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Opinión

Pedro Sánchez: La conjura de los necios, dirigida por un sociópata

El gran problema es que, con tales personas no hay razonamiento o evidencias contundentes que logren sacarlos de esa ceguera.

“La necedad es la madre de todos los males”Marco Tulio Cicerón

La palabra necedad deriva del latín nescienta, que significa sin ciencia; a su vez, del prefijo ne, que significa no, y del verbo scire, que significa discernir, ser capaz de diferenciar una cosa de otra. Es decir, etimológicamente, necedad es la ausencia total de la facultad de discernimiento sobre algo, y lleva aparejada la ignorancia de la propia ignorancia, la inconciencia de la propia incompetencia.

Quienes padecen necedad, están plenamente convencidos de que saben o conocen acerca de aquello que desconocen, pese a ser unos completos ignorantes.

La necedad es posiblemente el mal más abundante entre los humanos, y está íntimamente ligada a la actitud (muy frecuente entre el común de los mortales), de no querer problemas y procurar llevar a cabo el mínimo gasto energético en todo lo que uno se encuentra a cada paso… de esa manera, la tendencia a instalarse en una situación de permanente “confort” conduce inevitablemente a la pereza. Como consecuencia, la persona que ha construido su esquema de pensamiento y acción basándose en la máxima de “no quiero problemas”, evita toda clase de actividad que la saque de su sensación de confort, de aparente equilibrio y aparente estabilidad. Por eso, no es de extrañar que los necios huyan de todo lo que signifique estudio, investigación o vivencia-experimentación que, conduzcan al saber y al conocer imprescindibles para argumentar, fundamentar algo, o negar una tesis o afirmarla.

 La persona necia cuando lee, u observa algo, o se tiene que enfrentar a la realidad, nunca abandona sus prejuicios, sino que por el contrario se reafirma en ellos, pues, el necio es un experto en negar lo evidente.

Consejos vendo que, para mí no tengo.

Los necios predican lo que no se aplican a sí mismos; dan su opinión acerca de que ignoran, hablan ex cátedra sobre asuntos que no han estudiado; infravaloran al sabio; desacreditan al intelectual; se burlan de lo que no comprenden o no entienden… En suma, no saben quiénes son, de dónde vienen, dónde están ni hacia dónde se dirigen. No solamente están perdidos. Son la personificación de la perdición.

En su afán por aparentar que saben y conocen, aunque tengan múltiples carencias, los necios (que no saben y no conocen casi de nada) van a consultar a un médico, cuando se sienten enfermos, y pretenden darle lecciones al médico sobre cómo ha de realizar el diagnóstico e incluso sobre la terapia a seguir. Si se acercan a un abogado para solicitar sus servicios y asesoramiento, acaban “enseñando” derecho al abogado. Si acuden a un nutricionista acaban diciéndole que van a hacer la dieta que ellos consideren oportuna, y no la que le prescriba el experto en nutrición;… y un largo etc. es decir, los necios caminan con su oscuridad cognoscitiva por doquier, afirmando a cada paso que dan que, las tinieblas en las que se mueven valen mucho más que la luz que encuentran en quienes pueden ayudarlos.  En su vida cotidiana han adoptado como idea-fuerza “la mentira os hará libres” (frente a “la verdad os hará libres”), y es por ello que intentan por todos los medios a su alcance imponérsela a los demás.

Esa constante búsqueda de la mentira su profundo odio hacia la verdad incapacita a los necios para actuar de forma sensata.

Otra característica de los necios es lo que Jean Piaget denominó asimilación deformante: una distorsión cognitiva semejante al hecho de pretender hacer encajar por la fuerza dos fichas de un puzle que carecen de afinidad. Es por ello que el necio suele confundir información con conocimiento (que, no son lo mismo, aunque ambos sean fenómenos intelectuales) y curar una enfermedad con suprimir un síntoma. Esa tendencia a la asimilación deformante es la que hace a los necios admirar a otros necios, cuando esos necios son locuaces, demagogos, y utilizan alguna forma de retórica impactante, a los que acaban considerando sus guías; “sabios” que acaban convirtiéndose en modelos a seguir y a los que acuden en caso de tener que tomar alguna decisión. ¡Qué maravilla!

