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Análisis

El campo de batalla: La Palabra. Por el padre Custodio Ballester

Custodio Ballester Bielsa, Pbro

Estamos perdiendo todas las batallas una tras otra, y al final nos estamos arriesgando a perder la guerra: porque nos da pánico utilizar nuestra mejor arma: LA PALABRA. No nos atrevemos a emplear a fondo y sin contemplaciones todo su potencial destructivo (¡o constructivo!, o al menos defensivo) porque nos hemos dejado arrastrar por el sistema de valores que, desde la Ilustración, les ha declarado la guerra a muerte a los principios y convicciones sobre los que se construyó la civilización cristiano-occidental-humanista que está ahora en liquidación.

Y así es imposible de toda imposibilidad ganar la guerra, porque en lo que respecta a su principal arma, que es la palabra, estamos en el campo enemigo; pero no hostigándolo, no infiltrados para derrotarlo desde dentro; al contrario, prestándole todo nuestro auxilio para hacer más eficaz su arma de la palabra.

Su palabra talismán es LIBERTAD, y sobre ella han construido su ideología totalitaria y esclavista, anti-moral además de profundamente inmoral (los esclavos no se manejan por la moral, sino por la dominación). Pero les interesa mucho: porque la transgresión y la inmoralidad tienen un gran mercado entre éstos y, en efecto, venden una barbaridad. Su discurso es promover la LIBERTAD (en realidad, tras ella se esconde el libertinaje, el gran invento de los esclavos manumitidos); pero es una libertad engañosa, puesto que su praxis es rigurosamente esclavista y totalitaria.

Nuestro mayor problema es que la ideología tradicional cristiana se ha propuesto salir a vender su producto también a ese mercado comprador de inmoralidad con apariencia de libertad: como si el hedonismo y la “felicidad” que nacen de la falta de moral, fuesen el máximo fruto de la libertad. Los primitivos romanos sabían muy bien que la virtus les mantenía libres, y que el hedonismo y la flojera los llevaba a una esclavitud inexorable.

Pero resulta que el cristianismo moderno, con muchos curitas y obispos a la cabeza, ha montado chiringuito dentro de ese gran mercado de la inmoralidad, acomodando su producto a la presión de la demanda… Así está ensayando hoy, por poner un ejemplo inequívoco, una “teología de la homosexualidad” que, aunque no se promueva desde la cúspide, tampoco se condena sin equívocos: al contrario, se consiente con evidente complacencia. Y sobre ella se dejan ir palabras y gestos de lo más equívoco para que cada uno interprete según sus inclinaciones y preferencias. No son ésas las tácticas del enemigo. El enemigo saca pecho y va de cara.

La clave de esta guerra es que la gran palabra que enarbolan como signo de su lucha los enemigos de la civilización cristiano-occidental, es una GRAN MENTIRA con enorme APARIENCIA DE VERDAD… ¡y de bondad!: de lo contrario, no les hubiese sido tan fácil engañar a tantos durante tanto tiempo. No perdamos de vista que las ideologías promotoras de la moderna libertad, se venden como salvadoras del género humano y amigas de todo género de filantropía.

Es cierto que, al principio, los defensores de la cultura cristiano-occidental presentaron batalla y lucharon frontalmente contra la ideología LIBERAL, que ése fue su nombre al principio: el adjetivo derivado de libertad. Y los defensores de la cultura tradicional fueron llamados también al principio, SERVILES: obviamente porque defendían una ideología servil. Pero fueron sus enemigos los que les pusieron el nombre (el que en rigor les correspondía).

Y no podían hacerlo de otro modo, porque reconocían a Dios como su Creador y Señor, es decir como Amo. Y ellos se reconocían, junto con toda la Creación, criaturas de Dios y por consiguiente propiedad suya. Con la denominación de siervos (que se estilaba entonces) o de esclavos, cual corresponde a toda persona propiedad de otro. Pero les pilló con el paso cambiado el principio de que toda autoridad de un hombre sobre otro hombre, emanaba de Dios. Claro, ésa era la aplicación práctica del principio del señorío de Dios: porque Dios no manda directamente sino a través de sus representantes. Igual principio se empleará luego para justificar el poder y la autoridad de los que reciben del Pueblo (el nuevo Señor y Amo) el encargo de “representarle” en el ejercicio del poder y de la autoridad. El sistema, clavado. Obsérvese que en esa “revolución” no hay más que el cambio del poder de Dios sobre el hombre, al poder del hombre sobre el hombre. Y lo más importante, el cambio de los “representantes del poder”, fuera cual fuera el titular del mismo. Y obsérvese de paso, que quienes fueron representantes del poder de Dios, desertaron de Dios y se pasaron en masa a convertirse en Representantes del poder del Pueblo: se pasaron de la religión a la política. ¿Algo de que maravillarse? Nada nuevo bajo el sol…  

Los “liberales” mintieron LIBERTAD, y a los “serviles” no se les ocurrió otra cosa que mentir también LIBERTAD. Pensando que combatían al enemigo, lo que hicieron fue pasarse a su bando. No se atrevieron a presentar batalla frontal, y lo que hicieron fue ganar tiempo confraternizando con el enemigo para no romper unas hostilidades para las que no se sentían con fuerzas. Al calorcillo de los vivaques del enemigo se sentían más a gusto que combatiéndole.

