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Análisis

La grandeza española

Ahora desgraciadamente, en la España democrática el sol ha mostrado rápidamente su ocaso, dejando en tinieblas y enturbiado al pueblo español.

La Iglesia Católica que nos había unido primero por la profesión de una misma fe, con el final de la Reconquista y tras ochocientos largos años nos unía ahora con lazo indisoluble en una Unidad Territorial de régimen temporal, y la que con la zancada última de Santiago en Finisterre, donde se creía acababa la tierra, concentraba en la fe su vocación y explicaba en ella su unidad católica y su reunificación  de unidad perdida.

     Santa España, Santa Nación independiente y personal constituida políticamente bajo la soberanía de los Monarcas Católicos, quienes al dar término a la Reconquista reconstruyen la Unidad Territorial, y desde entonces quedó políticamente constituida la nación española independiente y personal, única e indivisible, forjándose la mayor ordenación, triunfo y honra de prosperidad que España nunca tuvo.

     Y no es fácil poder cantar en breves líneas la grandeza de este pueblo que después de poner término victoriosamente a una lucha de ocho siglos contra la barbarie de los moros, alcanzara el destino más alto entre los destinos de la historia humana: el de completar el planeta, con el descubrimiento de un Mundo Nuevo, considerado en sí mismo el más grande y hermoso, que edad alguna vio jamás llevado a cabo por los hombres. Y sabido es que esta colosal empresa, tanto en el ánimo de Isabel la Católica como en el del Almirante Cristóbal Colón, fue por encima de todo, otro motivo secundario, el llevar el nombre y doctrina de Jesucristo a tan apartadas regiones, porque en el fondo esta colosal obra estuvo impulsada por el mismo espíritu heroico de la fe de Cristo que suscitó misioneros, guerreros, exploradores y colonizadores para que España, la Madre-Patria, pudiese engendrar y nutrir para Dios y para la Civilización Cristiana a veinte naciones hermanas que hoy, en el albor del  siglo XXI no la han dejado de llamar: Madre y Patria. Porque nuestra obra ha sido, más que de plasmación como el artista lo hace con su obra, de verdadera fusión para que ni nuestra Patria pudiese ya vivir en el futuro sin sus Américas ni las naciones americanas pudiesen olvidar, aun queriendo arrancar la huella profunda que la Madre las dejó al besarla en aquel beso de tres siglos, con el que las transfundió su propio ser y su propia alma, que España es la madre que con razón o sin ella se ha de defender.

    Y mientras la Patria española, la Santa España de la sobreabundancia alimentaba de su propia vida a innumerables pueblos, constituía en Europa la fortaleza inexpugnable contra el Protestantismo, y frente a la decadencia que señalara el mismo Renacimiento, esta España tuya y nuestra, se autoconstituyó en el faro de la verdadera cultura, con las creaciones imperecederas de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, de Cervantes, de Fray Luis de Granada y de Fray Luis León, de Calderón y Lope de Vega y de Velázquez, etc. Imprimiendo un siglo de oro como jamás se ha alcanzado, y cuya nota característica y fundamental era el fervor religioso, que siempre hemos  sobrepuesto al sentimiento del honor, al sentimiento monárquico y a todos los que impropiamente se han tenido por fundamentales y primeros; y ello es así porque los españoles somos un pueblo católico, porque para nosotros la Unidad Católica y nuestra integridad campeona en ortodoxia, nos había convertido en una especie de pueblo elegido de Dios, llamado por Él para ser el brazo de su espada y de su cruz. Y todo ello repito, porque a pesar de nuestra diversidad de razas, costumbres, fueros, tradiciones, folklore  y todo cuando divide a los pueblos, estaba enraizado y apiñado en aquella unidad de fe y creencia única, sostén y garantía de toda grandeza.

       España fue grande porque grande fue su Unidad Católica, grande su destino y grande su ser, como también ha sido grande, siempre que se ha olvidado de sí misma para servir y defender el honor de Dios. Y así, mientras descubría y colonizaba nuevos mundos, sus teólogos, sus santos, sus reformadores y sus artistas iluminaban a Europa y salvaba de la pujanza turca por el genio de Don Juan de Austria en Lepanto.   Esta ha sido la grandeza del imperio español. Un magnífico imperio universal, no de dominación terrena, no de aprovechamiento de las energías de los demás como si el mundo fuese una inmensa factoría, sino de expansión de cultura al servicio de la cristiandad, en la defensa de la Iglesia y en la conquista de las almas. Y este imperio grandioso forjado en el preciso momento en el que los pueblos cristianos, agitados frenéticamente por el espíritu de rebelión, se apartaban de la Iglesia, es cuando la respuesta de Dios a los hombres nos dice que solo en la fidelidad a sus preceptos se puede lograr la verdadera grandeza.  

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    Pero no todo ha sido honor, dignidad y nobleza, también la grandeza de España ha sufrido agujeros negros que predecían un ocaso español a fecha fija, como el quinquenio republicano de los años treinta, pleno de ataques a la cultura de las tradiciones españolas, a la Iglesia católica y al ejecito. Festejando desde su inicio las fallas en conventos y templos, así como el anticlericalismo desatado y convertido en violencia callejera.

   Estas y otras notas discordantes con la anterior grandeza española, hicieron perder al gobierno el control de la situación, desencadenando el alzamiento cívico-militar del 18 de julio de 1936, en defensa de su fe y de su unidad nacional, contra la tiranía comunista, y contra la encubierta desmembración de su solar patrio. 

    Tras tres años de lucha fratricida llegó la victoria nacional y nuevamente resurgió la primavera, las antiguas y cristianas tradiciones, la unidad española, la vida familiar, la vecindad, el orden, el bienestar, la paz, la unidad católica y consecuentemente el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo hacia su irrenunciable destino. En definitiva, comenzó una nueva etapa regeneracional de la grandeza de España. 

   Hasta que nuevamente llegó el engaño y la mentira a España, otrora grande, descubridora, conquistadora, evangelizadora de medio mundo, desde el 6 de diciembre de 1978, fecha en que instauró la Constitución atea, toda aquella grandeza española ha quedado al margen y ha pasado a ser una historia lejana de la que apenas queda la famosa frase escrita en todas aquellas enciclopedias escolares de antaño, esa de que “en los dominios de España no se ponía el sol”.

     Ahora desgraciadamente, en la España democrática el sol ha mostrado rápidamente su ocaso, dejando en tinieblas y enturbiado al pueblo español, pasando de la España una, la España grande y la España libre, inexorablemente a la España dormida, la España sin pulso, la España enferma, al finis Hispania.

     Pero no hay que tener tristeza, porque de la Grandeza Española participaran todos aquellos que tiene como condición primaria su españolía, cualidad gratuita que permite elegir el acto por el cual se da un valor superior a lo que se es sobre lo que se tiene. Estos afortunados sois los caballeros cristianos y españoles que cultivan la grandeza española en menoscabo y desprecio de sus propias cosas y posesiones, al poner siempre su ser por encima de su haber, e incluso su vida si fuese necesario. Elección libre que confiere, a quienes así eligen, un valor infinito y eterno, que en el ámbito nacional les es reconocido unas veces como héroes y otras como mártires.

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