Por Diego Fusaro: Traducción: Carlos X. Blanco
La despolitización actual revela la reconfiguración del conflicto en términos principalmente económicos, sin que por ello falte un recurso concreto a las formas tradicionales de confrontación manu militari.
En el marco de un capitalismo en pleno funcionamiento, la guerra y la violencia se dan principalmente bajo formas económicas (a menudo a través de los resortes de la deuda y el crédito): con respecto a éstas, la antigua figura de la guerra por medio de las armas aparece de forma residual y con una centralidad cada vez menor. Como veremos más adelante, ésta prospera después de 1989 principalmente en las relaciones con los Estados soberanos que aún no se han rendido al nuevo orden mundial centrado en Estados Unidos.
Los únicos favorecidos por la nueva relación de fuerzas a escala cosmopolita son, una vez más, la clase de los señores globalizadores de los bancos mercantiles internacionales y del capital especulativo, que no acepta la injerencia del Estado y que debe, al mismo tiempo, conjurar la posibilidad tanto de la nacionalización de los bienes ahora considerados privados como del aumento del gasto público en sanidad y educación.
Por eso, en el horizonte posterior a 1989, asistimos a un doble movimiento convergente, que podríamos condensar ahora y que hemos estudiado más ampliamente en otro lugar.
Por un lado, desde 1989 hasta hoy (desde Irak en 1991 hasta Siria en 2015, con muchas etapas intermedias), no hay conflicto que no se dirija -siempre legitimado por una retórica ennoblecedora (desde los derechos humanos pisoteados hasta la democracia que se exporta igual que se hace con otras mercancías)- contra los Estados que aún se resisten a su inclusión en el despolitizado mercado único y la economización integral conocida como globalización.
Por otro lado, la dimensión de lo público y del Estado es constantemente atacada, presentada como estructuralmente ineficiente y poco competitiva, como un coste insostenible (las constantes jeremiadas neoliberales contra el «gasto público»), y como un obstáculo para la competitividad internacional, la plena liberalización y la libre competencia privada.
Desde este punto de vista, Inglaterra sigue siendo, en términos marxianos, la vanguardia del proceso. Basta, a este respecto, con considerar la política de la dama de hierro Thatcher, la más feroz enemiga de la clase obrera. En primer lugar, se recortó linealmente la financiación de los servicios públicos estatales, para luego demostrar que estos servicios eran ineficaces y no funcionaban correctamente.
De este modo, se generó un consenso masivo en la opinión pública cuando, finalmente, se procedió a la privatización de lo que en su día fue estatal y que ya se había decidido sacar de las manos de los ciudadanos, antes de que se creara arteramente el consenso mediante la manipulación de las conciencias. Como ya había señalado Gramsci, «cuando el Estado quiere iniciar una acción impopular, primero crea la opinión pública adecuada«.
La consecuencia fatal del reformismo neoliberal es precisamente aquella en virtud de la cual, como recordaba Mattei, el sector público deja de hacer y saber hacer, y se limita a controlar los modos y las formas en que el sector privado hace y sabe hacer: exempli gratia, la empresa estatal que antes reparaba carreteras ahora que se ha convertido en una entidad privada que gestiona contratos para transferir dinero público a particulares para que ellos reparen carreteras.
La pareja liberal de Margareth Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en los Estados Unidos de América (según el paradigma de la llamada «Reaganomics«) ha marcado, de hecho, el camino del desarrollo unidireccional que se impuso después de 1989 como modelo obligado para todo el planeta: y esto bajo la bandera de la desregulación desenfrenada, la pulverización del bienestar, los recortes lineales del gasto público, el aumento asombroso de los impuestos en detrimento de las clases medias y trabajadoras, la privatización de los servicios públicos, la reducción del déficit y la deuda, y los recortes ad libitum en detrimento de la cultura y la sanidad.
Hegemónica después de 1989, la «guerra de clases desde arriba» ya se había iniciado en los años 80 con la batalla de Ronald Reagan contra los controladores aéreos y la de Margaret Thatcher contra los mineros británicos. Ahí comenzó la feroz restauración del nexo de poder capitalista, centrada en las dos figuras convergentes de la privatización del mundo de la vida y la agresión a la esfera pública del Estado. Esta tendencia es, y de momento sigue siendo, abanderada por EEUU, donde los ultraliberales ortodoxos como la teutona Merkel y el galo Macron serían acusados con toda probabilidad de socialistas.
Así, la res publica se ha roto en favor de la res privatissima de las grandes empresas gestionadas por grupos privados para su propio y exclusivo beneficio.
Ver artículo original en: https://avig.mantepsei.it/single/la-guerra-oggi-e-principalmente-economica
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