La monarquía de España o las Españas es eminentemente popular. Defendió al pueblo llano, al vecino débil, a la familia, las instituciones sociales y laborales, los sindicatos libres y no politizados, la personalidad municipal y los comunales, la verdadera representación social.
Defendió los Fueros de los diferentes reinos y señoríos como derechos propios y pre constitucionales, como eje de libertades, realización y representación social y limitación al poder político.
Defendió a las llamadas clases trabajadoras -urbanas y rurales-, la propiedad individual, colectiva e institucional, y el salario familiar para que todos los miembros de la familia viviesen dignamente.
Se opuso a la desamortización o latrocinio de los bienes de las instituciones asistenciales, municipales y de la Iglesia.
Ello es correlativo a su carácter de monarquía católica. Se tomó muy en serio la Doctrina Social de la Iglesia, y también por eso sus reyes fueron admirados y amados, en oposición a la denominada “monarquía” liberal o liberal-socialista, que –mera apariencia de monarquía y sujeta a cambios y recambios tácticos- nada hace, vive del cuento, “reina” con las leyes más inmorales, y se somete a los poderes internacionalistas. La caricatura de la monarquía liberal es la de una República.
Como ejemplo de la verdadera monarquía citaremos un texto de Carlos VII:
“¡Adelante, mis queridos carlistas! ¡Adelante por Dios y por España! Sea ésta vuestra divisa en el combate, como fue siempre la mía y los que hayamos caído en el combate, imploraremos de Dios nuevas fuerzas para que no desmayéis.
Mantened intacta vuestra fe, y el culto a nuestras tradiciones, y el amor a nuestra Bandera. Mi hijo Jaime, o el que en derecho, y sabiendo lo que ese derecho significa y exige, me suceda, continuará mi obra. Y aun así, si apuradas todas las amarguras, la dinastía legítima que nos ha servido de faro providencial, estuviera llamada a extinguirse, la dinastía de mis admirables carlistas, los españoles por excelencia, no se extinguirá jamás. Vosotros podéis salvar a la Patria, como la salvasteis, con el Rey a la cabeza, de las hordas mahometanas y huérfanos de Monarca, de las legiones napoleónicas. Antepasados de los voluntarios de Alpens y de Lácar, eran los que vencieron en las Navas y en Bailén. Unos y otros llevaban la misma fe en el alma y el mismo grito de guerra en los labios”.
“Nuestra Monarquía es superior a las personas. El Rey no muere. Aunque dejéis de verme a vuestra cabeza, seguiréis, como en mi tiempo, aclamando al Rey legítimo, tradicional y español, y defendiendo los principios fundamentales de nuestro Programa”.
Carlos VII, Testamento político, Loredán, 6-I-1897.