Hay un proyecto de vasto alcance para sustituir las patrias y las identidades étnicas por una gran masa multicultural. Los poderes mundiales están dispuestos a pagar el alto precio de la extinción de las identidades europeas a cambio de contar con un heteróclito mercado de masa humana más fácilmente explotable y manipulable.
Además, las potencias emergentes y petrodolarizadas ya no necesitan a las naciones europeas ni su civilización. El capitalismo ya es «trans-europeo», e incluso se pretende construir un «trans-humanismo». Las naciones pequeñas pueden resistir y, con ello, volver a hacerse grandes. Eduquemos a los niños, protejamos la familia, cuidemos el paisaje, cultivemos la Tradición. He aquí los bastiones de Resistencia, la nueva COVADONGA.
Las civilizaciones decaen, pero también las empujan. Los destinos son inexorables, pero también hay fuerzas que los contrarrestan. Me opongo tanto a un fatalismo supersticioso como a un utópico voluntarismo. Ambas actitudes ponen de manifiesto la ceguera del peor ciego. Como bien se sabe, es la ceguera de quien no quiere ver.
La civilización europea, desde todos los puntos de vista, está de capa caída; mejor dicho, está en caída libre. El proceso se inició muy atrás. Ya Spengler vio que el mediodía es el origen mismo del declinar: Rousseau y Robespierre. La Revolución y el cesarismo napoleónico subsiguiente… ahí ya empezaban los rayos de Helios a inclinarse, a proyectar sombras alargadas. Las guerras mundiales, verdaderas guerras civiles entre europeos que rompieron todos los equilibrios y “pactos”, fueron la verdadera ponzoña que llevó a este declinar de ahora.
En 1945, Europa se desangraba y se sepultaba bajo ruinas. En esa fecha las botas militares y las ruedas y orugas de los tanques, americanos y soviéticos, aplastaban aún más todo este enjambre de pueblos, antaño orgulloso. Las violaciones y matanzas de los vencedores no tienen por qué compararse con las de los vencidos: violaciones y matanzas fueron. Difícilmente se sacan moralejas de esto. Solamente una pérdida de autoestima. Solamente morder la lengua, contener la rabia, tragar sufrimiento. Un discípulo de Spengler, Francis Yockey Parker, habló de la derrota de Europa. En efecto, no solamente perdió “El Eje”, el hitlerismo: toda Europa perdió la guerra. Y lo demostraron mil acontecimientos ulteriores. La descolonización acelerada y descontrolada, la rebelión de los “condenados de la tierra”, la división humillante en dos zonas de ocupación, yanqui y bolchevique, la pérdida de influencia y prestigio en los demás continentes, la sumisión económica, militar, ideológica, energética, la supeditación a los dos bloques triunfantes (y a veces los tres, pues la China roja también apareció como bloque influyente incluso en Europa)… todo esto indica que era verdad la afirmación de Yockey Parker, pese a los abundantes errores de su libro Imperium. Europa entera fue derrotada, y no sólo Hitler. La liberación había costado muy cara. Europa cortó, en 1945, sus nexos con su esencia, los redujo al mínimo y se mantuvo, hasta hoy, por medio de una respiración asistida, con bombeo artificial de sangre, y bajo efectos anestésicos y de manipulación mental muy importantes.
Ahora, y sólo ahora, estamos viendo los efectos de todo este inmenso engaño. El fracaso de la mostrenca UE, una Unión Europea cada vez más odiada por los pueblos europeos, cada día más nauseabunda a los ojos y buen criterio de la gente de a pie, la gente que trabaja, que estudia, que paga con sudor los impuestos, que asiste, con creciente pavor, al espectáculo grotesco de una élite y unas instituciones que se muestran sumisas al proyecto yanqui, y al proyecto del capital multinacional: hacer de la U.E. el laboratorio predilecto de la americanización y la afroislamización. En muchos países europeos, los sectores desfavorecidos y con empleos precarios contemplan cómo las ayudas sociales y los empleos –especialmente públicos- se los dan a unos recién llegados, a quienes se les trata con privilegio insultante. En toda Europa, la llamada “sociedad del bienestar” hace aguas por doquier, y de los pocos recursos aptos para atender las demandas más básicas, apenas restan para hacer un reparto en el que el nativo no se sienta francamente discriminado. Esa U.E. despótica con los suyos, que con mano de hierro no perdonaba deudas de sus díscolos estados del Sur, se muestra hoy excesivamente blanda con países oportunistas y dictatoriales (Turquía, Arabia Saudí, Emiratos), que la “torean” y hábilmente sacan partido de sus “armas de invasión masiva”.
