El próximo 11 de septiembre se cumplen 20 años del magnicidio del World Trade Center. Los acontecimientos recientes en Afganistán a las puertas de estas fechas tan señaladas, dictan que nada se ha hecho al azar, nada es casualidad, todo esta planeado.
Pasados veinte años desde el atentado de las Torres Gemelas y diez desde que Bin Laden fue supuestamente cazado en Pakistán, se sigue sin entender bien por qué el gobierno Obama decidió dar por finiquitado el episodio terrorista neoyorquino con la gran mentira de un paquete lanzado al mar con los restos del temible saudí dentro. Esta farsa la consintieron los medios hoy dominantes, y la aceptaron por tanto, pero no por ello han conseguido acallar las voces que reclaman de la administración política americana alguna prueba mínimamente homologable.
En Bin Laden regresa a Nueva York se cuenta la historia del mayor Frank Gershwin, la última persona que vio a Osama bin Laden en Bagdad, justo antes de que se iniciara la invasión de Irak por el ejército americano. Alarmado por tanta mentira como luego vio y escuchó, y apartado del ejército, contó con el periodista Marc Levine para reunir las pruebas que certifican lo que sucedió en realidad, algo muy distinto a la historia oficial.
Al iniciar su aventura no contaban con tener que asumir tan grandes peligros, pero mucho menos con descubrir que el episodio bin Laden, los atentados, y la propia invasión de aquel territorio esconden una putrefacción que cala muy profundo en el sistema político de todas las naciones de Occidente. El interés de unos pocos superpoderosos sobrevuela por encima de los gobiernos, pero, al contrario de lo que se suele pensar, su interés no va encaminado a acumular más poder o capital, que lo tienen todo, sino a forzar una transformación caprichosa del mundo a espaldas de las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Forma esta gente el llamado “estado profundo”, desde el cual están consiguiendo imponer sus inconfesadas reglas de juego, que en este libro se desvelan. A causa de ello medio Occidente vive hoy bajo una tiranía perversa que sus habitantes desconocen. Llega a tal punto el sometimiento que estos padecen, que lucen las cadenas con las que los privan de libertad como si fueran joyas.
ANTONIO MONTURIOL
Antonio Monturiol (1964) nació diseñador industrial, y en esta profesión se formó y trabajó toda su vida. No obstante, cuando es introducido en círculos sociales se le presenta muchas veces como inventor. Quizá esto se deba a dos razones: la primera es que habiendo estado siempre dirigiendo proyectos con mucha carga innovadora el resultado de su trabajo es la consecución de más de cincuenta patentes; la segunda es que en él se juntan dos líneas de grandes inventores españoles, Narciso Monturiol y Manuel Jalón. Podemos añadir que con veintiséis años recibió la Medalla de Oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual al mejor inventor joven presente en el Salón Mundial de la Invención celebrado en Bruselas en 1990. Fuera de lo que es estrictamente invención sus diseños le han reportado multitud de premios, y le han llevado a ser propuesto en dos ocasiones como candidato al Premio Nacional de Diseño.
Como escritor podemos destacar su faceta de divulgador del I+D, materia sobre la cual acaba de publicar en 2021 El poder de innovar, una obra imprescindible para aquellos que se inician como investigadores, como emprendedores, o como creativos de cualquier área. Pero donde mejor podemos descubrir su gran ingenio puesto al servicio de la literatura es en narrativa. Bin Laden regresa a Nueva York es una magnífica muestra de ello, como lo son también Desagravio, Muerte en Kjerag o Whatsapps del diablo a su sobrino, títulos que destacan en su ya extensa obra. Cultiva además la poesía, el cuento, y el ensayo, éste último género amparado bajo seudónimo las más de las veces. Su último y más revelador trabajo en este campo es Postropía: el fin de las ideologías.
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