Ha pasado muy poco tiempo desde que vi a Luis al hacerle entrega de los premios Hispanidad Capitán Etayo hace unos meses en Madrid. Su voz ya no era la de antes y con gran dificultad pero con total entereza y lucidez, dedicó unas palabras emocionantes a las numerosas personas que estábamos presentes; Amor profundo a España, trabajo incansable por la historia y la literatura carlista, amor y hechos tangibles en pos de la Hispanidad, siguiendo los pasos iniciados por su padre D. Ignacio fueron sus hechos durante toda una prolífica vida de trabajo y esfuerzo, de tesón y entrega a los demás.

 Ellos, los Larramendi son una saga de gente dura, noble y tenaz, que habiendo creado el mayor emporio internacional de seguros, que llevan el nombre de España con orgullo por todo el mundo, habían podido vivir de las rentas. Pero el Espíritu de D. Ignacio y el esfuerzo de su familia les hicieron, les hace trabajar incansable y austeramente en pos de fines más elevados que las comodidades mundanas en pos de una Trascendencia, que es el verdadero fin.

Luis dedicó toda su vida profesional y personal a hacer grande la Fundación Ignacio de Larramendi; Institución señera en la promoción y estudios literarios sobre el Carlismo, con cientos de publicaciones, becas, premios, congresos e investigaciones sobre este tema vital para entender la historia de España y la Hispanidad. Fue él personalmente un gran mecenas de todas las causas nobles. Siguiendo el viejo dicho que reza “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”  apoyaba y ayudaba siempre, sin publicidad, sin presunción ni fariseísmo, fue el sello que le caracterizó siempre.

Carlista, poeta, historiador, abogado…. Luis fue un hombre ejemplar y lo ha sido hasta el final. Su entereza al afrontar la muerte de una manera estoica, espartana, ha sido un verdadero ejemplo de heroísmo.

Tuve la suerte de conocerlo en los años 90 cuando la fundación que él presidía apoyó al Capitán Etayo en su Carabela NIÑA III. Proyecto romántico, idealista, fuera de las conveniencias políticas, fuera del tiempo moderno, fue una verdadera gesta que en gran medida pudo salir adelante por el empuje de D. Ignacio, de Luis y de sus hermanos.

Desde entonces guardo un gratísimo recuerdo de su figura como empresario, literato e intelectual español de hondas creencias y raíces tradicionales. Que ha sabido transmitir no solo en su esfera profesional, a todos con los que ha trabajado sino a su familia,hijos y nietos, los valores que le transmitieron sus padres.

Podría seguir detallando todos sus logros y virtudes, pero solo quiero añadir que todos los que lo conocimos fuimos afortunados al tener la suerte de contagiarnos de su amabilidad, de su bondad rectitud y entereza. Luis hasta el final has sido un valiente. Un digno representante de una familia antigua, noble e hidalga que llevó con orgullo por todo el mundo el espíritu de Dios, la Patria y el Rey de sus mayores. Cuidó con amor cristiano de su familia y atendió a todo aquel que se lo requirió.

Recuerdo a Luis saltando de las trincheras con las aspas de San Andrés, el detente bala y la boina roja al grito de ¡Viva Cristo Rey! en la defensa de Codo cuando hizo de oficial de requetés del Tercio de Montserrat en un documental para la Universidad San Pablo CEU.

Así lo recordaré siempre, como el paladín de las causas nobles, sin importar conveniencias ni modas, con los ojos puestos en la eternidad.

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