La edición española de la revista Forbes publicaba en su versión digital un artículo donde se enunciaban los trabajos más demandados para el futuro: genética, ingeniería ambiental, ingeniería del software, ciencias de los alimentos, psicología y salud mental, seguridad informática, traductores e intérpretes, ingeniería informática e ingeniería civil («Estos serán los 10 trabajos más demandados en el futuro, 06.05.2014). Sólo de manera secundaría podría relacionarse una de esas carreras con las humanidades y prácticamente la mayoría con las ciencias y, sobre todo, con las tecnologías.
Que las humanidades no pasan por su mejor momento no es una novedad. En la Unión Americana –donde la oferta sigue estando más o menos viva– la carrera de humanidades supone apenas un 7% del alumnado universitario del país, lo que equivale a la mitad de los matriculados que había en 1970. Datos de 2013 refieren que apenas el 15% de los alumnos de la universidad de Standford están inscritos en alguno de los programas de los 11 departamentos de humanidades que tiene esa casa de estudios superiores. En el último decenio las carreras que dicen relación con las humanidades han descendido en un 20% en la universidad de Harvard. Si este es el estado de las grandes universidades se puede suponer el de las pequeñas.
Un viejo conflicto
El estado actual de las humanidades se enmarca en el contexto de un conflicto antiguo: la aparición de la ciencia positiva a finales del siglo XVIII llevó poco a poco a relegar el saber no empírico, de carácter más bien discursivo-racional, que había permeado hasta entonces. Dado que la ciencia se perfilaba como un conocimiento de carácter práctico y las humanidades quedan asociadas a una forma de saber exclusivamente teórico, la contraposición entre científicos y humanistas supuso una suerte de lucha apologética que, al final, de hecho, vencieron los primeros. Como la ciencia aportaba no sólo «pruebas» materiales sino también resultados inmediatos traducidos en beneficios sociales, fue comprensible que se hiciera también con el favor público.
Vista la utilidad, pronto las universidades –históricamente nacidas por el empuje de las humanidades– se abocaron a privilegiar programas de investigación que fueron multiplicando las disciplinas en sectores cada vez más concretos de la ciencia positiva. Así nacieron las prolíficas especializaciones científicas que tocan los recovecos más insospechados de lo experimentable y que los gobiernos y nuevos mecenas también vieron como lugares de inversión en tiempos más recientes.
El advenimiento y desarrollo de la tecnología –cuyos orígenes se remontan a la revolución industrial– supuso un campo de aplicación en el que la ciencia no sólo podía decir qué era posible hacer sino también llevarlo a cabo. Pero lo que en un comienzo fue una alianza entre ciencia y técnica pronto se convirtió en servilismo.
Durante muchos años la relación entre humanidades y ciencias se había centrado en la discusión acerca de cuál era instrumental respecto a la otra. Ante la tecnología, sin embargo, la ciencia ha terminado por convertirse también en un instrumento. En todos este contexto se puede afirmar que tanto humanidades como ciencias comparten la experiencia del ocaso.
Un nuevo contexto: las «humanidades digitales», ¿una respuesta?
Siendo que la tecnología está hoy en día signada por internet, resulta comprensible que sea la world wide web el ambiente en el que las humanidades hayan encontrado un campo de trabajo y, por así decir, de revitalización.
Era el año 2009 cuando en la convención de la Modern Language Association (MLA) surgió la idea de las «humanidades digitales». Casi contemporáneamente nació la Office of Digital Humanities impulsado por The National Endowment for the Humanities en los Estados Unidos. Para 2014 son una disciplina que, con variados acentos, no pasa desapercibida en la geografía de la web:http://digitalhumanitiesnow.org/, http://journalofdigitalhumanities.org/, http://digital.humanities.ox.ac.uk/, http://adho.org/, https://www.ucl.ac.uk/dh/, http://www.digitalhumanities.ucla.edu/, http://dh2014.org/, http://www.kcl.ac.uk/artshums/depts/ddh/index.aspx, http://shc.stanford.edu/digital-humanities, http://eadh.org/, http://www.dhsi.org/, entre un largo etcétera.
