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“Jerónimo Merino fue el gran caudillo de los carlistas castellanos”

Entrevistamos a José Antonio Gallego con ocasión de la publicación de su biografía de Jerónimo Merino “el Cura Merino”.

P.- Ante todo, gracias por recibirnos en su despacho y dedicarnos la mañana para responder a nuestras preguntas.

R.-Es un verdadero placer y gracias a vosotros, porque contribuís a que el libro se conozca y a que se sepa quién era Jerónimo Merino.

P.- Pues vamos a ello. José Antonio la primera pregunta es ineludible, ¿por qué <<el Cura Merino>> y por qué ahora?

R.-Quien me conoce, sabe que llevo más de treinta años dedicado al estudio del carlismo en general y en particular al del carlismo en la que entonces se llamaba Castilla la Vieja, puesto que además de mi afinidad doctrinal, siempre me sorprendió que no se hubiese dedicado ningún estudio monográfico sobre el carlismo en una región, que tanta importancia tuvo en su desarrollo, sobre todo en su fase militar y en su primera guerra. Y Jerónimo Merino fue el gran caudillo de los carlistas castellanos, es cierto que con más fracasos, dado el tipo de guerra que se vio obligado a hacer, que triunfos, pero siempre valiente, obediente y abnegado. En cuanto porqué ahora, porque en 2019 se cumplen dos aniversarios fundamentales en su vida, el 250º aniversario de su nacimiento, pues nació en Villoviado, 30 de septiembre de 1769 y y 175º de su muerte, ya que falleció en el exilio, en Alençon, el 12 de noviembre de 1844.

P.-¿Fue acaso Merino el carlista castellano más importante en su época?

Hablar de quien fue más importante, excepción hecha de personajes tan relevantes como Zumalacárregui o Cabrera, es complicado. Digamos que hubo muchos jefes carlistas castellanos importantes y por citar algunos, relacionaremos los que alcanzaron el generalato, incluidos brigadieres, en la Primera Guerra o durante el primer exilio: José de Mazarrasa y Cobo de la Torre, cántabro; Ignacio Alonso-Cuevillas Remón, riojano; Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña, burgalés; José María Arroyo García, burgalés; Basilio Antonio García y Velasco, riojano; Juan Manuel Martín de Balmaseda y Pascual, burgalés; Pascual Real y Reina, zamorano; Manuel Sanz y Pecharromán, segoviano; Juan Soto y Herrera, palentino; Santiago Villalobos Rozas, cántabro; Gabriel del Moral y Caraza, burgalés; Pedro Fausto Miranda y Setién, cántabro; Francisco Gutiérrez-Quijano y Hoyos-Quevedo, cántabro; Eugenio Barbadillo de Miguel, burgalés; Marcos Tarrero Fernández, leonés; Patricio José Zorrilla González, zamorano; Manuel Miguel Marrón y Santa Cruz, riojano; Clemente Madrazo-Escalera y Gutiérrez de Arce, burgalés, Isidro Díaz y Díaz de Robles, leonés; Benito Sáenz de Calahorra García, riojano; Pedro Negueruela Mendi, riojano, y Pedro Villasante, burgalés. Y nadie debe sorprenderse por haber incluido cántabros y riojanos, pues solamente nos hemos atenido a los conceptos de la época.

P.-El libro tiene prácticamente mil páginas, ¿imaginamos que habrán supuesto un importante reto de investigación y no mucho menor, habrá sido el de encontrar quien las publicase?

R.-Naturalmente antes de decidirme a escribir esta biografía, a lo largo de esos más de treinta años dedicado al estudio del carlismo, había reunido ya una importante colección de documentos y referencias sobre Jerónimo Merino, pero una vez que me decidí a escribirla, necesite otros cinco años de trabajo para reunir la documentación necesaria que me permitiese primero, romper un sinfín de tópicos asociados a su persona, la mayoría urdidos en el siglo XIX por autores que tenían bastante poca afinidad doctrinal con él y que buscaban o reducirlo al héroe de la guerra de la Independencia, que lo fue, o convertirle en un simple aventurero, ignorante y sanguinario, y después, intentar acercar a los lectores a la verdad de quién fue Jerónimo Merino, eso sí con los claro-oscuros que hay en la vida de cualquier hombre. Y respecto a la publicación, por supuesto que no fue fácil encontrar quien asumiese ese reto tan arriesgado financieramente hablando, pero gracias a Dios, y al esfuerzo de algunos magníficos amigos: Maxi, José Manuel y Javier, a mi hijo Carlos y, por supuesto, al Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, el libro no solo ha visto la luz sino además, a tiempo.

P.-Ciertamente la imagen que se ha tenido y tiene de Jerónimo Merino no es, digamos, que muy positiva, pero seguramente esto haya que entenderlo como algo lógico, puesto que no debe ser fácil aceptar como natural que un sacerdote se dedicase a combatir, a matar, durante prácticamente toda su vida. ¿Qué opinas?