 En la política, esa distorsión cognitiva, esa “asimilación deformante”, es la que hace a los necios idolatrar a los más nefastos y malvados personajes.

En España es muy corriente comprobar que hay mucha gente necia que convierte en mesías a ruidosos, vocingleros, parásitos que acaban causando un terrible daño, a malvados, cínicos demagogos que se burlan sistemáticamente del poder judicial y que no respetan la legalidad vigente…

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El gran problema es que, con tales personas no hay razonamiento o evidencias contundentes que logren sacarlos de esa ceguera.

Hay un estudio sobre los tontos y la tontería, de Tomás de Aquino, en el que, entre otras muchas cuestiones menciona que además de la parálisis, el estupor (de ahí la expresión “estúpido”) existe otro factor importante en la caracterización de la tontería: la falta de sensibilidad. Santo Tomás diferencia  entre estulto y fatuo, dice que la estulticia comporta embotamiento del corazón y hace obtusa la inteligencia (“stultitia importat hebetudinem cordis et obtusionem sensuum”).

Por el contrario, la fatuidad es la total ausencia de juicio (el estulto tiene juicio pero lo tiene embotado). De ahí que la estulticia sea contraria a la sensibilidad de quien sabe: sabio (sapiens) se dice por saber (/sabor): así como el gusto discierne los sabores, el sabio discierne y saborea las cosas y sus causas: a lo obtuso se opone la sutileza y la perspicacia de quien sabe, de quien es capaz de saborear. La metáfora del gusto, de la sensibilidad en el gusto como ejemplo, y referente, para quien sabe saborear la realidad encierra una de las principales tesis de Tomás de Aquino sobre la tontería. Hasta tal punto que llega a considerar que, frente a la creencia general de que la felicidad está en la posesión de dinero y los bienes materiales, como afirma la legión de estultos que, saben sólo de bienes corporales que el dinero puede comprar; el juicio sobre el bien humano no lo debemos tomar de los estultos sino de los sabios, lo mismo que en cosas de sabor preguntamos a quienes tienen paladar sensible.

Prosigue Santo Tomás de Aquino afirmando que se trata siempre de una percepción de la realidad: lo que de hecho es amargo o dulce, parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición de gusto, pero no para aquéllos que tienen el gusto deformado. Cada cual se deleita en lo que ama: a los que padecen de fiebre se les corrompe el gusto y no encuentran dulces cosas que en verdad lo son…

También es importante otra característica que nos señala Tomás de Aquino acerca del insipiente: creer que todos tienen -y son de- su condición.

Otra cuestión de la que nos advierte Tomás de Aquino es la de que, entre las causas morales de la percepción de la realidad, destaca la buena voluntad que es como una luz, mientras la mala voluntad sumerge a uno en las tinieblas del prejuicio.

Por supuesto, en su análisis de los tontos y la tontería, Santo Tomás de Aquino nos habla de que hay grados de tontería y de tontos; igual que hay grados de inteligencia y de personas inteligentes.

En esta misma dirección, Carlo Cipolla (Alegro ma non troppo) subraya que siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación… es más,  los necios despiertan en mucha gente el afecto y la simpatía, o, a lo peor, la conmiseración, pero no el enojo ni la crítica, y, a veces, hasta una secreta envidia, pues hay en los necios de nacimiento y en los espontáneos de la idiotez, algo que se parece a la pureza y a la inocencia, y la sospecha de que en ellos podría estar agazapada, escondida nada menos que esa cosa terrible llamada por los creyentes santidad.

 Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.

Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.

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Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.

Dirán que a cuento de qué hablar tanto de la estupidez y de los “teóricos” de la estupidez, (nada más lejos de mis intenciones que hacer un “elogio/encomio a la estulticia” a la manera de Erasmo de Rótterdam) pues muy sencillo, todo lo que ellos nombran son características definidoras de la triste, tristísima realidad española.

En España la idiocia, la necedad está presentes en quienes poseen un afán desmedido de parecer “progresistas”.

Pero, ¿qué hay detrás de semejante muestra de imbecilidad, de necedad, de idiocia, de estulticia, de fatuidad, de cretinismo, de tontería, de insensatez, de obtusa inteligencia, de falta de sutileza y de sensibilidad, de carencia de juicio, de ausencia de perspicacia, de embotamiento y de percepción distorsionada de la realidad?

