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Mensaje de Navidad de monseñor Viganò. Sobre todo para los que sufren la opresión

Porque en estos dos años de locura pandémica hemos comprendido que el infierno no consiste tanto en los sufrimientos del cuerpo, como en la desesperación de saberte lejos, en tu silencio, en dejarnos hundir en el horror sordo de tu ausencia.

NATIVITAS DOMINI NOSTRI JESU CHRISTI

SECUNDUM CARNEM

El 23 de enero, la undécima luna, después de que habían pasado incontables siglos desde la creación del mundo, cuando en el principio Dios creó los cielos y la tierra y formó al hombre a su imagen. Durante muchos siglos a partir del diluvio, el Altísimo había colocado un arco iris en las nubes como señal de alianza y paz; en la migración de Abraham, nuestro padre en la fe, desde Ur de los caldeos en el siglo XXI; en el éxodo del pueblo de Israel fuera de Egipto bajo el liderazgo de Moisés en el siglo XIII; en la unción de David como rey en el año mil la semana sesenta y cinco según la profecía de Daniel; en la Olimpiada ciento noventa y cinco desde la fundación de la ciudad en el año setenta y dos; en el cuadragésimo segundo año del reinado de César Octavio Augusto, en todo el mundo en paz, Jesucristo, Dios eterno e Hijo eterno del Padre, deseando consagrar el mundo con su más piadosa venida, fue concebido por el Espíritu Santo y transcurridos nueve meses desde la concepción, se hace hombre en Belén de Judá naciendo de la Virgen María. El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo según la carne.Martirologio Romano, 25 de diciembre

Como todos los años, en el ciclo de las estaciones y de la Historia, la Santa Iglesia celebra el Nacimiento según la carne de Nuestro Señor Jesucristo, Dios eterno e Hijo del Padre eterno, concebido por obra del Espíritu Santo de la Virgen María. Con las palabras solemnes de la liturgia, el Nacimiento del Redentor se impone a la humanidad, dividiendo el tiempo en un antes y un después. Nada volverá a ser igual: a partir de ese momento, el Señor se encarna para realizar la obra de la Salvación y arrebatar definitivamente al hombre de la esclavitud de Satanás, en la que había caído en Adán. Este, queridos hijos, es nuestro Gran Reinicio, con el cual la divina Providencia ha restaurado el orden roto por la antigua Serpiente con el Pecado Original de nuestros Progenitores. Un Reinicio del que están excluidos los ángeles apóstatas, y su jefe Lucifer, pero que ha concedido a todos los hombres la gracia de poder beneficiarse del Sacrificio del Dios hecho hombre y recuperar la vida eterna a la que estaban destinados desde la creación de Adán.

Qué admirable acto de Misericordia, para las criaturas rebeldes desde el principio, por parte de su Creador; qué divina Caridad, que concedió al hombre desobediente el rescate de su culpa infinita, aceptando la ofrenda de su divino Hijo en la Cruz; qué divina Humildad, que respondió a la soberbia del hombre con la obediencia de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada propter nos homines et propter nostram salutem [por nosotros los hombres y por nuestra salvación]. Este es el verdadero Nuevo Orden, querido por Dios y destinado a durar en la eternidad de los tiempos, después de las mil batallas de una guerra en la que el eterno Derrotado trata de impedir que la gloria de la Majestad divina sea compartida por nosotros, pobres criaturas mortales. Este es el triunfo de Aquél que no se contenta con crear al hombre en sus perfecciones y concederle su amistad, sino que, después de haberlo traicionado entregándose como esclavo al Diablo, ha decidido recomprarlo -la redemptio es precisamente la institución del Derecho romano por la que el esclavo es rescatado y vuelve a ser libre- al precio de la Preciosísima Sangre de su Hijo Unigénito. Y es también el triunfo de la Madre de Dios, quien en el Misterio de la Encarnación dio a luz al Redentor, ese Santo Niño destinado a sufrir y morir por nosotros. Aquélla que en el Protoevangelio fue prometida como vencedora de la Serpiente, en la eterna enemistad entre Su linaje y el Enemigo.