No es que Dios dejase de ser Señor de repente. Continuó siéndolo, pero de otro modo. Como quien no quiere la cosa, poco a poco “señor” dejó de significar “amo” tanto en la tierra como en el cielo. Y si Dios dejaba de ser “Nuestro Señor” (Nostramo) con el significado que había tenido hasta entonces esa expresión, el hombre dejaba de ser “siervo” de Dios y criatura suya -como dice constantemente la liturgia-, con el sentido de esclavo, de propiedad total de Dios, que había tenido esa condición hasta entonces. De manera que si Dios era menos Señor, era menos Dios (tal cual); y si el hombre era menos “siervo” de Dios, estaba menos obligado con Dios, tenía menos ataduras y por tanto era más “libre”. En fin, que al Dios del liberalismo le dio por respetar las nuevas “libertades” conquistadas por el hombre. 

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He aquí, pues, que el alto y bajo clero se pasó también con armas y bagajes al bando de la libertad hecha de libertades. No quería quedarse atrás en el progreso de la humanidad que vino a traernos la Revolución Liberal: o lo que venía a ser lo mismo, la Revolución de la Libertad.

La teología católica pasó a defender cada vez con menos convicción y, por tanto, con más flojera el sometimiento del hombre a la voluntad de Dios, a la que no paró de ganarle terreno no la voluntad del hombre, sino la voluntad del nuevo amo del hombre. Porque la mentira consistía en que el nuevo soberano era el hombre en su forma de Pueblo soberano. Pero el poder no pasó al pueblo sino a sus representantes. Del mismo modo que en el Antiguo Régimen tampoco pudo Dios ejercer directamente el poder, sino que lo ejercieron los que fueron proclamados sus representantes. Cambió la inscripción de los collares y algunos de los perros, no todos. Sólo eso.

La mentira es sutil, y por eso más gran mentira. La revolución liberal le prometió al hombre una libertad que no estaba dispuesto a darle, porque era su proyecto mantenerlo sometido mediante el sistema laboral, mediante el sistema político y mediante el sistema financiero. Como decían los romanos, que sabían muy bien cómo sujetar a los esclavos, funículus triplex difficile rúmpitur: una soga triple, difícilmente se rompe. Y he aquí que en vez de darle “LA” LIBERTAD, le colmaron de LIBERTADES para crear en él la ilusión de hombre libre. Le dieron tantas libertades como se le pueden dar a un preso, el mayor sujeto de libertades: precisamente porque le falta la libertad. Y la primera de todas las libertades que le dieron (sin soltarle las cadenas del trabajo, de la dominación y de las deudas que tan cruelmente le esclavizaban), la primera de todas las libertades fue la de elegir a sus carceleros cada cuatro años.

Ya ven si es sutil la diferencia entre el singular y el plural. Encima parece que quien te da muchas libertades es más generoso contigo que quien te da “LA” LIBERTAD. Y todo el mundo comulgando con esa descomunal rueda de molino. Llevamos ya dos siglos con el cuento y nadie se ha dado por enterado. ¿Por qué? Porque lo que se proponía la revolución liberal no era darle la libertad al hombre, sino quitarle el hombre a Dios, pero manteniéndolo esclavo. Y cambiarle la libertad por las libertades.

Es que antes de que la Ilustración hiciese al hombre tan ilustrado, el siervo era siervo (llevaba siglos consumado el truco ése del feudalismo, en virtud del cual había un pacto entre el trabajador y su defensor, recibiendo nueva nomenclatura la relación entre el señor y su esclavo) y no sentía la menor necesidad de disimularlo ni de camuflar esa realidad.       

¿Es que no vemos la trampa? ¿De qué libertad están hablando? ¡Ah, de la libertad sexual del hombre, sostenida con la también llamada libertad sexual de la mujer, que no es otra cosa que la vuelta a su esclavización sexual: pero con el bello nombre de libertad! Y con el mismo objetivo que tuvo en toda la historia de la civilización: utilizarla como palanca de esclavización laboral, política y financiera.

Para que los esclavos modernos, ¡tan ilustrados!, no se den cuenta de que se han aliado el sistema laboral, el sistema político y el sistema financiero para tenerlos esclavizados, les han puesto delante de las narices la zanahoria de la libertad sexual. Y todos, igualito que los esclavos que les precedieron e igual que los asnos, corriendo tras la zanahoria, pero como burros que son, o como los bueyes ciegos empujando la viga de la noria. Cargados al límite de su resistencia… Como ovejas sin pastor, porque éstos las han abandonado en manos de los lobos que las devoran, y eso tras alimentarse con su carne y abrigarse con su lana: Aquí estoy yo contra los pastores –oráculo del Señor-: reclamaré mi rebaño de sus manos y les quitaré de apacentar mi rebaño. Así los pastores no volverán a apacentarse a sí mismos. Yo arrancaré mis ovejas de su boca, y no serán más su presa (Ezequiel, 34).

Custodio Ballester Bielsa, Pbro.

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