En un contexto semejante no cabe duda que la “derrota de Europa” debe ser invertida, que en la caída más acelerada por una pendiente, se puede echar un freno, y que hay armas para una reacción generalizada. Lejos de dejarse llevar por un pesimismo fatalista, hay por doquier una reacción espontánea, a veces ya muy organizada en lo electoral, en los actos callejeros, en la producción intelectual y en el plano cibernético (redes sociales, blogs, contrainformación). En vez de dejarnos amedrentar por las etiquetas y los sambenitos, existe la actitud –muy positiva, muy saludable- de someter a feroz crítica los dogmas en que hemos vivido, aquí, los españoles, desde 1975. He aquí algunos de esos dogmas, y los contradogmas que ofrezco:
–La soberanía nacional no es algo “del pasado”. Es un bien, un bien moral y un dique efectivo contra los empujes de la globalización destructiva.
–La crítica, e incluso la impugnación de la Transición, como mito, como engaño, no debe impedir que defendamos (hoy más que nunca) la defensa de las reglas del juego, de la legalidad, en contra de los populismos y de los separatismos que, sin duda, a río revuelto, desempeñarán un papel nefasto al servicio de intereses más oscuros (petrodólares, etc.). Sin cumplimiento con la legalidad, el mundo puede volverse un caos.
–La destrucción de este engendro inviable, cicuta para el Estado de Bienestar, a saber, el “estado de las autonomías” no tiene por qué suponer una concesión al centralismo jacobino. Antes bien, es preciso volver a las demarcaciones de los antiguos Reinos y fueros, a los depósitos ancestrales de la soberanía de los pueblos de España, fortaleciendo de nuevo las competencias que siempre han de ser de ámbito central (sanidad, educación, seguridad), y recentralizando éstas. Debe fortalecerse, además, el sentimiento de lealtad y solidaridad entre los pueblos, hispánicos primero, y europeos, después.
-La construcción de una nueva Europa, que nunca suponga una merma de la soberanía nacional de los estados y pueblos-miembros. La vuelta al Estado nacional como estado protector del pueblo, lo cual incluye, de nuevo, ejercer pleno control de fronteras y políticas enérgicas que preserven la identidad del mismo pueblo, así como el fomento de la natalidad, y de la emigración estrictamente intra-europea e hispánica, dejando al resto de los continentes a su destino.
Solamente así, España podría ejercer un papel afirmativo y creador en una nueva Europa que resurja de la noche cerrada de 1945, y que con estúpidos lacayos, como la Merkel, está ofreciendo ya su descarnada faz. Una faz horrenda y cadavérica. Varios estados de la propia U.E. ya le dan las espaldas a estos lacayos del Imperio yanqui, alemán y del petrodólar. Cada uno de ellos ha llevado al gobierno a una persona o a un partido que han sabido ir recuperado el sentido de la dignidad de sus pueblos, y que han sabido canalizar este sentimiento de dignidad. Los españoles en mayo de 1808 fuimos los “reaccionarios” estúpidos a los ojos de Napoleón, una “chusma ingobernable”… para él. Más bien, una nación digna que no se quiso dejar aplastar.
Hace falta otro levantamiento, una Covadonga o un 2 de mayo, aunque nos llamen de todo, y nos tengan por lo peor. Pero no deseamos estas botas encima. La “España de la Transición”, y el Régimen neoborbónico que hoy agoniza, tanto como la “Unión Europea”, que hoy pone su bota encima, son cadáveres hediondos.
Por Carlos X. Blanco
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