El otro día, y a raíz del vídeo de la valiente intervención de Jaume Vives en la convención nacional del PP lanzaron esta pregunta en un grupo de guasap. Lo primero que respondí, un poco a vuelatecla, fue esto: “Ser carlista es ser contrarrevolucionario. Antiliberal y antisistema. No constitucionalista. Católico no clerical. Tradicionalista. Foralista e hispanista amante de la diversidad de las Españas… cosas de esas”. Luego, la conversación fue derivando hacia el liberalismo católico, ese intento vano que trata de adaptar el Evangelio a los principios de la Revolución.
Cada vez que llegamos a ese punto, y para poder definir al carlista, tenemos que definir qué es la Revolución. Pues bien, digamos que la Revolución -así, con mayúscula- es un proceso de corrosión y disgregación de la Cristiandad que empieza con la ruptura protestante y sigue con la Ilustración, las revoluciones liberales, el nacionalismo, las ideologías socialistas y totalitarias y termina con las locuras actuales del aberrosexualismo, el animalismo… y lo que vendrá. Todo este movimiento tiránico (si, al final todas estas ideologías acaban asfixiando las libertades) tiene en común -aparte del tufillo luciferino– la confusión y mezcla entre política y religión. No saben distinguir -y esa fue la mayor originalidad política de la Cristiandad- entre Iglesia y Estado. Entre Papa y Emperador. No pueden tolerar que exista una Iglesia libre. Tienden a convertir a los funcionarios en sacerdotes y a los sacerdotes en funcionarios. A las leyes civiles en preceptos morales y a las leyes morales en retahílas de normas humanas. Es un proceso en el que la política se sale de quicio y da lugar a pseudorreligiones laicas, inmanentes. Como los antiguos emperadores de Roma o de Japón, como los faraones, como los califas islámicos… la partitocracia liberal moderna une y mezcla todos los poderes, todas las “soberanías”, (la soberanía espiritual de la Iglesia, la política del rey y la social de los cuerpos sociales naturales) en una amalgama supersticiosa llamada “soberanía nacional” que no es al final mas que la voluntad del partido más fuerte o más rico.
Pues bien, en defensa de aquel orden tradicional, en contra de todo ese proceso de ruptura de la Cristiandad y en contra de todas las tiranías de los nuevos faraones nació, creció, vivió y dió frutos la Hispanidad. El Carlismo, hoy, no es mas que la continuidad, arruinada y derrotada, pero llena de esperanza, de aquellos principios de la Hispanidad.
Por Javier Garisoain. Este artículo se publicó primero en Ahora Información: ¿Qué es ser carlista hoy?