¿Por qué es que los filósofos hispanos o iberoamericanos no figuran en ningún pedestal de la filosofía occidental? Esta es una pregunta que, al menos desde Suramérica, se viene realizando desde siempre.
Del primero que tenemos noticias, aunque no sea filósofo, es de Sarmiento, quien en Conflicto y armonía de las razas de 1883, sale a defender su originalidad ante el norteamericano Mr. Scott, quien vino a afirmar años después que él, que los Estados Unidos son fruto de la Reforma protestante. Y que, para colmo, a Mr. Scott se lo coloca en un lugar de privilegio superior.
Y la explicación de Sarmiento es la siguiente: “El prestigio que le da a Mr. Scott es el país en que escribe…mientras que al autor suramericano se le aplica el verso de Quevedo: sí señor, y son de cobre y como la vierte un pobre… nadie se baja a recogerlas.”
Otro antecedente que se da entre nosotros es del uruguayo Vaz Ferreira quien en Moral para intelectuales de 1908 se queja de que nuestros estudiantes viajan a perfeccionarse en Europa y cuando regresan se apagan en una vida mediocre y no realizan ningún descubrimiento original, que él lo atribuye a la falta de estímulo de nuestras sociedades, que termina en la autodenigración o “al estado de espíritu pasivo que le hace creer que no tiene el deber de hacer uso de sus observaciones. Total, para qué.
Por la misma época el filósofo español don Miguel de Unamuno citando al obispo Torras y Bergés, quien al celebrar el centenario de Jaime Balmes (1810-1848) afirmó: “Lacordaire en Francia, entonces cabeza de Europa, Newman en el mundo anglo sajón y predominante en todo el orbe, y nuestro Balmes, que no tuvo un pedestal tan suntuoso, fueron inteligencias soberanas”, se pregunta por la razón por la cual los pensadores de lengua castellana no están ubicados en el orden occidental según sus méritos. Y su respuesta es, similar a la de Sarmiento y del obispo de Vich: “Un libro que no haya sido “empujado” (poussé) por una nación influyente, no obtendrá sino un mediano éxito; podría citaros cien ejemplos de ello”.
Modificando el aserto de Hegel que la filosofía no puede saltar sobre su tiempo, nosotros podemos decir que los filósofos iberoamericanos no pueden saltar ni sobre su lengua ni sobre el menguado poder de sus respectivos países. Sobre su lengua porque el poder de la misma radica en el poder de aquellos que la hablan y hoy en el mundo los hispano hablantes no tienen el poder que tienen los anglo parlantes. En tanto que el poder de nuestras naciones sigue siendo un poder vicario, derivado de otros poderes superiores a ellas.
En el reducido campo de la filosofía en Argentina hemos tenido a lo largo de nuestra breve historia, maestros e investigadores y algún filósofo que no le van en saga a ningún europeo o norteamericano pero, sin embargo no figuran ni a placé, en el pedestal de la filosofía. Maestros de filosofía como lo fueron Coriolano Alberini y Eugenio Pucciarelli. Investigadores en filosofía argentina y americana con una obra monumental como los fueron el chaqueño Diego Pró y el cordobés Alberto Caturelli. Investigadores temáticos como Roberto Walton en fenomenología o Alberto Moreno en lógica. Y filósofos originales como Luis Juan Guerrero y su sistema de estética operatoria o el eximio Nimio de Aquín y su teoría del ser naci-ente. Todos ellos no pudieron saltar sobre una nación condenada a ser siempre un imperio fracasado.
El mejor remedio para superar este ninguneo internacional es, primero intentar hacer filosofía sin más, de la manera más genuina y original que se pueda y dejando de imitar que es una de nuestras mayores taras. Y en segundo lugar, establecer un sistema de contactos y promociones de nuestras propias producciones en el amplio campo de la ecúmene iberoamericana.