¡Oh, San Raimundo! Tú, patrón de juristas, procuradores y abogados. Tú, conocedor de las tres leyes que rigen el destino de los hombres: la Ley Divina, la Ley Natural y la Ley positiva. Tú, que, antes de partir hacia la Casa del Padre, siempre trabajaste infatigablemente por la Justicia y el Reino de Cristo al lado de papas, obispos y reyes. Escucha, hijo ilustre de Santo Domingo, nuestros ruegos y súplicas por tu patria terrena.

Raimundo amado, en estos momentos el Principado y, dentro de él, las diócesis y sedes, que tu contribuiste a ennoblecer y engrandecer, agonizan y amenazan ruina. Los pastores, entregados a las intrigas, los vicios, la desidia y la sórdida mundanidad, han abandonado a merced de los lobos a sus rebaños. La grey, otrora numerosa, ha quedado reducida a su mínima expresión. Las mayor parte de las ovejas huyeron, pero muchas fueron degolladas y otras se infectaron de sarna. Las pocas que aún perviven y resisten, temerosas y agazapadas, esperan el regreso sine die de los buenos ministros.

En medio de estas circunstancias adversas, te suplicamos que, siendo tú tan influyente en el Cielo como lo fuiste en la Tierra, intercedas ante el Señor, quien, como siempre, escuchará tus razonables y cabales peticiones. Que, mediante de tus ruegos, el Divino Pastor nos conforte y sosiegue con su vara y su callado, para que la ansiedad y la desazón no se apoderen de nuestros corazones. Amén.

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