¿Qué son las «humanidades digitales»? Siendo una disciplina naciente no hay todavía un acuerdo común. La literatura impresa y digital apunta en dos direcciones: una minimalista y otra maximalista. Según la primera, consistirían en la simple aplicación e incorporación de la informática a los estudios humanísticos; según la segunda, sería un cambio de paradigma en la manera de pensar la cultura misma.
Es verdad que hay quien ha visto en todo esto más un peligro que una respuesta para la promoción de las humanidades clásicas: ¿puede la tecnología suplir el quehacer específico de la mente humana?, ¿las humanidades cambian por el simple hecho de poder acceder a un libro desde una pantalla?, ¿y si los literatos, historiadores, filósofos y artistas no están interesados en aprender los lenguajes de la informática?, ¿cómo garantizar el respeto por el genio individual en un ambiente donde las formas de autoridad son percibidas desde el prisma de la popularidad y los «cerebros colectivos» al estilo Wikipedia?
En parte los planteamientos de autores como McGann tienen justificación: una máquina puede «leer» 20 mil poemas y arrojar resultados comparativos según el objetivo por los que fueron sometidos a «lectura», pero la máquina no genera ideas nuevas ni puede suplir el ejercicio de pensamiento y captación de valores que sólo son capaces de hacer la mente y el espíritu humano. Pero no son menos ciertas dos interrogantes válidas en un mundo donde los nativos digitales son cada vez más: ¿son los estudiantes de hoy capaces de concentrarse en una sola cosa?, ¿es un joven de hoy capaz de leer en más de los 140 caracteres de Twitter sin perder el hilo del discurso? Las respuestas pueden determinar también lo que se entiende por «humanidades digitales» en sentido maximalista.
El nuevo contexto presenta tanto a la ciencia como a las humanidades un reto de relación mutua: si la ciencia dice qué es posible hacer y la tecnología lo ejecuta, las humanidades ayudan a descubrir el sentido y así se convierten en faro de orientación para ciencia y técnica.
Este rasgo particular de las humanidades es especialmente apreciado entre los empresarios a la hora de dar un empleo. Un informe de la Association of American Colleges and Universities («Employers More Interested in Critical Thinking and Problem Solving Than College Major») muestra que los empresarios consideran la educación en artes liberales (humanidades) a la hora de contratar a una persona, aunque su formación específica sea la de un técnico (51% la considera muy importante, 43% bastante importante y 6% poco importante). El informe citado dice que las personas con estudios de humanidades poseen una mejor escucha empatía y valoración del contexto de la gestión.
La exaltación de la ciencia y de la tecnología como campos prácticos no puede olvidar las consecuencias también prácticas del deterioro de las humanidades como el empobrecimiento del pensamiento, la pérdida de la conciencia cultural, la creciente carencia de juicio crítico y el venir a menos de la percepción estética. Las humanidades son experiencias mentales provocadas por las obras de arte y la historia; son éstas las que amplían la comprensión de la realidad. Siendo la experiencia del pensamiento lo que constituye la sustancia de las humanidades parece reductivo y contraproducente no valorar su aportación específica. En definitiva, hoy en día lo que está en crisis no es tano el saber humanístico o el saber científico sino el saber en sí mismo. Los «lugares» donde esto se manifiesta son sólo los síntomas.
Ciencias y humanidades tienen campos de investigación y métodos distintos que mutuamente iluminan a lo tecnológico. Esta diversidad se presenta como interdisciplinariedad y así como complementariedad: como reto de pensamiento integrador que no puede olvidar la manera cómo hoy muchos conocen y se relacionan: la web.
En última instancia no se trata de una estrategia para hacer entrar las humanidades en el top ten de las carreras del futuro o volver al infructuoso debate de la primacía jerárquica sino de hacer que las humanidades no sean vistas como elitistas, como un saber burgués que a fin de cuentas no tiene utilidad alguna. Que en general el panorama político y social adolezcan de un diálogo de altura, de una incapacidad de ver la belleza y de una falta de mayor creatividad, está en estrecha relación con esa pérdida de las humanidades. En el libro de la Metafisica Aristóteles decía que los hombres tienden naturalmente al saber. Y las humanidades son parte de ese saber que, además, da sentido. Que este sentido esté hoy más o menos vinculado a internet es precisamente lo que estaremos presenciando en las próximas décadas.