Frecuentemente aparecen, en los medios de comunicación, ataques a la monarquía. Corren a cargo de políticos de izquierdas. Y no vemos que se replique a tales ataques con lo fácil que es.
Un día dicen que en la monarquía el pueblo no elige al Rey. Es cierto; más aún, evidente.
Otros alegan que la monarquía, al basarse en la herencia, está determinada por la genética.
Los nacionalistas vascos se atreven a condenar la monarquía por anacrónica.
La única defensa que hemos visto es la que dice que la monarquía está anclada en la historia, y que en Noruega, con monarquía constitucional, hay más libertad que en China con republica
Defensa que se nos antoja insuficiente porque refuerza el ataque nacionalista de considerarla propia de otros tiempos. Y el argumento de la eficacia de la monarquía en Noruega no dice nada. Ya que Noruega nos queda un poco lejos.
Posiblemente el sistema va bien en Noruega porque allí la monarquía constitucional es tradición. Y lo noruegos están habituados a usar ese sistema para elegir gobernantes competentes. En España, en cambio, todavía no hemos aprendido a hacerlo y elegimos como gobernantes a auténticos zotes.
Es cierto que el Rey no es elegido por votos. Pero ¿es que los votos confieren aa elegido las virtudes que necesita un buen gobernante? ¿A caso le dan los conocimientos que no tiene? No creemos que a quien obtiene el grado de Doctor irregularmente los votos le conviertan en un Doctor de verdad.
La persona del monarca viene determinada por la genética. Para ser más exactos diremos que es la familia la que lo determina. La familia supone la genética. Pero es algo más.
El Rey pertenece a una familia que está consagrada a servir al pueblo, a lo largo de los siglos. A los miembros de la familia real se les inculca, desde su infancia, la idea de que su vida pertenece a la sociedad. Casos como el de Urdangarín se dan cuando se inserta en la familia real a quien no ha sido educado en una familia real.
Los humanos de hoy hemos asumido un mito. Vemos en los votos algo mágico. Diríamos que sobrenatural. Los votos confieren el poder al elegido. Los votos le adornan de toda clase de buenas cualidades. Y no hay tal. Los votos no son más que un procedimiento de designación. El mismo poder es ejercido por el presidente que ha sido apoyado con el 51% de los votos que el que ha arrasado con las tres cuartas partes del censo.
La polémica entre monarquía y república debe ser desarrollada, considerando que la herencia, en un caso, y la elección en otro, no son más que meros procedimientos de designación. Elegir entre uno y otro, no es cuestión de elucubraciones jurídicas. Sino de determinar qué método es más eficaz. Y en España, la experiencia nos dice que es mejor la monarquía.
Es menos gravoso para el pueblo al evitar las elecciones con sus campañas electorales. Concede al Rey períodos de tiempo más largos, indispensables para llevar a cabo determinadas acciones; muchas de ellas reformas necesarias. Incluso, cuando el Rey muere, la continuidad está asegurada en el heredero. Es lo que en Francia se ponía de relieve, cuando anunciaban el fallecimiento del monarca con el grito: “¡El Rey ha muerto! ¡Viva el Rey!”.
El Rey debe su corona a una ley sucesoria, aceptada y defendida por sus súbditos. El electo debe su victoria a quienes le han apoyado en la campaña electoral. Y éstos suelen ser adinerados. Depende de los ricos y gobernará defendiendo sus intereses.
El esquema de la monarquía tradicional lo define muy bien el Salmo 71.
Dios mío, confía tu juicio al rey / tu justicia al hijo de reyes: / para que rija a tu pueblo con justicia / a tus humildes con rectitud.
……..
Que él defienda a los humildes del pueblo, / socorra a los hijos del pobre / y quebrante al explotador.
Sabemos que el Rey es un hombre como los demás. Por eso pedimos Dios, que le confíe su juicio. Porque la fuente de toda justicia está en Dios.
UN CASO PRÁCTICO.
Nos viene a la memoria el modo cómo se promulgaron las Leyes de Indias. Ya Dª. Isabel la Católica tenía ideas claras sobre cómo habían de ser tratados los naturales de las tierras descubiertas. Las expresó en su testamento. Antes, había ordenado a Colon que dejara en libertad a los indios que había traído como esclavos.
La conquista de América se va desarrollando. Con sus luces y sombras. Las ideas del la Reina tenían que ser llevadas a la práctica de una manera eficaz. Las noticias que llegaban de ultramar eran contradictorias. Carlos I decide poner fin a controversia y convoca una reunión de teólogos-juristas en Burgos. Se contrastan opiniones. Fruto de las mismas surgen las Leyes de Burgos de 1542.
El Rey quiere administrar justicia. Pero para ello busca el juicio de Dios. Y convoca a quienes más enterados estaban sobre la materia. Y se somete a sus opiniones.
En el acto se dan unos elementos que hoy no se dan en los gobernantes. Y es impensable que se den.
El Rey es consciente de la limitación de sus conocimientos y recurre a quien sabe más que él. Aunque sean súbditos suyos. El Rey lleva a cabo una acción que le encomendó su Abuela y antecesora. Y las Leyes de Burgos salen a la luz. Han sido necesarias casi cuatro décadas. Pero han sido posibles porque durante esas cuatro décadas ha habido una continuidad en la orientación de la monarquía. En los regímenes actuales, con los cambios de gobernantes y de su orientación, no habrían sido posibles las Leyes de Burgos.
NO SOMOS IDEÓLOGOS.
No pretendemos hacer creer a los españoles que, con la enunciación de los principios arriba señalados se solucionan los problemas. La misma historia, maestra de la vida, nos enseña las sombras que se han dado en la Monarquía tradicional. Ya lo dice el refrán: “del dicho al hecho hay gran trecho”. Pero bueno es que el “dicho” sea correcto para que nos encamine al “hecho” correcto, también.
Para hacer algo justo hay que comenzar por saber dónde se halla la fuente de la justicia. Está en Dios y no hay otra. Y en esta democracia el gobernante elegido no pide su juicio a Dios. Aunque no falta quien le impone su juicio desde la sombra.
Imaginemos a un estudiante de pintura adelantado. Se decide copiar una obra maestra. Puede elegir como modelo una de Velázquez o el “Guernica” de Picasso. En el primer caso, dependiendo de la habilidad adquirida y del interés que ponga en su trabajo, el resultado será mejor o peor. Puede que saque algo digno de admiración o algo mediocre. Pero si elige como modelo a Picasso, seguro que su obra será un mamarracho.
Lo mismo pasa con los políticos. Si piden a Dios con el Salmo 71 podrán gobernar con justicia. De ello son prueba los monarcas que hicieron España. Otros no lo hicieron tan bien. Pero si, de entrada, han renunciado al juicio de Dios, son incapaces de regir al pueblo con justicia y a los humildes con rectitud. Lo estamos viendo, viviendo y padeciendo.
Por Zortzigarrentzale. Este artículo se publicó primero en Ahora Información: Defensa de la monarquia