(Gaudium Press) Después de un cierto asueto navideño, Francia vuelve por sus fueros en materia de persecución al cristianismo, y ya en lo que va corrido de este incipiente 2022 van al menos 10 casos de vandalismo contra templos católicos.
Ante los hechos, que demuestran una agresividad creciente, se suceden las declaraciones de las autoridades, deplorando, declarando los ataques como ‘inaceptables’, diciendo que se reforzará la seguridad, etc., etc., que ya parecen más declaraciones pre-grabadas que real interés de que cese el problema.
“El vandalismo anti-cristiano es frecuente en Francia”, declara Mathieu Bock-Côté en artículo en Le Figaro de ayer. No dice “es ya frecuente en Francia”, sino simplemente que es frecuente, es decir, tiene estatus casi de tradición.
Constata el cronista que a pesar de las eventualidades que siempre las hay, los ataques tienen sistematicidad y unicidad, y destaca la agresión de tinte islamista que hubo a una procesión de la Inmaculada Concepción en Nanterre en diciembre pasado, integrada por ancianos y niños, en la que los atacantes gritaban a los procesionistas “ustedes ya no están en su casa”. Los musulmanes gritaban a los católicos que esa ya no era su tierra, que en el fondo ellos ya la habían conquistado, dándose “el derecho de expulsar a los antiguos habitantes y pisar sus símbolos” dice Bock Côté. Los católicos eran como que pertenecientes de una religión vencida.
Para quien conoce algo de historia, sabe que esta es una película repetida mil veces en el devenir de la raza humana. Pero algunos prefieren no ver la realidad, entre otras razones porque esa conquista se dio de forma lenta, ‘silenciosa’ y con el beneplácito tácito de los conquistados. Y también el no ver la realidad permite mantener la posición suicida del comodismo, de la no-reacción.
Constata el articulista de Le Figaro la diferencia de respuesta del aparato estatal ante las agresiones a católicos y las de otros cultos. Dos pesos y dos medidas, del estado laico francés que llora más por el ojo no izquierdo sino creciente. Habría dos tipos de víctimas, dos categorías de víctimas, las legítimas y las ilegítimas; las legítimas serían las de ciertas minorías que de pronto hoy son mayoría, y las ilegítimas, las de grupos que en otros tiempos eran ‘dominantes’ como los católicos. Dos pesos y dos medidas, dos raseros.
¿Qué pensar de que ahora se tenga que custodiar iglesias, de una manera constante, por largo tiempo? Pues nadie dirá que es malo, pero es triste, y es anormal. Y poco a poco se va abriendo la mente de muchos para la idea, dura pero real, de que lo que se debe realizar no es solo una lucha contra la inseguridad, algo que toda sociedad libra continuamente, sino una pacificación de la sociedad francesa.
¿Por qué atacar a iglesias que prácticamente están vacías, siendo que Francia es uno de los países ex-cristianos de menor asistencia al culto y a los templos? Forzosamente es porque esos templos aún estructuran la configuración de un pasado que hay que destruir.
Pero cuidado: en la laica Francia aún pululan restos que pueden despertar. Esos Godofredos que en tiempos idos cruzaron decididos medio mundo para visitar un sepulcro, viven en muchos y de varias maneras en los modernos y un tanto tristoños naturales galos paseantes de shorts y T-shirts de los Campos Elíseos y el Bois de Boulogne. Esos aún pueden despertar, podrían revivir.
Por Saúl Castiblanco
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