Permítanme transmitirles un escrito, encantador en su sencillez, que refleja el ejemplar comportamiento de dos jóvenes en la maleada sociedad en que vivimos. Al igual que quien lo escribió (Malu Serrano García Cervigón), quiero pensar que también algunos cuando lo lean, tal como yo misma, dirán, Gracias Carlos. Gracias Cova:
“Carlos, 18 años. Una pandilla de adolescentes llevaba los fines de semana al límite, lo que se dice vivir para que llegue el viernes y sábado noche. “Mis fines de semana se basaban en salir a beber, ligar y hacer el imbécil. Cuando volvía a casa, a la hora que me decían mis padres, esperaba a que ellos se quedasen dormidos y me escapaba saltando por la ventana de mi habitación para ir a casa de algún amigo, salir por la calle a robar máquinas de Coca- Cola, fumar, beber…”, cuenta Carlos González, más de dos años después.
Madrid, 19 de noviembre de 2011. Aquel día ni Cova ni sus amigos llegaron a su destino. Dos coches colisionaron y hoy sólo cabe recordar a Jose Luis y Antonio, que perdieron la vida; Cova y Diego, que también viajaban en el coche, dieron esquinazo a la muerte. La chica, con sólo 16 años, conmocionó al mundo en Twitter desde su cama en La Paz, un hospital de Madrid, donde se encontraba peleando por su vida.
@aupacova fue un ejemplo de fe en comunidad. Gente de todo el mundo rezó por Cova Sanz y su familia, porque con su forma de abandonarse en Cristo estaban cambiando el corazón de muchas personas: les estaban acercando a Dios. Una niña pequeña le tuiteó: “Hagamos un trato, tú te pones bien y yo te llevaré una galleta cada día al hospital”.
A Carlos le pasó algo parecido. “Cuando ocurrió lo de Cova yo estaba colado por una chica que la conocía. Cristina, que así se llamaba, para poder enterarse de cómo Cova estaba en todo momento, me pidió que siguiera a @aupacova”.
“Automáticamente, sin saber lo que estaba haciendo realmente, cumplí con lo que me pedía y, así, buscaba llamar su atención. Después de algunas semanas siguiendo a @aupacova me dí cuenta de que me afectaba lo que estaba ocurriendo. Ya no leía los tuits para contarle a Cristina: esperaba ansioso a que contaran los partes médicos para quedarme tranquilo. Quería que se pusiera bien”, relata el propio Carlos. “Creía confiar en la recuperación de Cova, en la propia Cova, y en realidad estaba confiando en el Padre”, continúa.
Javierada 2012. Castillo de Javier, Navarra. Miles de jóvenes llegados de diversos puntos de España. El movimiento Cursillos de Cristiandad llega con un grupo de chavales adolescentes desde Madrid. Carlos va con ellos, porque “quería conocer eso de la religión”, por curiosidad; afirma que le sorprendía lo alegres que sus compañeros estaban siempre. Sus amigos -Paco y Jorge- le animaron para que, en la Vigilia del sábado, se confesara. “Y lo hice, y mi penitencia fue, en la Adoración, pedirle a Dios que me dejase volver, pues ya era católico. No le pongamos nombre a lo que ocurrió, eso da igual, pero arrodillado, con los ojos cerrados y hablando con Dios, sentí mi corazón tan limpio que me invadió el amor de Dios al completo. Desde entonces, he vuelto a nacer”, cuenta. “Mi corazón rebosaba amor”, proclama.
Aquella confesión supuso un punto de inflexión en su vida. Ahora todo tenía sentido. Pero, al mismo tiempo, tenía que poner punto y final a aquella etapa de su vida que había cambiado de rumbo, dice: “Había vivido “salvaje” y he vuelto a Casa”. Es feliz, se le nota. No se plantea dudar de lo que sintió aquel día. Me garantiza: “¿Cómo iba a dudar?”. Aunque, como él mismo declara, por su falta de formación tuvo algún patinazo posteriormente.
Su mirada. 18 de Agosto de 2012. Lo que le había pasado a Cova estaba alimentando algo que en él estaba naciendo: la fe. Intentó contactar con ella para agradecérselo personalmente, ella ya mucho mejor, siempre con su sonrisa. “Después de varios intentos, lo conseguí”. Pasaron la tarde en un bar cerca de la casa de Cova, en Mirasierra, Madrid. “Lo que más me impresionó fue su mirada, estaba llena de vida. Cuando la conocí estaba aún con el pelo cortito, muy delgadita. Aunque hablaba poco, decía lo necesario, y miraba con un brillo en los ojos que lo completaba. Es una persona normal con una calidad humana extraordinaria. Enseguida le conté cosas muy íntimas, ella en ningún momento se asustó, ni me juzgó, me escuchaba atenta y respondía: “Vale, pero eso fue antes”.
Esa mirada, esa luz, es para él desde aquel agosto de 2012… Una vida por delante.
Carlos González hoy tiene 20 años, hace casi dos que su vida cambió de rumbo. Desde la Javierada de 2012 forma parte del movimiento Cursillos de Cristiandad. Y esta semana ha querido compartir su conversión con nosotros.
Carlos, gracias. Cova, gracias.”
Publicado por Aleteia y originalmente por JovenesCatolicos.es