Hace unos días se ha publicado el Mensaje del Santo Padre Francisco para el Evento “Economy of Francesco”, que tendrá lugar en Asís del 26 al 28 de marzo del próximo año. Lo primero que cabe decir es “¡Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho!”. Publicar un mensaje sobre algo que ocurrirá dentro de un año es cosa peculiar, pero es algo habitual en la Santa Sede.
¿En qué consiste dicho evento? Cito:
“…(es) una iniciativa en la que están llamados a participar jóvenes economistas, empresarios y empresarias de todo el mundo”.
Notemos ya una concesión a lo políticamente correcto: ¿Empresarios y empresarias? Menos mal que no han dicho jóvenes y jóvenas. En todo caso, eso no forma parte del texto del actual Pontífice. Esto sí:
Un evento que nos ayude a estar juntos y conocernos, que nos lleve a hacer un “pacto” para cambiar la economía actual y dar un alma a la economía del mañana.
¡Sí, necesitamos “re-animar” la economía! ¿Y qué ciudad es más adecuada para esto que Asís, que desde hace siglos es símbolo y mensaje de un humanismo de fraternidad? Si San Juan Pablo II la eligió como ícono de una cultura de paz, a mí también me parece un lugar inspirador de una nueva economía.
Vaya por delante que la fraternidad de la que hablaba San Francisco no es otra, no puede ser otra, que la que ofrece Cristo, segundo Adán (1 Cor15,45). No puede haber fraternidad entre los hijos de Dios y los hijos de las tinieblas. Como bien dice San Pablo:
No os unzáis a un mismo yugo con los infieles. Porque ¿qué tiene que ver la justicia con la iniquidad? ¿O qué tienen de común la luz y las tinieblas?
2 Cor 6,14
Por otra parte, para “re-animar” la economía, la Iglesia tiene una propuesta magnífica que hacer al mundo: su doctrina social. Una doctrina social que condena tanto el capitalismo salvaje, que considera al hombre como un factor humano más, y no el más importante, en su proceder, como el comunismo.
Entre ambos extremos hay un campo importante sobre el que trabajar, y no creo que corresponda a la Iglesia proponer un modelo económico concreto, aunque sí le toca señalar que el bien común -y no solo el particular de unos pocos- es un factor irrenunciable para toda economía que se precie de ser un buen instrumento para la humanidad.
En la Carta Encíclica Laudato si ‘ subrayé que hoy más que nunca, todo está íntimamente conectado y que la protección del medio ambiente no puede separarse de la justicia para los pobres y de la solución de los problemas estructurales de la economía mundial.
No forma parte del magisterio pontificio el analizar cuestiones que pertenecen al ámbito de la ciencia. Entre ellas las causas del posible, o ya real, calentamiento global y el papel de la actividad humana en el mismo. Con esto no digo que no exista un deber de cuidar el medio ambiente, y es evidente que cuanto menos contaminemos el planeta, mejor.
Vuestras universidades, vuestras empresas, vuestras organizaciones son canteras de esperanza para construir otras formas de entender la economía y el progreso, para combatir la cultura del descarte, para dar voz a los que no la tienen, para proponer nuevos estilos de vida. Mientras nuestro sistema económico y social produzca una sola víctima y haya una sola persona descartada, no habrá una fiesta de fraternidad universal.
Nuestra única esperanza es Cristo. Él no propone meramente un “nuevo estilo de vida” sino el único estilo de vida conforme a la voluntad divina. Y no nos deja solos en la tarea. El Espíritu Santo nos capacita para querer obrar el bien y obrarlo (Fil 2,13).
Sin Cristo no podemos nada (Jn 15,5) y pretender luchar contra las injusticias al margen de la gracia de Dios operando en nosotros, es puro pelagianismo.
Por eso deseo encontrarme con vosotros en Asís: para promover juntos, a través de un “pacto” común, un proceso de cambio global que vea en comunión de intenciones no solo a los que tienen el don de la fe, sino a todos los hombres de buena voluntad, más allá de las diferencias de credo y de nacionalidad, unidos por un ideal de fraternidad atento sobre todo a los pobres y a los excluidos.
¿Más allá de las diferencais de credo? ¿qué tipo de fraternidad puede nacer de algo así? No la fraternidad propia de la fe cristiana, de la fe católica. Si dejamos a un lado la fe, ¿qué cosa buena puede partir de nosotros? Lean de nuevo la cita paulina antes mencionada (2 Cor 6,14).
No puede ser que el Vicario de Cristo, aquel cuyo ministerio consiste en confirmarnos en la fe, apele a una fraternidad más propia de la Ilustraciòn francesa y del Nuevo Orden Mundial que de la única que es aceptable para un católico: la fraternidad en Cristo Jesús, en la Piedra angular, en aquel de quien decimos que “en ningún otro está la salvación; pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos que ser salvados” (Hch 4,12).
Por Luis Fernando Pérez Este artículo se publicó primero en Ahora Información: Economía y fraternidad humana según Francisco