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Anna gabriel, la nazionalcatalanista propalestina que hace apología de la enseñanza de los “kibbutzim” sionistas… ¡y ella sin enterarse!

Hace pocos días una individua de la taifa del nordeste peninsular, junto al Mar Mediterráneo, que lleva por nombre Anna Gabriel y que posee un corte de pelo, denominado “mullet”: corto por delante, flequillito muy corto, a bocados, y largo por detrás, con tal de parecer lo menos femenina que sea posible, y que suele comportarse tal cual el niño –o la niña- que acaba de descubrir que si utiliza vocablos escatólogicos, o relativos a los órganos genitales, hay gente que se siente escandalizada; y que en una de sus penúltimas ocurrencias dijo que es “una puta  y malfollada”, ha vuelto a soltar otra ocurrencia, transgresora y moderna que es ella, haciendo apología de la promiscuidad y anunciándonos que si algún día llega a tener hijos, su mayor deseo es que sean educados por una “tribu” y no a la manera convencional, con un papá y una mamá.

Esta individua, como la mayoría de la tribu feminazi, tiene por ideología un gazpacho de socialismo, comunismo y anarquismo; y en el caso de la mujer que nos ocupa aderezado, aliñado con nacional-catalanismo. Por supuesto, su ideología está impregnada de odio, de rencor,  es maniquea, fanática, intransigente e intolerante. Como le ocurre al resto de la jauría de la que forma parte, tiene también otro peculiar pensamiento: Solo cabe o estar con ella o estar contra ella.

Su discurso es tramposo, incomprensible y sobre todo falaz. Suele recurrir constantemente a las llamadas “falacias lógicas”. Ni que decir tiene, que entre las falacias al uso predomina la falacia ad hominem, y es también de esas personas que cuando no logran que su contrincante se retire, lo intentarán todo, hasta aburrir por hartazgo…  Por supuesto, si se está hablando, pongo por caso de Badajoz (en el supuesto de que sepa de Geografía más allá del río Ebro) cuando menos lo esperes estará hablando de Ayamonte, provincia de Huelva, dado que por allí también pasa el río Guadiana.

Como cualquier mujer de la tribu feminazi, la tal Anna Gabriel es de las que echan pestes de cualquier relación sexual, especialmente entre hombre y mujer, por considerar que son implícitamente desiguales, de dominación, violentas, e incluso llegan a equiparar cualquier acto sexual entre hombre y mujer, con una violación, pese a que sea consentido.  Consideran que hay que perseguir, con saña, la prostitución (sea voluntaria o no) y la pornografía. Sienten un profundo odio hacia los hombres y todo lo que a su entender, huela a burgués, aunque llegado el momento acaben aceptando a “feministas burguesas”  sin demasiados problemas

La tal Anna Gabriel, tal cual ocurre con el resto de “su tribu” y pese a que lo niegue, desearía formar una familia tradicional, convencional, “aburguesada”. Por supuesto, como buena “transgresora” también aborrece cualquier forma de seducción, cortejo o flirteo, e incluso el piropo, y los considera a todos ellos una forma de maltrato, y que según su sabio entender, debería ser proscrito, perseguido y severamente sancionado. Ni que decir tiene que se arroga una superioridad moral, que la lleva a la convicción de que es legítimo que ella y “su tribu” lleguen un día a convertirse en las nuevas gestoras de la moral colectiva.

Tampoco podemos olvidar que esta individua posee una actitud de abierta hostilidad hacia los hombres heterosexuales (más del 97 por ciento de la población masculina) y también contra mujeres heterosexuales que no le hagan a ella y “su tribu” el caldo gordo, y  tengan la osadía/valentía de reivindicar su rol femenino tradicional.

También es beligerante contra toda clase de orden, jerarquía o gobierno, y tiene especial inquina con la jerarquía de la Iglesia Católica y sus fieles, no dudando de que es absolutamente correcto profanar templos católicos cuando a alguien le viene en gana. Otra característica definidora de esta individua es el  estar de mal humor, crispada, así como su tono de voz es gritón, coactivo, estridente, insultante y amenazante.

Anna Gabriel, como cualquier feminazi de pro, gusta de todo lo zafio y lo feo: las axilas y las piernas sin depilar,  peludas; los desnudos antisexys y los pubis desaseados y desagradables forman parte de su repertorio. Usa expresiones chabacanas, soeces, barriobajeras, arrabaleras, ordinarias (“porque mi coño lo vale”) y acostumbra a desplazarse  con los pies a las tres menos cuarto.

