Cada 22 de agosto, la Iglesia celebra la memoria obligatoria de Santa María Reina. Dado que Jesucristo es el Rey de los reyes y el Señor de los señores, no tiene nada de extraño que su Madre la Virgen Santísima sea también reina.
Pero ¿en qué sentido? Veámoslo a través de algunos pasajes de nuestros evangelios.
En el proceso de Jesús, Pilato le pregunta: -¿Tú eres rey?
Y Jesús le responde: “Tú lo dices. Soy rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Cristo vinculó su realeza con la verdad y con el hecho de dar testimonio de la verdad. Anteriormente ya había dicho que el Hijo del hombre no había venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por todos.
El Señor vinculó su realeza con el servicio, con la actitud de servir a los demás con humildad y con mucho amor. En este sentido decimos que Jesucristo es el Rey del universo, el Rey de todo lo creado, el Rey y Soberano de todos y de todas las cosas.
Nuestro Rey es el siervo y el servidor de todos: en primer lugar el servidor de Dios Padre, y en segundo lugar nuestro servidor, pues Él no bajó del cielo para hacer su voluntad, sino la voluntad de quien le había enviado, es decir, Dios Padre.
En la noche del jueves santo, seguramente antes de cenar, Jesús se agachó ante cada uno de sus Apóstoles y les lavó los pies. Después les dijo: “os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Ev. Jn.)
San Pablo, en la carta a los filipenses, escribió: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y hecho obediente hasta la muerte, una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre que está sobre todo Nombre”
Nuestro Señor Jesucristo es Rey porque fué el servidor del Padre y de todos los hombres en orden llevar a cabo la Redención de la humanidad, nuestra Salvación, nuestra liberación definitiva del pecado y de la muerte eterna.
Por su actitud de servicio incondicional para con todos, Jesucristo es el Rey, el Señor. Y a todos los que creemos en Él nos invita a ser servidores de los demás, nos invita a servir con humildad a todos, grandes, medianos y pequeños. De esta forma se entiende perfectamente por qué llamamos Rey a Jesús.
Algo parecido ocurre con la Virgen María, la Madre del Rey. María se puso completamente al servicio de Dios, al servicio del plan salvador que llevó a cabo su Hijo Jesucristo, el Unigénito del Padre.
A María, igual que a Jesús, la vemos siempre sirviendo, siempre en actitud de servicio, atenta a la Palabra divina, a la voluntad divina, a lo que Dios esperaba de Ella en cada momento; por eso tenía tanta necesidad de retirarse a orar: para hacer convenientemente la voluntad de Dios.
De hecho, Ella se presenta a sí misma como “la sierva del Señor”. Sirvió al plan salvador de Dios, sirvió a su Hijo Jesús, sirvió a José y José la sirvió a Ella. También Jesús sirvió a José y a María. María, tras la Anunciación, va deprisa a la montaña a servir a su prima Isabel que estaba esperando un hijo en su ancianidad: he ahí dos madres embarazadas: María lleva a Cristo en su seno e Isabel lleva en su seno a Juan Bautista.
Es propio del cristiano servir a Dios y a los demás. Es propio del cristiano servir a los demás por amor a Dios.
Amor incondicional, servicio fiel, obediencia, pobreza, humildad, virginidad, castidad, fidelidad, sencillez, pequeñez, caridad para con todos, amor a los amigos y a los enemigos, a todos, y todo ello por amor al Señor, el único Soberano y verdadero Rey.
Así fue y así vivió la Virgen María, que es Reina por ser la Madre del Rey y por su actitud de servicio en todas las cosas y en todas las circunstancias de la vida.
Por eso celebramos la realeza de Cristo y la de María: porque queremos prestarles el homenaje de nuestro amor y porque queremos aprender de la Madre y del Hijo a servir con generosidad a los demás, particularmente a los más agobiados por el peso de la vida.
Desde la Edad Media, la Iglesia canta:
"Ave, Regína coelórum; ave, Dómina angelórum. Salve, radix, salve, porta ex qua mundo lux est orta. Gáude, Virgo gloriósa, super omnes speciósa; vále, o valde decóra et pro nóbis Christum ex ora"
José Vicente Martínez
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