República supieron que cada día se convertiría en una batalla a librar por la salvación de la Patria; necesita de aquel tipo de hombres y mujeres que supieron decir no a un destino que parecía inevitable y determinado por las leyes de la Revolución. España necesita de salir urgentemente de su estado catatónico en el que la han sumido tras cuarenta años de interminable transición. El despertar puede ser traumático, en no hacerlo es mortal.
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