Por eso se reunió el pueblo que fue elegido; por eso fue conducido a la tierra prometida. Por eso el Espíritu Santo inspiró a los Profetas, indicando el tiempo y el lugar de este Nacimiento. Por eso los Ángeles entonaron su Gloria sobre la Gruta, y los Magos siguieron la Estrella para adorar al Niño envuelto en pañales como hijo de un rey. Por eso la Virgen cantó su Magnificat y el pequeño San Juan Bautista se estremeció en el vientre de Santa Isabel. Por eso Simeón pronunció el Nunc dimittis, mientras sostenía en sus brazos al Mesías prometido.

Veni, Emmanuel: captivum solve Israël. Ven, oh Emmanuel: libera a tu pueblo cautivo. Libéralo también hoy, como lo liberaste con tu santísimo Nacimiento y con tu Pasión y Muerte. Libera a la Santa Iglesia, desvelando a los falsos pastores y mercenarios, como desvelaste la envidia de los Sumos Sacerdotes y su silencio sobre las Profecías mesiánicas, ocultas a los simples. Libera a las naciones de los malos gobernantes, de la corrupción, de la esclavitud del poder y del dinero, del servilismo al Príncipe de este mundo, de la mentira de la falsa libertad, del engaño del falso progreso, de la rebelión contra tu santa Ley. Libera a cada uno de nosotros de sus miserias, del pecado, del orgullo, de la presunción de poder salvarse sin Ti. Libéranos de la enfermedad que aflige nuestras almas, de la pestilencia de los vicios que contaminan nuestras vidas, de la ilusión de que podemos vencer a la muerte, que es la recompensa de nuestra rebelión. Porque sólo Tú, Señor, eres el verdadero Libertador; sólo en Ti, que eres la Verdad, seremos libres, veremos caer las cadenas que nos atan al mundo, a la carne y al Diablo.

Veni, o Oriens. Ven, Oriente: aleja las sombras de la noche y disipa las tinieblas de la noche. Veni, Clavis Davidica. Ven, llave de David, abre la patria celestial; haz seguro el camino de los cielos y cierra la entrada al infierno. Ven, Adonai. Ven, oh Poderoso, que diste a tu pueblo en el Sinaí la ley desde lo alto, en la majestad de la gloria. Ven, Rex gentium. Ven, Rey de las naciones, a reinar sobre nosotros, Príncipe de la paz, Ángel del Gran Consejo. Ven y desciende a través del tiempo y la historia, sacude esta infernal Torre de Babel que hemos construido desafiándote en tu Majestuosidad.

Ven, Señor. Porque en estos dos años de locura pandémica hemos comprendido que el infierno no consiste tanto en los sufrimientos del cuerpo, como en la desesperación de saberte lejos, en tu silencio, en dejarnos hundir en el horror sordo de tu ausencia.

Y sea bendita Tu Santísima Madre y Madre nuestra, que has dejado a nuestro lado en estos días terribles como nuestra Abogada, para que en la visión de este infierno en la tierra podamos encontrar la medicina espiritual por la que podamos acogerte en nuestras almas, en nuestras familias, en nuestras naciones, restituyéndote la corona que te hemos usurpado.

Bendice, oh Rey Niño, a todos los que se dejen conquistar por tu amor, por el cual no dudaste en encarnarte y morir por nosotros. Que a este amor divino responda el asombro agradecido de quienes, habiendo muerto en Adán, han renacido en ti como un nuevo Adán; de quienes, habiendo caído con Eva, pueden resucitar en María como una nueva Eva.

Y que así sea.

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+ Carlo Maria Viganò, Arcivescovo

Sabbato Quattuor Temporum Adventus

18 de diciembre de 2021

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