El día 18 de junio se produjo la proclamación del Príncipe de Asturias como rey de España en una ceremonia insulsa, carente de una pizca de respeto a los sentimientos de la mayoría de los españoles.
Hubo gente que acogió el cambio con ilusión. Debo reconocer que entre ellas no me encuentro yo que, de momento, estoy solo expectante, por no decir desilusionada ante los significativos gestos que el nuevo monarca ha mostrado.
Me explico. Se ha repetido hasta la saciedad que Felipe de Borbón y Grecia es un hombre muy capacitado para el ejercicio de sus funciones y yo así lo creo porque España ha invertido en él mucho dinero y, desde luego, esperanzas e ilusión. Además del entrenamiento militar que supuso su paso por los tres ejércitos (tierra, mar y aire) y por las más prestigiosas universidades españolas y extranjeras, (Georgetown, por ejemplo), los más cualificados profesores, como Dª Carmen Iglesias Cano, miembro de la Real Academia de la Historia, han invertido tiempo y esfuerzos en la enseñanza de ese conjunto de disciplinas relacionadas con la cultura que se denominan genéricamente Humanidades y Ciencias Sociales, para introducirle en aquellos saberes que aspiran a aproximarse a la condición humana, analizando y tratando distintos aspectos de los grupos sociales y los seres humanos en sociedad, ocupándose tanto de sus manifestaciones materiales como de las inmateriales, para así poder construir la convivencia social a través del cultivo del pasado.
Me llama poderosamente la atención la prisa, como si le quemaran, con que ha renunciado a ciertos símbolos históricos y religiosos en su nuevo escudo. Por si ha olvidado lo que, quiero suponer, se le enseñó, recuerdo que:
A) -El yugo y las flechas
La aparición del yugo y las flechas como símbolo político, se encuentra directamente relacionado con la creación de un escudo que simbolizara la reunificación —que no unificación— de España tras casi ocho siglos de combate contra los invasores musulmanes. En ese escudo español figuraban los símbolos heráldicos de la Corona de Castilla y de la de Aragón y, tras la toma del reino nazarí a Boabdil, se incluyó una granada. Sin embargo, en esa simbología —de origen muy antiguo en algún caso— se incluyó también referencias al papel que los soberanos concretos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, habían representado en el proceso reunificador. Los símbolos tenían que representar, por un lado, a cada uno de los cónyuges y, por otro, la unión que, iniciada en el tálamo, había tenido consecuencias nacionales.
La empresa no era en absoluto fácil y, finalmente, se vio solventada por Antonio de Nebrija (el famoso gramático) que sugirió la inclusión en el escudo de un yugo y unas flechas. El yugo tenía la misma inicial que la reina Ysabel y, a la vez, recordaba el elemento conyugal de la empresa. Por su parte, las flechas recogían el elemento bélico y coincidían en la inicial de Fernando. La idea resultó ciertamente feliz y, a pesar del carácter personalizado de los símbolos, no desaparecieron éstos del escudo con el fallecimiento de los Reyes Católicos. Aún más. Pasaron a formar parte de otros escudos locales a uno y otro lado del Atlántico.
Resulta ridículamente absurdo que se pretenda borrar este símbolo de la vida nacional porque recuerde a Falange y las JONS, ya que su historia es muy anterior a la existencia de los mismos, pues precede en más de cuatro siglos a la del fascismo como movimiento ideológico. Hacerlo así sería tan absurdo como borrar la esvástica de los libros de historia sobre los indoeuropeos simplemente porque la utilizó el movimiento nacionalsocialista de Hitler o arrancar de las páginas de la Historia de Roma el haz de fasces llevado por los lictores porque se lo apropió el fascismo mussoliniano. No sólo se trata de un absurdo ridículo. Constituye también una muestra de rampante ignorancia de la Historia o de atrevido deseo de reescribirla al gusto propio.
B) – La Cruz de Borgoña o Aspa de Borgoña:
Es una representación de la Cruz de San Andrés, en la que los troncos que forman la cruz aparecen con sus nudos en los lugares donde se cortaron las ramas. Este emblema ha sido incluido en los escudos de armas y en las banderas de España, tanto de tierra como de mar, desde 1506, época de su introducción con la Guardia Borgoñona de Felipe el Hermoso y ha permanecido hasta Juan Carlos I.
