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¿Dónde está papá?

Se ha promovido un relativismo moral que en nombre de la igualdad y la emancipación, exalta el libertinaje sexual y desdeña el matrimonio.

La llamada lucha por la igualdad, lejos de acercarnos al paraíso perdido, ha cobrado una factura altísima tanto al hombre como a la mujer. Sin embargo, el costo mayor ha sido precisamente, para el núcleo mismo de la sociedad. La familia, institución natural y primaria en la cual se desarrollan de manera plena sus miembros (padre, madre e hijos) es, sin lugar a dudas, quien más ha sufrido en esta lucha entre los sexos. Basta con ver el porcentaje de divorcios y la cantidad de hogares monoparentales en las cuales el padre es el gran ausente, para darse cuenta de que algo no está funcionando. 

En México, el 33% de los hogares reconoce a la mujer como cabeza del hogar. En España, los hogares monoparentales representan alrededor de un 30%. En Gran Bretaña, el porcentaje de familias a cargo de un progenitor ha superado el 25%. En Francia, desde finales de la década de los 70’s, el porcentaje de familias monoparentales ha aumentado en más del 50%. En Alemania, el número de familias monoparentales se ha duplicado en las últimas dos décadas. En Grecia desde 1980, el número de madres solteras ha aumentado en casi un 30%. En Australia, prácticamente una cuarta parte de los niños viven con sólo uno de sus padres biológicos. Lo peor es que se espera que esta tendencia seguirá aumentando considerablemente en los siguientes años. 

No en vano, desde hace varios años, a través de los diferentes medios de entretenimiento, de comunicación y hasta de “educación”, se ha promovido un relativismo moral que en nombre de la igualdad y la emancipación, exalta el libertinaje sexual y desdeña el matrimonio.

Otra causa, sumamente interesante por ser mucho menos obvia, es la asistencia social del gobierno a las madres solteras, promovido por los modernos estados de bienestar. 

En Estados Unidos, la guerra contra la pobreza que encabezó el Presidente L.B. Johnson en 1964, y que rápidamente copiaron varios países occidentales, lejos de acabar con la pobreza exacerbó las desigualdades, abriendo una brecha aún mayor que la que separaba a ricos y pobres, la brecha entre los hijos de familias naturales y bien avenidas y los hijos de familias monoparentales.

Así, en Estados Unidos de acuerdo al censo de 1960, había poco menos de seis millones de menores estadounidenses viviendo con un sólo padre. Seis décadas después, en el 2020, la cifra se ha triplicado. Hoy, aproximadamente el 25% de los niños vive sin su padre y el 90 % de las familias en los Estados Unidos que reciben ayudas en efectivo del gobierno carecen de un padre.

Las medidas de apoyo a las madres solteras que, en menor o mayor medida, varios gobiernos han adoptado alrededor del mundo, han promovido un estilo de vida que hubiera sido inconcebible en épocas anteriores. Así, el Estado ha ido aumentando no sólo su poder sino su injerencia, sutil pero fortísima en la vida de los ciudadanos que incapaces de mejorar sus ingresos, viven pendientes de ayudas gubernamentales, fomentando con ello la irresponsabilidad paterna y el incremento de las llamadas familias monoparentales.

Estas enfrentan varios problemas. Tanto el progenitor a cargo, que generalmente es la mujer, como los hijos de las familias monoparentales sufren de: estrés, desestabilidad emocional, apuros económicos, amén de otras carencias, en un porcentaje mucho más alto que las familias intactas. La mayoría de los niños criados en estos hogares reciben una educación deficiente, leen menos, conversan menos y conviven menos con los mayores. 

Desafortunadamente, también hay una estrecha relación entre la ausencia del padre y la delincuencia. La agresividad en los hijos se duplica con la falta del padre. Los varones que crecen sin la oportunidad de desarrollar una relación sana con la autoridad paterna, tienden a la rebeldía, a la agresividad, a rodearse de malas compañías, al abuso del alcohol y al uso de drogas así como a la deserción escolar.

La fundamental formación religiosa, que tiene en el hogar su lugar preferente, también se ve afectada en las familias monoparentales. 

Son varias las investigaciones que han demostrado que, el comportamiento de un padre influye en la manera en la cual los hijos aprenden a relacionarse con Dios. Si el padre es una presencia positiva en sus vidas, es más probable que desarrollen una relación positiva con Dios. Por otro lado, si el padre está ausente o es abusivo, es más probable que el hijo rechace a Dios.

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En la formación religiosa de los hijos, la presencia del padre en el hogar no basta. Si el padre no es practicante o es “espiritualmente ausente”, cosa cada vez más común, el impacto en la vida de fe en los hijos es clara. Se ha comprobado que, es la práctica religiosa del padre de familia la que determina, en alto grado, perseverancia o el alejamiento y abandono de la práctica religiosa de los hijos.

De acuerdo a varias investigaciones, si tanto el padre como la madre van a la iglesia regularmente, el 33% de sus hijos terminará practicando de manera regular y el 41% lo hará de manera irregular. 

Si el padre es irregular y la madre regular, sólo el 3% de los niños perseverará, mientras que un 59% tendrá una práctica irregular y 38% no practicará en absoluto.

Si el padre no es practicante y la madre regular, solo el 2% de los niños asistirá a la iglesia con regularidad y el 37% lo hará de manera irregular. Más del 60% de sus hijos dejará la iglesia.

Otra encuesta encontró que si la madre es la primera persona en la familia en convertirse al cristianismo, la probabilidad de que los demás sigan su ejemplo es del 17%. Sin embargo, cuando el padre es el primero, la posibilidad de conversión de toda la familia es del 93%.

En resumen, en la formación general de los hijos, y de manera muy especial en la formación religiosa el ejemplo de la madre es importantísimo pero es el ejemplo del padre el que arrastra. Hay excepciones que prueban la regla. Afortunadamente, tenemos el ejemplo de Santa Mónica, de Santa Rita y muchas otras como ellas que con su virtud heroica, ayudaron a la conversión de sus hijos y aún a la de sus esposos. Mas, es al padre  a quien corresponde ser guía y ejemplo. Su devoción, reverencia, perseverancia y fidelidad a Dios y a Su iglesia mostrará a sus hijos, de manera inequívoca, que es Dios lo más importante y que todo aquello por lo que luchamos, es valioso, sólo en la medida en la cual nos acerca a El. 

Recemos porque cada vez sean más los hombres que se aventuren a ser cabezas de familia y llevar a cabo su misión más importante, la formación de sus hijos en la fe. Que cada vez sean más los varones que porten con honor y nobleza,  el dulce y sagrado nombre de padre, nombre que comparten con Dios.

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Angélica Barragán Abascal (Daughter of Cortes - Hija de Cortes) es esposa y madre mexicana residente en Estados Unidos.

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