Las libertades públicas deben ser reguladas y moderadas en base a la ley natural y la verdad revelada a fin de compaginarlas con el bien común. No son libertades absolutas o ilimitadas como las entienden los partidarios de la república liberal. La libertad de cultos, de expresión, de imprenta, de pensamiento, de enseñanza, de prensa, de expresión artística, de empresa, de asociación, de reunión, etc., tienen límites morales y religiosos, los cuales si no se reconocen se cae en el libertinaje, es decir, en el abuso de la libertad, que no es otra cosa que la esclavitud al pecado. Cuando se habla de libertad, se debería preguntar si por libertad se entiende obrar en conformidad con la recta razón y las leyes divinas o si se entiende hacer enteramente el propio capricho, porque en el primer caso no se deja a Dios afuera y se es parte de la solución, pero en el segundo caso se excluye a Dios y se es parte del problema. La causa primera de todos los males políticos, sociales y económicos es el alejamiento de Dios. Por lo cual, al proclamar las libertades modernas o liberales se está causando un daño al bien común. La Iglesia solo aprueba las libertades públicas moderadas.
Pero esto no va en detrimento de la libertad del hombre, porque cuando se otorga una libertad desenfrenada se conduce a las personas, como ya se dijo, a la esclavitud del pecado, en cambio con una justa regulación legal se conduce al hombre a la virtud, y solo el hombre virtuoso es verdaderamente libre. El mal y el error no tienen derechos. No hay libertad de practicar cultos falsos, expresar, pensar, y enseñar errores y herejías, producir bienes y servicios inmorales, ejercer una prensa contraria al bien general, producir obras artísticas anticristianas, o asociarse y reunirse con fines deshonestos. Tomando una expresión de San Agustín, la Iglesia, a las libertades liberales las llama libertades de perdición, en referencia a la perdición o condenación eterna. El bien común consiste ante todo en el bien de las almas, por lo cual las libertades modernas destruyen el bien común. Pero también hay que decir que el bien común se identifica con la justicia social, y las libertades políticas y económicas ilimitadas generan concentración de la riqueza, la iniquidad trae inequidad. De manera que la república liberal básicamente genera la ruina generalizada de las almas e injusticia social, y esto implica todo tipo y clase de problemas (drogadicción, narcotráfico, prostitución, violaciones, robos, homicidios, divorcios, adulterio, sodomía, lujuria, fornicación, ludopatía, alcoholismo, tabaquismo, obesidad, homosexualidad, travestismo, abortos, suicidios, peleas, maledicencias, blasfemias, herejías, etc., etc.).
Los partidarios de la república liberal cometen el error de exaltar la libertad individual por encima del bien común. Por otro lado, los comunistas cometen el error de oprimir sistemáticamente y anular las libertades individuales. Junto con los socialistas, ponen la igualdad por encima del bien común, y lo que hacen es apocar las libertades modernas, pero con un criterio anticristiano basado en el racionalismo y el colectivismo. Sin embargo, el liberalismo también ejerce cierta censura para con la verdad y el bien o virtud, porque como le otorgan plenos derechos al error y al vicio, protegen a estos de la censura que ejercen naturalmente sobre ellos la verdad y la virtud. Es decir, la verdad y la virtud censuran al error y al vicio, y como los liberales le abren la puerta de par en par a estos últimos, para consolidar esta política ejercen cierta censura sobre la verdad y la virtud. De manera que solo la doctrina de la iglesia en materia jurídica, política, social y económica, defiende y promueve la verdadera, sana y genuina libertad.
Para profundizar en la doctrina de la Iglesia en relación con las libertades públicas, leer la encíclica Libertas praestantissimum (1888) del papa León XIII.
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