Texto publicado en: Hoja Informativa Roca y Ponsa nº13 (Agosto de 1984)
El 18 de julio de 1909 fallecía en su exilio italiano de Varese quien los carlistas, desde la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio, reconocemos como Carlos VII, rey de Las Españas. Dejaba tras de sí cuarenta y un años de lucha por la Causa, marcados siempre por la lealtad sin fisuras a los postulados de la Tradición.
Carlos VII enarboló la bandera del Carlismo en uno de los periodos más cruciales de la trayectoria contemporánea española. El Sexenio Revolucionario, abierto en 1868, motivó el replanteamiento del destino de España, y condujo a que en 1872 los carlistas, apoyados en una amplísima base territorial y social, empuñaran las armas una vez más y establecieran, siquiera en embrión, los cimientos de un nuevo modelo político y social. La derrota de las armas de la Tradición en 1876 abrió la endeble solución de la Restauración Alfonsina. Veintidós años más tarde, el Desastre de 1898 aparece como una prueba irrefutable de la postración patria y ocasionaría la cristalización de tendencias disolventes, pero también serviría para que la Tradición exponga nuevas propuestas para la reorientación de la vida española, de las cuales, precisamente, en un documento esencial el testamento político de Carlos VII.
Resulta difícil resumir el significado de la figura de Carlos VII en la Historia de la Tradición. Dejemos sentado, ante todo, el hecho de que con él y por medio de él adquirió la Tradición la configuración esencial que hoy sigue manteniendo; la lucha de los carlistas dejó de plantearse como una reivindicación fundamentalmente dinástica para situar en un primer plano su proyecto antirrevolucionario basado en un sistema monárquico-foral, como alternativa frente al liberalismo y al incipiente socialismo. Desde estas premisas, los más preclaros pensadores del campo carlista (Aparisi, Manterola, Cándido y Ramón Nocedal) pondrán los cimientos del Ideario tradicionalista. Es un hito primordial en este proceso el manifiesto de doña María Teresa de Braganza en 1861, en el que se lee: «Porque el monarca de España no tiene derecho a mandar sino según Religión, Ley y Fuero. En consecuencia, cuando el que es llamado a la corona no quiere o no puede sujetarse a estas condiciones, no puede ser puesto en posesión del trono, debiendo pasar la corona al más inmediato sucesor que pueda y quiera regir el reino según las leyes y según las cláusulas del juramento». Por estos mismos años escribía don Nicolás Manterola: «Si el absolutismo es sinónimo de despotismo, el sistema absolutista encontrará en el partido carlista su más implacable enemigo».
Los tradicionalistas, para quienes la lealtad a los principios siempre ha precedido a la lealtad a las personas, damos fe en este aniversario de nuestra veneración hacia la memoria de nuestro rey más insigne, y en unos momentos en los que, superadas rencillas y orientaciones erróneas, se abre ante nosotros un extenso campo de acción para la afirmación y la defensa de nuestro Ideario, extraemos el siguiente párrafo de su testamento: «Obreros de lo porvenir, trabajamos para la historia, no para el medro personal de nadie. Poco nos importan los desdenes de la hora presente, si el grano de arena que cada uno lleva para la obra común puede convertirse mañana en base monolítica para la grandeza de la patria».
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