No fueron pocas las veces que el mismo demonio en persona se le aparecía al Santo Cura de Ars para abrumarlo con su presencia. Pero fueron más las veces en que el santo se mostraba inflexible contra las intimidaciones de su enemigo. 

Las visitas del Maligno a la estancia del cura, de un modo enteramente corporal, comprobaban las palabras de la Sagrada Escritura: “(…) vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quién devorar” (1 Pe 5, 8). 

Sabemos, sí; que el Maligno es el que nos tiende la trampa y nos seduce con sus propuestas, pero también sabemos que Dios prueba la fe de los que le aman. Leemos del Apóstol Santiago: 

Tenedlo, hermanos míos, por sumo gozo, cuando cayereis en pruebas de todo género, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero es necesario que la paciencia produzca obra perfecta, para que seáis perfectos y cabales sin que os falte cosa alguna (1, 2-4).

San Juan María Vianney fue tentado por el demonio durante 34 años de muchas maneras. Pero sobre todo, lo hizo en estas tres cosas: 1. Tratando de quitarle el gusto por la oración 2. Debilitándole la salud física para que no pudiera ejercer su ministerio sacerdotal y 3. Tratando de desanimarlo hasta el punto de querer llevarlo al grado de la desesperación.

Con todo, siempre mantuvo incólume su fe exhortando a sus fieles y poniendo en práctica las siguientes tres armas espirituales.

Un sacerdote amigo suyo le preguntó: “¿Y cómo hace usted para enfrentarse al demonio?”. El santo le responde: “Hago la señal de la cruz. Rezo algunas oraciones. Digo palabras de desprecio contra Satanás y sigo tranquilo sabiendo que la oración y la paciencia son las dos armas para derrotarlo”. 

Orar, orar insistentemente confiados en que nuestro Padre nos dará la fuerza necesaria para enfrentarnos a las tentaciones y a la maldad del Príncipe de este mundo. 

Un día el santo sacerdote le preguntó a un espíritu de un hombre que estaba poseído, ¿El Maligno se va a apoderar de nuestra nación? El espíritu responde: “Ese es el deseo y el plan. Pero hay alguien que corre de oriente a occidente, de norte a sur y nos hace salir huyendo. ¿Y quién es esa persona que los hace huir? – pregunta el Santo- A lo que el endemoniado responde: Esa que ustedes llaman Virgen María”.

En su vejez el santo recordaba no sin lágrimas en los ojos, “si usted supiera cuántas almas le arrebaté al demonio con mi Rosario”. Los santos y doctores de la Iglesia han tenido una gran devoción a la Santísima Virgen María y ha indicado que es el camino seguro para alcanzar la eterna salvación, para derrotar las asechanzas del Maligno y destruir los planes de los enemigos de Cristo. 

“Gaude María virgo, cunctas haereses sola interimisti in universo mundo”. 

Cuán urgidos estamos de la ayuda de la Madre de Nuestro Señor Jesucristo en estos días en que parece que las tinieblas de la maldad se prolongarán sobre los años venideros.

El 24 de febrero de 1857, mientras el santo confesaba, los fieles vieron que su cuarto se estaba quemando. Cuando les daba la llave para que fueran a apagar el incendio comentó: ese miserable y asqueroso “patas”, como no pudo quemar al pájaro, le quemó el nido.

 Todo quedó hecho cenizas (…). Un amigo le preguntó: “Todos creen que esto fue una broma pesada del demonio. ¿Cree que es cierto?” “No hay duda – respondió el buen párroco- Está enojadísimo. Y esto es señal de que en estos días van a venir muchos pecadores a confesarse”. Y en efecto en aquellos días (…) hubo más confesiones que nunca.

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Como cuentan sus biógrafos, cada vez que llegaba un pecador público, Satanás intentaba boicotearlo para que no recibiera la gracia del perdón. Esto ya lo sabía muy bien el santo y cuando tenía conocimiento de que “un pez gordo” llegaría a visitarlo, redoblaba las penitencias por aquel que recibiría la gracia de la conversión. 

Este contraste marca la diferencia entre la acción de Dios y las trampas del diablo. Mientras el Señor nos quiere liberar de las ataduras del pecado, Satanás intenta ponernos grilletes más ajustados.

Por ello, para liberarnos de las ataduras del mal, nuestro Señor nos dejó el Sacramento de la Reconciliación, para que podamos hacer las paces con Dios, que nos espera como el Padre Misericordioso que es. 

Tres cosas, pues, nos enseña San Juan María Vianney para vencer las asechanzas de Satanás. Orar constantemente, acercarnos a Dios por medio de la oración que es como el puente por medio del cual cruzamos al corazón de Jesús.

 Aumentar nuestra devoción y conocimiento por la Madre de Dios, rezando con fervor el Santo Rosario.

Confesando nuestros pecados regularmente para obtener el perdón y la paz que únicamente proceden de Dios.

Que el Santo Cura de Ars y la Bienaventurada Virgen María intercedan por nosotros.

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