Sus tópicos, consignas, más manidos, manoseados y repetidos hasta aburrir son “el Patriarcado”, “el techo de cristal”,  y los “constructos sociales y culturales” y lindezas por el estilo. Por ejemplo:

“La culpa del paro es del Patriarcado”, o “si esa mujer maltrató a su hijo es porque el Patriarcado la empujó a hacerlo”. “Esa mujer, víctima del patriarcado, ha actuado en legítima defensa…” “La teoría de Darwin es absurda, es un constructo social”, o “lo femenino y lo masculino no existen, son un constructo social, resultado de la educación patriarcalista, propia de la familia tradicional…”

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Pues bien, una vez llegados a la “educación patriarcalista”, ha llegado también el momento de indicar que, como buena ignorante, víctima de las leyes educativas “progresistas” la tal Anna Gabriel parece no saber que la forma tan “progresista, transgresora, y demás” que ella ha tenido la feliz ocurrencia de proponer como la mejor, la más, más, es una cosa ya bastante rancia que fue ideada nada más y nada menos que hace la friolera de un siglo.

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Con el deseo de crear un mundo nuevo, capaz de generar una igualdad perfecta entre cada uno de sus miembros y en la que el individualismo estuviese absolutamente supeditado a los intereses del grupo, jóvenes intelectuales judíos, estudiantes, e incluso algunos profesionales liberales, con el corazón movido por la ideología, abandonaron sus quehaceres cotidianos, dejaron sus lugares de origen y se empezaron a instalar en Palestina. Fue en 1909 cuando se creó el primer kibbutz por parte del movimiento sionista, con un fuerte componente social-comunista. Rápidamente otros kibbutzim siguieron su ejemplo y se establecieron en el territorio de sus ancestros, por todo el actual Estado de Israel.

Aunque no todos los kibutzim son iguales, habiendo múltiples tendencias, básicamente todos son sociedades cooperativas, cuyos miembros viven en comunidad, organizados según los principios de propiedad colectiva de los bienes, del trabajo personal (rechazando la mano de obra asalariada), de la igualdad y de la cooperación en los ámbitos de la producción, del consumo y de la educación. Actualmente son aproximadamente 120.000 las personas que viven agrupadas de esta manera en a lo largo y ancho de Israel.

La educación colectiva se lleva a cabo en residencias para niños, agrupados por edades, en lugares exclusivos para ellos, fuera del domicilio de los padres, constituyendo una comunidad infantil organizada, en la que viven.

En la elección de este sistema, implantado en los kibbutzim desde los orígenes, influyen elementos de carácter pragmático —liberación de los padres, especialmente de la madre, para la realización de actividades productivas, sociales e intelectuales—, también factores ideológicos —los niños pertenecen básicamente a la comunidad, no son propiedad «privada» de sus padres— y también pedagógico —como forma de inculcar hábitos de cooperación y responsabilidad en los niños…

Adultos especializados, llamados “metapelet”, cuidaban de los niños mientras el resto de la comunidad trabajaba para el kibbutz.

Cuando fueron pasando los años, fueron muchos los miembros de los kibbutzim que empezaron a cuestionar la separación parental, al resultarles del todo insoportable, y finalmente en los años 70 del siglo XX, la segunda generación se reveló contra este sistema educativo.

El programa escolar también fue modificado. Pues, hasta entonces la enseñanza tenía como objetivos sensibilizar a los niños a la ideología socialista, sensibilizarlos respecto de la naturaleza, inculcarles la necesidad de la vida comunitaria y respecto de las actividades agrícolas… pero, sobre todo, lo más cuestionado, dadas sus terribles consecuencias, fue la “educación no sexista” empeñada en igualar a niño y a niñas, hacer que los niños realizaran actividades hasta entonces consideradas femeninas y viceversa; llegando al extremo de obligar a las niñas a jugar a juegos considerados hasta entonces masculinos. Evidentemente, lo más que consiguieron fue confundir a varias generaciones y poco menos que “volverlos locos”, pues emprendieron actividades contra natura, y la naturaleza acabó rebelándose. Hoy día la educación que se realiza en los kibbutzim no difiere en nada con respecto a la que se lleva a cabo en el resto de Israel.

El regreso de los hijos al hogar paterno es una de las mayores modificaciones experimentadas los kibbutzim a lo largo de su historia. De hecho, el reagrupamiento de las familias fortaleció los lazos sanguíneos en detrimento del bien comunal,   los miembros del kibbutz acabaron optando por la propiedad privada, por los bienes privados, así como por una mayor intimidad. Actualmente los kibbutzim son un modelo de sistema comunitario, pero sus principios fundamentales han desaparecido.

Y ¿por qué acabó ocurriendo todo esto? Pues muy sencillo, porque quienes diseñaron los kibbtzim era de la idea de la que participan todos los colectivistas, socialistas, intervencionistas y demás antiliberales: la idea de que los humanos somos “tabula rasa” y que es posible rediseñar la sociedad, realizar ingeniería social, para implantar utopías bienintencionadas, llevados por su “bondad extrema”, no teniendo en cuenta que la Historia de la Humanidad demuestra que la acción humana, las diversas formas de convivencia, las diversas formas de relación que establecen los humanos se basan en aquello del ensayo, se basan en unas veces acertar y otras errar, de manera espontánea, sin ningún comité de sabios que planifique o cosa semejante, y que los humanos van avanzando, modificando su forma de vida, y tienden a conservar lo que funciona y hacer cambios cuando llegan a la conclusión de que algo merece ser cambiado.

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