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Día del Lector: ¿cuáles son nuestros derechos?

No lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo. Ese libro no ha sido escrito para ustedes.

Por Silvia Hurtado González, Universidad de Valladolid

En 2012, en Argentina, se decidió conmemorar el nacimiento de Jorge Luis Borges el 24 de agosto de 1899. Con este propósito, se celebra desde entonces el Día del Lector. ¿Por qué se eligió a este escritor argentino para festejar precisamente este día? Los siguientes versos del propio Borges justifican por sí mismos esta elección:

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído”.

En efecto, Borges fue un gran lector. Así lo evoca Ricardo Piglia en El último lector (2005):

“Hay una foto donde se ve a Borges que intenta descifrar las letras de un libro que tiene pegado a la cara. Está en una de las galerías altas de la Biblioteca Nacional de la calle México, en cuclillas, la mirada contra la página abierta. Uno de los lectores más persuasivos que conocemos, del que podemos imaginar que ha perdido la vista leyendo, intenta, a pesar de todo, continuar. Esta podría ser la primera imagen del último lector, el que ha quemado sus ojos en la luz de la lámpara”.

Decálogo de los derechos del lector

¡El lector! ¡Atrapen al lector! Antes de ser acusado, debe conocer sus derechos.

En 1992 el profesor de Literatura y escritor francés Daniel Pennac expuso, en su ensayo Como una novela, el siguiente decálogo de “derechos del lector” con el propósito de rehabilitar la lectura por placer frente a la lectura sujeta a planes de aprendizaje de cualquier tipo:

1. El derecho a no leer

“Como toda enumeración de derechos que se precie, la de los derechos de la lectura debe abrirse por el derecho a no utilizarlo –en este caso el derecho a no leer–, sin el cual no se trataría de una lista de derechos sino de una trampa perversa”.

2. El derecho a saltarse las páginas

“Si tienen ganas de leer Moby Dick pero se desaniman ante las disquisiciones de Melville sobre el material y las técnicas de la caza de la ballena, no es preciso que renuncien a su lectura sino que se las salten, que salten por encima de esas páginas y persigan a Ahab sin preocuparse del resto, ¡de la misma manera que él persigue su blanca razón de vivir y de morir!”.

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3. El derecho a no terminar un libro

“Hay treinta y seis mil motivos para abandonar una novela antes del final: la sensación de ya leída, una historia que no nos engancha, nuestra desaprobación total a la tesis del autor, un estilo que nos pone los pelos de punta, o por el contrario una ausencia de escritura que no es compensada por ninguna razón de seguir adelante…”.

4. El derecho a releer

“Releer lo que me había ahuyentado una primera vez, releer sin saltarme un párrafo, releer por comprobación…”.

5. El derecho a leer cualquier cosa

Lo que no impide, según Pennac, que haya buenas y malas novelas. “Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas. Y, caramba, tengo la sensación de haberlo pasado ‘formidablemente bien’ cuando me tocó pasar por ellas. Tuve mucha suerte: nadie se burló de mí, ni pusieron los ojos en blanco, ni me trataron de cretino. Se limitaron a colocar a mi paso algunas ‘buenas’ novelas cuidándose muy bien de prohibirme las demás”.

6. El derecho al bovarismo

Pennac define el bovarismo (o síndrome de Madame Bovary) como “la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco”.

7. El derecho a leer en cualquier lugar

“Cada mañana durante los dos meses de invierno, confortablemente sentado en la sala de los retretes cerrada con siete llaves, el soldado Fulano vuela muy por encima de las contingencias militares. ¡Todo Gógol!”.

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8. El derecho a hojear

“Se puede abrir a Proust, a Shakespeare o la correspondencia de Raymond Chandler por cualquier parte, hojear aquí y allá, sin correr el menor riesgo de sentirse decepcionado”.

9. El derecho a leer en voz alta

“Extraña desaparición de la lectura en voz alta. ¿Qué habría pensado de esto Dostoievski? ¿Y Flaubert? ¿Ya no tenemos derecho a meternos las palabras en la boca antes de clavárnoslas en la cabeza? ¿Ya no hay oído? ¿Ya no hay música? ¿Ya no hay saliva? ¿Las palabras ya no tienen sabor?”.

10. El derecho a callarnos

Los lectores no están obligados a proporcionar información sobre qué leen y por qué lo hacen. Para Pennac, “nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad”.

Otros derechos del lector

Como lectora convicta y confesa, me atrevo a ampliar la lista de derechos de Pennac con estos otros:

– El derecho a anotar y subrayar los libros (solo aplicable a libros en propiedad)

Para algunos, subrayar o hacer marcas en los libros (no digamos realizar anotaciones al margen), es estropearlos, maltratarlos; pero todas estas señales también pueden considerarse huellas de que ha sido leído. Son, de hecho, la prueba fehaciente del diálogo entre el lector y el escritor.

– El derecho a leer varios libros al mismo tiempo

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No siempre nos apetece leer el mismo libro, al igual que no siempre queremos escuchar la misma música. Así, un día nos sentiremos más receptivos a la lectura de poemas, otro querremos seguir los pensamientos de algún autor en un sesudo ensayo, o bien tendremos ganas de sumergirnos en alguna historia. Por ello, no es necesario aferrarse al mismo libro hasta que este se concluye.

– El derecho a empezar los libros por cualquier parte

Se puede empezar a leer un libro por donde queramos. De hecho, la frase final de un libro puede resultar muy prometedora si aún no lo hemos leído. ¿Alguien podría resistirse a leer una novela que terminase así?

“Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches. –Toda la vida– dijo”.

Estas son las últimas palabras de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.

– El derecho a escuchar libros

Cuando se piensa en un libro, lo que nos viene a la mente es la palabra escrita y la lectura silenciosa, pero, gracias al auge del audiolibro, cada vez más un libro puede ser la palabra escuchada. Por supuesto, la lectura llevada a cabo por los padres a sus hijos, por ejemplo, es insustituible, pero, cuando no tenemos quien nos lea, una buena opción es el audiolibro.

El derecho más importante de todos

Sin embargo, el derecho más importante de todos, el derecho a que leer sea una forma de la felicidad, fue expuesto por el propio Borges:

“No lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo. Ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una forma de la felicidad (…). Si Shakespeare les interesa, está bien. Si les resulta tedioso, déjenlo. Shakespeare no ha escrito aún para ustedes. Llegará un día en que Shakespeare será digno de ustedes y ustedes serán dignos de Shakespeare, pero mientras tanto no hay que apresurar las cosas”.

Silvia Hurtado González, Profesora del Departamento de Lengua Española de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Valladolid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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