«Fusilamos lo preciso. Nada más que lo preciso. Hay muchos revoltosos. Si en cada pueblo se fusilara a dos o tres de los que arman ruido, se quedaba esto como una balsa de aceite». El cura Santa Cruz, legendario guerrillero carlista, era un hombre sin duda severo. Pero las tropas liberales contra las que combatía -a las que despectivamente llamaban ‘beltzak’ (negros)- tampoco se distinguieron por su magnanimidad. La brutalidad y las atrocidades fueron el pan de cada día durante la II Guerra Carlista (1872-1877).
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