En nuestros estudios sobre Heidegger tuvimos siempre mucha suerte, porque cuando comenzamos a leerlo, allá por 1968, hacía un año apenas que había aparecido la excelente traducción de Emilio Estiú de la Introducción a la metafísica (1936). Recuerdo que Ricardo Maliandi, platense como él, nos contó una vez que Estiú, quien fue el primer becario del Conicet en ciencias no duras o del espíritu, no sabía hablar en alemán pero podía leer y traducir muy bien.
La otra suerte es que conocimos muy temprano los escritos del peruano Alberto Wagner de Reyna, quien fue el primer comentador de Heidegger en castellano. Con los años Wagner fue reconocido por el propio filósofo como uno de sus mejores estudiosos. La Ontología fundamental de Heidegger (1939), Ensayos en torno a Heidegger (2000) y Verdad y Fe (2006) confirman el homenaje que le hiciera el propio Heidegger en Friburgo.
Y la última suerte, es que tuvimos como profesor de alemán durante tres cuatrimestres a un muy buen filósofo argentino y gran conocedor de Heidegger, Rodolfo Kusch, a quien nunca dejaron ejercer en la Universidad de Buenos Aires, salvo el enseñar el idioma de sus padres.
La Introducción a la metafísica comienza sosteniendo que la pregunta fundamental de la metafísica es ¿Por qué es en general el ente y no más bien la nada?. Y a partir de allí Heidegger comienza a heideggerear, sin decir ni agua va ni agua viene, si algún otro filósofo anterior a él se la había planteado. Es decir, como el zorro en el monte con la cola borró sus huellas.
Así pues, la huella directa de esta pregunta la encontramos en varios escritos de Leibniz (1646-1716) cuando afirma en Principios de la naturaleza y de la gracia fundados en la razón (1714):”Ahora hay que elevarse a la metafísica sirviéndonos del gran principio que dice que nada se hace sin razón suficiente. Puesto este principio, la primera cuestión que se tiene derecho a presentar es ésta: ¿por qué existe algo más bien que nada? Pues la nada es más simple y fácil que el algo, dado que si algo existe hay de dar razón de ello”.
Heidegger por su sólida formación clásica no puedo haber ignorado este texto, ni la respuesta a la pregunta por parte de Leibniz. Hizo “como sí” Leibniz no hubiese existido y en este sentido se comportó como un buen kantiano. Algo de razón tuvo Ernst Cassirer cuando en sus disputas de Davos sostuvo que “Heidegger es más kantiano de lo que esperaba”.
No tiene en cuenta a Leibniz porque su respuesta va a ser diferente, distinta y en cierto sentido, hasta opuesta.
Para el Mago de Friburgo la pregunta es la más extensa porque va más lejos y abarca a todos. Todo lo que no sea nada entra en ella. Es la más profunda, porque la pregunta busca el fundamento del ente en tanto ente y es la más originaria, porque pensamos el ente en su totalidad- no éste o aquél ente-. Por este triple sentido es la primera en jerarquía.
Ahora bien, la interrogación metafísica por el ente en tanto que tal, no pregunta temáticamente por el ser. Éste permanece olvidado (p.57).
La pregunta tiene dos partes: una, aquella en donde se pregunta por el fundamento del ente, el porqué. Y la segunda ¿y no más bien la nada? Es un añadido, un giro lingüístico, algo contingente. Insignificante. Pues la nada es simplemente nada. “Con la mención a la nada no logramos lo más mínimo para el conocimiento del ente. Quien hable de la nada, no sabe lo que hace. Quien habla de la nada, al hacerlo, la hace algo” (p.61). Sin embargo el ser del ente sigue siendo inhallable como la nada, o en último término exactamente como ella. Luego la palabra ser es, en fin, vacía”(p.73). Y termina afirmando: “para nosotros el ser es, efectivamente, casi sólo una palabra, y su significación un flotante vapor” (p.87). Finaliza muy cerca de Nietzsche para quien “el ser es el último humo de la realidad evaporada.”
Godofredo Leibniz, por el contrario, cuando se pregunta ¿por qué existe algo más bien que nada? Responde directa y francamente la pregunta, en un trabajo anterior al citado, Del origen radical de las cosas (1697) que “debemos reconocer que, por lo mismo que existe algo más bien que nada, hay en la misma esencia una cierta posibilidad de existencia”. Así una vez reconocido que el ser aventaja al no ser, pues hay una razón para que algo exista más bien que nada, dado que hay que pasar de la posibilidad o potencia al acto. La esencia en acto, el actus essendi, termina siendo el ser del ente.
Como vemos esto es diametralmente diferente a lo propuesto por Heidegger quien hasta el final de sus días osciló en una indeterminación respecto del ser, ya sea como Anwesend= presencia, ya como “flotante vapor”. Mientras que para Leibniz el ser es el acto de la esencia en tanto que hace posible que ésta pase de ser una mera posibilidad a tener principio de existencia.
El texto latino de Leibniz dice aliquid=algo, que viene de alius quid=otro que. Lo algo en cuanto se separa de lo otro distinto de él. Lo algo nos indica que el ente en tanto ente existe y es distinto de la nada. Que el ente es y no, no es. Lo algo, en la ignota teoría de los trascendentales por parte de los filósofos contemporáneos,(no todos porque Husserl habla del tema y Eugen Fink también) es el que agrega al ente su relación a la existencia. Así, lo inalienable, lo propiamente individual de cada ente está dado por su existencia, que es mentada por lo algo. Así cuando decimos que un ente es algo queremos significar que ese ente existe.