Oda a los labradores de esta hora

Labrador que en esta hora ves enjutos tus caminos,
el arado ya cansino, árido el surco, y deprimido
tu andar por el herético desaire del aeda asido
a decadentes abismos de miseria y desatino.

Labrador que, anteayer tan solo, eras el numen
de Garcilaso, de Rubén, de Virgilio, de Cervantes,
cuyos más verdes laureles y coronas más radiantes
para ti fueran, de tu honra y afán en fiel resumen.

Labrador que en el silencio inerte de esta impía hora,
perseveras en la siembra de tu surco, en la esperanza
de que tarde o temprano llegarán auras de bonanza
que fulgirán con la flor, el fruto, el grano que hoy imploras.

Labrador, callado artífice del terrenal prodigio.
acoge este cantar que tu nombre y honra fiel proclama;
que lo repita el viento y los ruiseñores en sus ramas,
que sea de tu nobleza, himno; de tu heredad, vestigio.

Entone el aeda de las urbes el son de vuestros campos,
y torne la lira enmudecida a celebrar en rimas
el tomate, la vid, la cebolla, el perejil, la lima,
dones excelsos que en mi cantar agradecido estampo

y que exalto cual a angélicas estrellas de alta lumbre;
porque tus manos, que en ocre tierra escriben el futuro,
de páramo y erial leales salvarán cuanto de puro
preserve la razón de maligna corrupción y herrumbre.

Solo ya en tu ser, constante en el deber, creo y confío;
y adverso como soy a heráldicos tunantes de etiqueta,
adhiero a tu valor con bélica flama de poeta,
loando  la labor de tus manos de arcilla y de rocío.

Labrador: ya nunca más amarga hiel de indiferencia
relegue el pundonor, el casto ardor y la poesía
de eglógica virtud que ayer en áureo verso florecía:
y que, en punición de su extravío, el hombre a vuestra ciencia

vuelva, y al claro manantial de su primera y ancestral esencia.
Oh, sacra  Musa de los campos, por arte y por ventura,
permite en tu bondad que el poema retorne con dulzura 
al labrador, al fruto, a la flor, al trigo, a la inocencia.

Edgar Rolón

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