Como símbolo vexilológico, ha sido el más utilizado hasta 1785 en las banderas españolas. En tierra, esta bandera, blanca con la cruz de Borgoña en rojo, ondeó quizá por primera vez como insignia española en la batalla de Pavía en 1525 (aunque las aspas rojas eran lisas, sin nudos), y es la más característica de las utilizadas por los tercios españoles y regimientos de infantería del Imperio español durante los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX. La Bandera de Ordenanza o Batallona que portaban el segundo y tercer batallón de un regimiento, llevaba siempre la cruz de Borgoña.
Aunque algunas unidades carlistas sí llegaron a utilizar el aspa en la Primera Guerra Carlista de 1833 ̶ cuando era sólo un distintivo de las enseñas de infantería, artillería e ingenieros, sin connotaciones ideológicas aún ̶ , y en la Tercera Guerra Carlista de 1872, el aspa borgoñona como emblema político propio de los carlistas es tardía. Fue el 24 de abril de 1935, en época de Manuel Fal Conde, coincidiendo con la reorganización del Requeté, por aquel entonces un grupo paramilitar. Posteriormente fue utilizado por regimientos tradicionalistas y requetés carlistas durante la Guerra Civil Española dentro del bando nacional.
C) –Ni Cruz, ni Biblia, ni Misa:
Sorprendentemente se ha decidido suprimir el Crucifijo y la Biblia, considerando que tiene más enjundia jurar sobre la Constitución, ese libro que muchos aseguran hay que “remodelar” y muchos más niegan su validez por el simple razonamiento de que ellos no la votaron. ¿Se puede dar autenticidad a un juramento así? En los países, ya sean republicanos o con monarquía constitucional (Inglaterra, EEUU, por ejemplo) pero siempre con una democracia asentada, juran ante la Biblia y el Crucifijo sin complejos y sin supeditarse a aquellos que se conducen como agnósticos, ateos o masones.
Personalmente me resulta doloroso la retirada de estos símbolos, especialmente la celebración de la Misa de Coronación en ese día que según la tradición cristiana es “uno de los jueves que relucen más que el sol”, el día del Corpus Christi y porque quien lo hizo goza de los ancestrales títulos de Su Católica Majestad, y de Rey de Jerusalén. ¿No resulta incongruente?
La misa de coronación en honor de Juan Carlos I, en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid el 27 de noviembre de 1975, presidida por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, fue ocasión para que la Iglesia orase por el joven monarca y también para que el cardenal presentase en público algunos de los anhelos de la Iglesia ante la nueva etapa. “La iglesia no patrocina ninguna forma ni ideología política”, dijo ese día Tarancón. “Sí debe proyectar la Palabra de Dios sobre la sociedad, especialmente cuando se trata de promover los derechos humanos”,añadió. Tarancón explicó que los obispos no querían privilegios para los católicos, sino solo “el derecho a predicar el Evangelio”, aun cuando “la Iglesia sabe que la predicación puede y debe resultar molesta para los egoístas, pero siempre será benéfica para los intereses del país y de la comunidad” y añadió una petición a Dios de “acierto y discreción” para el Rey. Palabras sensatas que no creo que las que Rouco hubiera pronunciado el pasado día 18, hubieran variado en exceso.
Gil Tamayo, Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, asegura que Juan Carlos I tuvo misa de coronación porque el Estado español era confesional, pero que como ahora no lo es, la misa no tiene por qué celebrarse. Siento contradecirle. Felipe VI, jefe del Estado español, monarca constitucional de un país democrático, es un ser humano libre, sujeto sólo a las leyes que nos obligan a todos y a él el primero, pero la Constitución no prohíbe (al menos de momento) practicar la religión que profesen los individuos, incluido el Rey. Está claro que le tembló el pulso. Una pena, porque al fin y al cabo estoy por afirmar que los que no hubieran asistido serían los mismos que no acudieron a la jura, aunque ésta se realizó en el, para ellos, sacrosanto templo de la democracia: el Congreso de los Diputados. Sin embargo, en este caso, se obviaron, lógicamente, sus anunciadas bravatas de no participar.
