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Ramón Forcadell y Prats
Ramón Forcadell y Prats

Las oportunidades han de aprovecharse, y ha llegado el momento de hablar con la sinceridad y claridad que nos caracteriza. Porque la prudencia y la resignación tienen un límite, dado que no es lícito permitir que se atropelle la bondad, la buena fe y la lealtad de unos hombres que han dedicado toda su vida, sus ilusiones y esperanzas, esfuerzos y sacrificios a su Causa, haciendo honor a la hermandad nacida en la propia comunión de ideales y sentimientos.

Nos referimos concretamente a ciertos comentarios y afirmaciones que han circulado y siguen circulando, los cuales han creado un clima de confusión y de malestar entre los militantes de la Tradición, causando una dolorosa y grave división en las filas de la gloriosa Comunión Tradicionalista.

Estos procedimientos han sido siempre endémicos en el Carlismo, desde las primeras guerras carlistas, cuando se luchaba en Vizcaya y Navarra y también en Cataluña y en el Maestrazgo. La intriga y la envidia y hasta la traición fue plato fuerte de las camarillas que rodeaban a nuestros Reyes, de aquellos que más alardeaban de fidelidad y amor a la Causa, y quizá por culpa de ellos se perdió la gran ocasión de entonces. Basta leer la Historia de las Guerras Carlista.

También ahora los hay y los habrá siempre. Mas cuando, tras un largo y penoso período de dificultades, empezamos a organizar actos, reuniones, propaganda, etc., de los cuales carecíamos en absoluto, resulta que, sin más ni más, de manera súbita y absurda aparecieron los recelos, las envidias y las acusaciones falsas, por el mero capricho de mantener posturas personales, poco patrióticas y nada política.

¿Cómo se explica, pues, que se produzcan entre los mejores, entre los íntimos correligionarios y amigos tantos recelos y tantas intrigas? ¿Cómo se puede concebir la enemistad de hombres y amigos tan entrañables e inseparables, en las alegrías y tristezas, en los triunfos y fracasos, que sin casi enterarse ellos mismos, por malos entendidos y por culpa de algunos perturbadores e irresponsables se han separado bruscamente hasta el extremo de no tratarse siquiera?

Esta separación es realmente inexplicable, absurda e Inadmisible, como hemos dicho, porque nadie, con lógica y sentido común podría demostramos lo contrario.

Acusar de franco tiradores e indisciplinados a los que quieran o no, han dado siempre el ejemplo de lealtad y disciplina, manteniendo, contra viento y marea nuestra organización en los años difíciles, es una insensatez de aquellos que se hallaban más obligados a reconocer los méritos y sacrificios de los que siempre han actuado con perfecta discreción y tacto político, sin desvíos ni claudicaciones. Si por motivos de cualquier naturaleza se exigiesen cuentas, seguramente que muy pocos podrían darlas tan claras y evidentes como los que ahora son acusados.

No queremos extendemos excesivamente, porque sería muy lamentable para todos los que defendemos los mismos ideales tener que relatar y confesar conversaciones y confidencias internas, que están en la mente de todos nosotros.

Hemos sido víctimas de calumnias. «Calumnia, que algo queda». La injuria y la calumnia siempre han tenido un gran poder para destrozar la fama y el prestigio, aún de las personas más limpias e inocentes. Los eternos murmuradores y difamadores jamás conocieron las virtudes nobles y sinceras de los hombres buenos, y leales. Mas los calumniadores abundan entre les aduladores. A veces ocurre que fuerzas misteriosas sitúan elementos provocadores en las filas enemigas, para hacer de «Caballo de Troya», presentándose como los más puros, los más acérrimos defensores de la Causa, que los recibió con honores y los protegió contra quienes eran mucho más leales que ellos. Los hombres buenos y leales jamás faltaron y ofendieron a nadie y mucho menos a sus viejos amigos y correligionarios.

Ahora más que nunca se precisa la unidad de todos los tradicionalistas, pero unidad auténtica y verdadera, sin distinción alguna, aplicándose el «borrón y cuenta nueva». Porque si realmente somos cristianos y carlistas debemos olvidar y perdonar los errores que se hayan cometido por unos y por otros, por todos los hermanos que sigan defendiendo la misma fe, el mismo ideal y la misma bandera. No han habido ni pueden haber desvíos sustanciales, pero sí interesa y urge una evolución inspirada por el tacto y la prudencia política. Ejemplo de ello nos da la misma Iglesia. Unir lo bueno de antes con lo mejor de ahora, he ahí el ideal del buen cristiano, del buen patriota y del buen político. Es preciso que entre los nuestros haya absoluta unión, moderación y confianza. Esta unión no ha de ser exclusivista de todos los tradicionalistas, sino también de todos los hombres del 18 de Julio. Porque queramos o no, la Victoria del 18 de Julio, pertenece a los que participamos en aquella hermosa y patriótica aventura, que jamás se podrá revisar. Mas si todos estábamos comprometidos y todos juntos estuvimos luchando por el triunfo y por España, codo a codo con nuestros hermanos de la Falange, a las órdenes del glorioso Ejército de la Patria, debemos también estarlo ahora y siempre. Porque nos incumbe y tenemos legítimo derecho a intervenir en la política activa de la nación; preparando desde dentro, con trabajo sereno, constructivo y patriótico, el presente y futuro político de nuestra España, conforme los Principios Fundamentales de la Cruzada, promulgados por S. E. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos, los cuales han de garantizar permanentemente la continuidad del Movimiento Nacional, mediante la instauración de la auténtica Monarquía Tradicional, Católica, Social y Representativa.

EL T. DEL M.

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Puede leer:  VIDEO: El Carlismo, por José Antonio Gallego

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[Este artículo fue publicado en el último número del boletín Boina Roja, número 99 de mayo de 1965. El autor del mismo, que firma como Tigre del Maestrazgo, Ramón Forcadell Prats].

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