Diríase que la franquicia española de la “internacional de la estulticia” se ha hecho con el poder en España en el peor momento, para desgracia de los españoles. Diríase que la mayoría de nuestros conciudadanos que, hemos de pensar que no son estúpidos, ha subestimado el potencial dañino de la gente más estúpida de los que se presentaron a las últimas elecciones. Diríase que, han sido muchos los que se han asociado a individuos estúpidos y que les han entregado su confianza…

Algunos ya lo reconocen en privado (en público les cuesta todavía) y de momento no es de esperar que pidan perdón al resto de los españoles, por haber aupado al poder a semejantes estúpidos. Pero, otros (y no son cuatro gatos), sea por estupidez, sea por maldad, o por ambas cosas, justifican y apoyan de manera entusiasta las estúpidas ocurrencias de sus líderes y no tienen la humildad suficiente para reconocer que, ellos con sus votos son los responsables de la negligencia criminal, de la impericia, de la inoperancia, de la ineptitud del gobierno de Pedro Sánchez.

Si, entre otras cuestiones, algo está fomentando la actual crisis de salud pública (que nos ha llevado también a una profunda crisis económica e institucional), es que los malvados, los canallas se están retratando, algunos sin recato de ninguna clase, tanto entre los fanáticos seguidores y afiliados de los partidos de izquierda (también de la derecha boba y la vociferante), como entre los trovadores, aplaudidores y lameculos diversos de los medios de manipulación de masas (así hay que denominar a los periódicos, radios y televisiones aduladores del gobierno, generosamente regados con nuestros impuestos).

Decía Erasmo en su libro “el encomio a la estulticia” (mal traducido al español como “el elogio a la locura”) que “más vale tener gobernantes malvados que gobernantes estúpidos e ignorantes –por supuesto, mejor es tener buenos gobernantes- porque los primeros, los malvados, son previsibles: de ellos sabemos que sólo se puede esperar maldades. De los segundos, los estúpidos e ignorantes, nunca se sabe lo que nos puede llegar, puesto que, al ser ígnaros y estultos, son absolutamente imprevisibles”.

Pues sí, amigos, no hay cosa peor que un estúpido con poder. Claro que, generalmente, a los estúpidos también se les suele unir gente malvada, psicópatas, sin conciencia, sin escrúpulos morales, por aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”… Seguro que alguno ya está pensando en un tal Pablo Iglesias Turrión y sus herederos ¿NO?

El esquema de pensamiento del gobierno social-comunista (apoyado por etarras y separatistas) es como aquel niño que estaba jugando en la playa, e iba, una y otra vez, con su pequeño cubito en la mano, hasta la orilla del mar. Lo llenaba de agua y corría sobre la arena caliente para descargarlo en su piscina hinchable. Su padre observaba su ir y venir, y le regalaba una enorme sonrisa.

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Transcurrido un buen rato, tras una larga ristra de viajes, el cándido niño acabó llenando la piscina… Pero, para sorpresa de su padre, el niño no paró y siguió yendo hasta el borde el mar, y siguió echando agua en su piscina, a pesar de que, cada vez que vaciaba el cubito, la piscina rebosara y el agua cayera en la arena.

El padre se le acercó y le dijo en voz baja: “¿No te das cuenta de que la piscina ya está llena? Solo estás derramando agua en la arena”. El niño lo miró, con ese gesto de censura que se dirige a quien no entiende lo evidente. “¿No te das cuenta de que quiero meter todo el mar en la piscina?”

La infantil arrogancia del niño, debido a su inmadurez, lo lleva a creer que es posible meter la inmensidad del océano en una piscina.

Pues sí, aunque parezca paradójico, la capacidad intelectiva de algunos es muy peligrosa. Tiende a hacerles creer que pueden resolver todos los problemas que se les ponga por delante, como si dispusieran de una barita mágica, o con sólo desearlo, tal como el niño que pretendía meter todo el agua del mar en una pequeña piscina hinchable.