Claro que la explicación que, posteriormente se ha dado, es aún peor, si fuera cierta, por cuanto de hipocresía encierra. Aseguran algunos, que han celebrado una misa, supongo que, al menos de acción de gracias, en la capilla de la Zarzuela. Bien está si no fuera porque si el Rey tiene que practicar su religión a hurtadillas, ¿qué tendremos que hacer los españolitos de a pie?
Por otra parte, el sacerdote de Sevilla D. Santiago González[1] da su opinión favorable a la no celebración de la Misa. Sus razones claramente expuestas, abogan, y no le falta razón, porque de una vez en España las celebraciones sacramentales (la Misa es la principal) se vivan solo desde la FE, personal o colectiva, y no desde las apariencias de Fe vinculadas a intereses políticos o culturales. Por tanto que se celebre una Misa tras un juramento laico no tiene sentido alguno. El factor histórico de la identidad cristiana de España no tiene cabida en una proclamación real sobre un texto legal donde no se recoge la identidad cristiana de España, salvo en una vaga alusión a la Iglesia Católica (artículo 16.3). Recuerda también que si el carácter católico de la monarquía fuera cierto (por encima de apariencias y formas), no se hubieran aprobado en España, con sanción del sello real, leyes objetivamente contrarias a la doctrina Evangélica como la despenalización del aborto o la equiparación del matrimonio natural a las uniones del mismo sexo. Además debe recordarse que la misma Infanta Leonor (en potencia futura Reina de España) está siendo privada de formación religiosa católica en su colegio por expreso deseo manifestado por su madre la, hoy reina consorte, Leticia.
Abundando en este sentido, conviene recordar los principios no negociables que expresó el papa emérito ̶ entonces en ejercicio ̶ , Benedicto XVI, y que, por ser base del Derecho Natural, deberían ser plenamente asumidos por todos los ciudadanos, cualquiera que sean sus creencias religiosas y sus posicionamientos políticos.
Los “PRINCIPIOS NO NEGOCIABLES”[2] son cuatro y muy claros:
1) Defender la vida humana desde su concepción y hasta su muerte natural.
2) Defender la familia natural, que es la unión voluntaria, cimentada en el amor, de un hombre y una mujer, abiertos a la vida y al cuidado de sus hijos.
3) Protección del derecho de los padres a decidir libremente la mejor educación para sus hijos.
4) Bien común. El Estado ha de estar al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio de los intereses de una minoría política o económica.
Desgraciadamente, ninguno de los partidos que actualmente tienen representación parlamentaria en España, los defiende en su integridad. ¿Se convertirá Felipe VI en el paladín que los proteja?
Se aprecia claramente la intención de agradar, o, al menos, no molestar a las izquierdas radicales, por ello no hizo en su discurso una mínima mención al Ejército y acuerda (según se dice por indicación de Amaiur) la modificación del escudo con la supresión de los símbolos mencionados. Se le olvidó tener en cuenta que el sacrificio de la mitad del Ejército, más carlistas y falangistas permitió que España tuviera rey coronado aunque la guerra se libró, no tanto por la monarquía, como por España y sus raíces católicas. Me preocupa mucho los tics o guiños que se desprenden de la alocución porque recuerdan los propugnados por algunas sectas, en especial, lo repetido de “creando un tiempo nuevo” produce un cierto escalofrío…Rogamos a Dios que no se deje arrastrar por el NOM, tan de moda.
Por cuanto queda expuesto y por cuanto pueda devenir, y en nombre de los millones de españoles que ni somos radicales, ni laicistas ni formamos algaradas, me permito recordarle Señor, con todos los respetos, las palabras dichas por su augusto abuelo al entonces rey Juan Carlos I, su padre, en el momento de su sacrificio al renunciar generosamente a sus derechos dinásticos:
¡MAJESTAD, POR ESPAÑA, TODO POR ESPAÑA!
[1] P. Santiago González, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla en Infocatólica 11/06/14
[2] DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES EN UNAS JORNADAS DE ESTUDIO SOBRE EUROPA ORGANIZADAS POR EL PARTIDO POPULAR EUROPEO Jueves 30 de marzo de 2006