R.-Es evidente, que es más fácil asumir al sacerdote guerrillero durante la francesada, pues al fin y al cabo combatía a unos invasores que, además, quemaban y profanaban iglesias, que al brigadier realista o al general carlista que combatía exclusivamente por convicciones doctrinales. Pero esto solo es así, porque habitualmente se ignora la trascendencia de nuestros conflictos decimonónicos. En el siglo XIX no se enfrentaban dos ideologías, sino dos cosmovisiones, dos formas de entender el mundo, radicalmente incompatibles. La que defendía el Orden Político Cristiano, en la que los Gobiernos, cualquiera que sea su forma, detentan la potestas y la Iglesia la auctoritas, y la que entendía y entiende que ambas corresponden al Estado, moderno en esencia, es decir, revolucionario y anticristiano, que niega a Dios cualquier influencia moral en la vida de la comunidad de los hombres. Merino, como muchos otros, siempre entendió que luchaba por la causa de Dios y estaba legitimado a usar la fuerza.

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El cura Merino

P.-Hablas de Orden Político Cristiano, ¿pero acaso no era Merino, y los primeros carlistas, nada más que simples absolutistas?

R.- Agradezco la pregunta, puesto que soy consciente que me la hacéis para que pueda explicar, aunque sea muy sucintamente la diferencia entre Orden Político Cristiano y Estado absoluto y separarlo de paso de la Teocracia. Bien, pues aceptando como creyentes que todo poder proviene de Dios, un defensor del Orden Político Cristiano entiende que Dios entrega el poder a la comunidad de los hombres, para que estos, libremente, se organicen creando un Gobierno, institución natural de lo político, pero entendiendo a la vez, que ese poder que organiza la comunidad debe estar asistido por la autoridad moral de la Iglesia. En Dios no se produce diferencia entre poder y autoridad, pero en el orden temporal sí. El sentido inmediato de lo político es la custodia del orden social, el bien común, pero el sentido final de ese orden debe ser siempre trascendente. El Estado, como decíamos, moderno por definición y propio de los estados protestantes y que solo puede conducir a la secularización, tiene su origen en la fórmula “potentia absoluta dei” que justifica el derecho divino de los reyes, pues entienden que Dios, por vía descendente, transfiere y deposita el poder en el monarca, cuya voluntad queda sacralizada, quedando fundidas en su figura autoridad y potestad, generando una moral artificial. En la Teocracia, propia de sociedades paganas precristianas o de la sharía musulmana, Dios no entrega poder alguno a la comunidad, lo impone, no existiendo por tanto diferencia entre autoridad espiritual y poder político, por lo que lo religioso impregna todos los órdenes de la vida civil. A partir de estas breves explicaciones, entiendo que queda claro que los historiadores y a veces los propios protagonistas, han utilizado de forma totalmente inapropiada el concepto “absoluto” cuando se referían a los reyes en España, aunque haya sido cierto que los denominados realistas y luego carlistas, defendieron la plenitud de los derechos del rey, pero éstos siempre se refirieron a lo temporal y nunca llegaron a perturbar la autoridad de la Iglesia.

P.- ¿Puede tener vigencia hoy el Orden Político Cristiano y sentido la lucha de Merino?

R.- Como no va a tener vigencia y sentido combatir por el reinado social de Cristo en la tierra, para los que entendemos que no puede haber Gobierno legítimo si sus leyes no buscan el bien común, finalmente trascendente y que por tanto no pueden conculcar la Ley de Dios. Lo tendrá siempre, pero la sociedad ha cambiado y el combate necesariamente ha de ser distinto. En el siglo XIX más de la mitad de los españoles pensaban y sentían como Merino, y por tanto su guerra era justa en todos los sentidos, hoy sus creencias, aunque verdaderas, son residuales y el uso de la violencia nunca podría legitimarse.

P.- ¿Crees que has conseguido tu objetivo, que se conozca mejor a Merino y el porqué de su lucha?

R.- Sinceramente creo que sí. Creo que he roto tópicos, desmontado falsedades y descubierto facetas de Merino muy poco conocidas hasta ahora, pero sobre todo entiendo que he dado coherencia al personaje en todas sus facetas, la de sacerdote guerrillero, brigadier realista y general carlista, que solo se entienden vertebradas por su profunda fe en Dios y en la Monarquía como la forma de gobierno más acorde con el Orden Político Cristiano y siempre, por supuesto, en el contexto de la época en que le tengo vivir y luchar, pues ciertamente fuera de ella no sería posible comprenderle.

P.- ¿Algún nuevo proyecto que nos pueda comentar?

Pues sí. En la misma línea de casi todo lo que he escrito hasta el momento, mi siguiente trabajo tratará de la expedición dirigida por Juan Antonio Zaratiegui que supuso un reverdecimiento del carlismo en Castilla y de alguna manera es prueba de la importancia que siempre tuvo en esta región de España.

Muchas gracias otra vez.

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Abogado, académico de la Academia Internacional de Ciencias, Tecnología, Educación y Humanidades y colaborador de numerosas publicaciones y revistas, exdirector de la sección cultura del periódico digital Minutodigital, e impulsor de numerosas iniciativas de la sociedad civil para fomentar la participación ciudadana real en la vida política y social, como el Centro Jurídico Tomás Moro, el Centro de Estudios Históricos General Zumalacárregui, o la Asociación Editorial Tradicionalista. Actualmente es director de Tradición Viva

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