A poco que uno se acerque a la Historia de la Humanidad, y particularmente la de los últimos siglos, acaba llegando a la conclusión de que, si ha habido una causa determinante, especialmente influyente en las tragedias, maldades, desgracias, genocidios… por los que se han visto afectados millones y millones de seres humanos esa ha sido la estupidez izquierdista. Y lo paradójico del asunto es que todavía las diversas utopías intervencionistas siguen teniendo buena fama y predicamento.

Estamos hablando de una estupidez que lleva a la arrogancia. Y la arrogancia es la fuente principal del error. El premio Nobel de Economía Friedrich Hayek llamó a esta forma de pensar “La fatal arrogancia”.

Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia, a la megalomanía, a la codicia, a la conspiración,… de las malas decisiones que se toman, y de los resultados de las mismas, que por supuesto “existen”; pero un estudio exhaustivo de la conducta humana nos lleva inevitablemente a la conclusión de que el origen de los terribles errores que cometen los humanos está en la pura y simple estupidez. Cuando la estupidez se combina con otros factores, como la ideología izquierdista, los diversos socialismos o comunismos, sus efectos son devastadores.

También hay que tener presente que, cuando los estúpidos se “coordinan y organizan”, el encontronazo puede aumentar como una progresión geométrica, es decir, por multiplicación, no adición, de los factores individuales de estupidez.

Tal como también nos enseña Carlo Cipolla el poder tiende a situar a “malvados inteligentes” en la cima de cualquier organización (que en ocasiones acaban comportándose como “malvados estúpidos”); y ellos, a su vez, tienden a favorecer y proteger la estupidez y mantener fuera de su camino lo más que puedan a la genuina inteligencia. Esto es lo que los psicólogos denominan Mediocridad Inoperante Activa, y Joaquín Costa “meritocracia por lo bajo”.

Decía Carlo Cipolla que en determinados momentos históricos, cuando una nación está en situación de ascenso, de progreso, posee un alto porcentaje de personas inteligentes fuera de lo común que, intentan mantener al grupo de los estúpidos bajo control, y que, en el mismo tiempo, produciendo bienes y servicios, ganancias para sí mismos y para los demás miembros de la comunidad, suficientes para convertir el progreso en perdurable. Así mismo, afirma que en cualquier comunidad en declive el porcentaje de individuos estúpidos es incesante; haciéndose notar, acabando por influir en el resto de la población, especialmente entre quienes ocupan el poder, un alarmante crecimiento de malvados con un alto grado de estupidez – y, entre aquellos que no están en el poder, un igualmente alarmante crecimiento de la cantidad de individuos desprovistos de inteligencia. Cuando en la población predominan los estúpidos, inevitablemente la sociedad está abocada a la destrucción y camina hacía su propia ruina.

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La reversión de esta tendencia a veces es posible, pero requiere una combinación de factores muy poco comunes, como la convergencia de personas inteligentes capaces de asumir poder con un empuje colectivo para introducir un cambio trascendente.

En fin, tomen nota a la hora de elegir a sus representantes, cuando vuelvan a ser convocados a elecciones locales, regionales, generales… y párense a pensar si no estarán incurriendo en la grave irresponsabilidad de elegir a un lumbrera como Pedro Sánchez o alguno de sus oligarcas y caciques. Luego, tendrán que hacerse responsables de su voto.

Tras ese recorrido un tanto inquietante sobre la necedad y la maldad y sus terribles consecuencias, terminaré recogiendo brevemente las indicaciones que Santo Tomás de Aquino da acerca de los remedios contra las tonterías (propias o ajenas):

Primero, hay que recordar que entre las obras de misericordia, las más importantes, las siete “limosnas espirituales”, tres guardan relación más o menos directa con el asunto que nos ocupa: soportar a los molestos (“portare onerosos et graves”), enseñar al que no sabe (“docere ignorantem”) y dar buen consejo al que lo ha menester (“consulere dubitanti”).

¡Ah, se me olvidaba! Santo Tomás también menciona a un tipo de tonto: el idiota. Siempre atento a los orígenes de los nombres, Tomás de Aquino hace notar que idiota, propiamente significa aquel que sólo conoce su lengua materna… Pues “eso”.

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Carlos Aurelio Caldito Aunión (Badajoz, 1957), un histórico 'discrepante' (utilícese ésta o cualquiera de sus formas equivalentes, tales como 'discordante', 'divergente' o 'disconforme', por ejemplo) de la sociedad pacense

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