Plinio Corrêa de Oliveira escribió en diciembre de 1958, de un tirón, en apenas unos días, su obra magna «Revolución y Contra-Revolución» (que citaremos como R-CR), que fue publicada por vez primera el 5 de abril de 1959, con ocasión del número 100 del periódico Catolicismo.
Desde entonces se convirtió en el libro de cabecera de todos aquellos sobre los que el doctor Plinio ejercía su apostolado, convirtiéndose en muy poco tiempo en la referencia mundial sobre la cuestión.
Tan es así que el ilustre canonista español P. Anastasio Gutiérrez Poza (1905-1998), CMF, afirmó: «Revolución y Contra-Revolución es una obra magistral cuyas enseñanzas deberían difundirse hasta hacerlas penetrar en la conciencia de todos los que se sientan verdaderamente católicos, y diría más, de todos los hombres de buena voluntad. […] es una Obra profética en el mejor sentido de la palabra; aún más, que su contenido debería enseñarse en los centros superiores de la Iglesia […] Ello, entre otras cosas, contribuiría a descubrir o desmascarar a los útiles idiotas compañeros de viaje […]»
Para que los lectores puedan conocer mejor tal obra, traducimos la sección «R-CR» en preguntas y respuestas que la revista brasileña Dr. Plinio publicó desde su número 91 (octubre de 2005) hasta el número 138 (septiembre de 2009).
En cualquier caso, puede adquirir la edición española de Revolución y Contra-Revolución de 2023, impresa por la Editorial Tradicionalista, pulsando aquí.
Las velocidades de la Revolución
¿Cómo se desarrolla el proceso revolucionario?
El proceso revolucionario se desarrolla a dos velocidades diferentes. Una rápida, y generalmente destinada al fracaso en el plano inmediato. La otra suele coronarse con el éxito y es mucho más lenta.
Ponga un ejemplo de proceso a marcha rápida.
Los movimientos precomunistas de los anabaptistas (…) desplegaron inmediatamente, en diversos campos, todas o casi todas las consecuencias del espíritu y tendencias de la PseudoReforma: fracasaron.
La armonía entre el rápida y de la Revolución
¿Cómo armoniza la marcha lenta del proceso revolucionario?
Hay [gente] que acepta lentamente y paso a paso las doctrinas revolucionarias. A menudo, incluso este proceso se desarrolla con continuidad a través de las generaciones.
¿Cómo se armonizan estas velocidades?
Se podría decir que los movimientos más veloces son inútiles. Pero eso no es cierto. La explosión de estos extremos levanta una bandera, crea un punto de mira fijo que fascina a los moderados por su propio radicalismo, y hacia el que se dirigen.
Así, el socialismo repudia al comunismo, pero lo admira en silencio y tiende hacia él. Más remotamente lo mismo podría decirse del comunista Babeuf[1] y sus seguidores en los últimos destellos de la Revolución Francesa. Fueron aplastados.
Sin embargo, lentamente la sociedad va siguiendo el camino por donde querían llevarla.
El fracaso de los extremistas es, por tanto, sólo aparente. Colaboran con la Revolución, atrayendo poco a poco a la realización de sus ensoñaciones culpables y exacerbadas a la incontable multitud de los «prudentes», los «moderados» y los mediocres.
Distinciones determinadas por la resistencia interior
¿Qué diferencia al del revolucionario de marcha rápida del de marcha lenta?
Lo que distingue al revolucionario que ha seguido el ritmo de una marcha rápida, del que poco a poco que se va convirtiendo gradualmente en tal según el ritmo de marcha lenta, es que cuando el proceso revolucionario comenzó en el primero, encontró en él resistencias nulas o casi nulas.
La virtud y la verdad vivían en alma de una vida superficial. Eran como madera seca que cualquier chispa puede incendiar. Por el contrario, cuando ese proceso opera lentamente, es porque la chispa de la de la Revolución ha encontrado, al menos en parte, madera verde. En otros términos, encontró mucha verdad y mucha virtud que permanecen inmunes a la acción del espíritu revolucionario.
Un alma en tal situación se encuentra dividida y vive de dos principios opuestos, el de la Revolución y el del Orden.
Particularidad del revolucionario
¿Qué caracteriza al revolucionario con «coágulos» contra-revolucionarios?
Se deja arrastrar por la Revolución. Pero en algún punto concreto la rechaza.
Así, por ejemplo, será socialista en todo, pero conservará el gusto por los modales aristocráticos. Según el caso, llegará incluso a atacar la vulgaridad socialista.
Esto es resistencia, sin duda. Pero resistencia en un punto menor, que no se remonta a los principios, todo hecho de hábitos e impresiones. Resistencia, por esto mismo, sin mayor alcance, que morirá con el individuo, y que, si se da en un grupo social, tarde o temprano, por la violencia o la persuasión, en una generación o en unas pocas, la Revolución desmantelará en su curso inexorable.
¿Y el «semi-contra-revolucionario»?
Este difiere del anterior sólo en que el proceso de «coagulación» fue más enérgico y se remontó hasta los principios básicos. De algunos principios, y no de todos.
En él, la reacción contra la Revolución es más pertinaz, más viva. Constituye un obstáculo que no es sólo de inercia. Su conversión a una posición contra-revolucionaria es más fácil, al menos en teoría. Cualquier exceso de Revolución puede determinar en él una completa transformación, una cristalización de todas las buenas tendencias, una actitud de firmeza inquebrantable.
Hasta que ésta feliz transformación no haya tenido lugar, el «semi-contra-revolucionario» no puede ser considerado un soldado de la Contrarrevolución.
[1] François Noël Babeuf (1760-1797). Quería instaurar en Francia una «sociedad de iguales». Al intentar, con sus adeptos, derrocar al gobierno revolucionario, llamado entonces El Directorio, fue arrestado y ejecutado.
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