Después de su encuentro con los jóvenes el Papa se desplazó el pasado 28 de noviembre a la Casa de Caridad Nalukolongo, fundada en 1978 por el cardenal Emmanuel Kikwanuka Nsubunga (1914-1990), muy amado en el país y que eligió ser enterrado en Nalukolongo. El purpurado confío la Casa a las Hermanas del Buen Samaritano, congregación por él fundada, que atienden actualmente a un centenar de pobres de cualquier religión y edad, desde la primera infancia a la extrema vejez.
Nalukolongo, es un lugar que, como recordó Francisco ,en el breve discurso que dirigió a los huéspedes de la institución y a las treinta religiosas que se ocupan de ellos ”ha estado siempre ligado al compromiso de la Iglesia en favor de los pobres, los discapacitados y los enfermos. Pienso particularmente -añadió- en el enorme y fructífero trabajo realizado con las personas afectadas por el SIDA. Aquí, en los primeros tiempos, se rescató a niños de la esclavitud y las mujeres recibieron una educación religiosa. Está aquí, Jesús está aquí presente, porque Él siempre dijo que estaría presente en los pobres, los enfermos, los encarcelados, los desheredados, en los que sufren. Aquí está Jesús”.
”Hoy, desde esta Casa -prosiguió- quisiera hacer un llamamiento a todas las parroquias y comunidades de Uganda ?y del resto de África? para que no se olviden de los pobres. El Evangelio nos impulsa a salir hacia las periferias de la sociedad y encontrar a Cristo en el que sufre y pasa necesidad. El Señor nos dice con palabras claras que nos juzgará de esto. Da tristeza ver cómo nuestras sociedades permiten que los ancianos sean descartados u olvidados. No es admisible que los jóvenes sean explotados por la esclavitud actual del tráfico de seres humanos. Si nos fijamos bien en lo que pasa en el mundo que nos rodea, da la impresión de que el egoísmo y la indiferencia se va extendiendo por muchas partes. Cuántos hermanos y hermanas nuestros son víctimas de la cultura actual del ”usar y tirar”, que lleva a despreciar sobre todo a los niños no nacidos, a los jóvenes y a los ancianos”.
”Como cristianos, no podemos permanecer impasibles -subrayó Francisco- Algo tiene que cambiar. Nuestras familias han de ser signos cada vez más evidentes del amor paciente y misericordioso de Dios, no sólo hacia nuestros hijos y ancianos, sino hacia todos los que pasan necesidad. Nuestras parroquias no han de cerrar sus puertas y sus oídos al grito de los pobres. Se trata de la vía maestra del discipulado cristiano. Es así como damos testimonio del Señor, que no vino para ser servido sino para servir. Así ponemos de manifiesto que las personas cuentan más que las cosas y que lo que somos es más importante que lo que tenemos. En efecto, Cristo, precisamente en aquellos que servimos, se revela cada día y prepara la acogida que esperamos recibir un día en su Reino eterno”.
”A través de gestos sencillos, a través de acciones sencillas y generosas, que honran a Cristo en sus hermanos y hermanas más pequeños, conseguimos que la fuerza de su amor entre en el mundo y lo cambie realmente. De nuevo les agradezco su generosidad y su caridad -dijo Francisco despidiéndose de Nalukolongo- Les recordaré en mis oraciones y les pido, por favor, que recen por mí. A todos ustedes, los confío a la tierna protección de María, nuestra Madre y les doy mi bendición”.