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Carlismo

Entre la boina roja y la camisa azul. La integración del carlismo en Falange Española Tradicionalista y de las JONS (1936-1942)

Concentración del Requeté en la Plaza del Castillo de Pamplona
La nueva publicación puede adquirirse al precio de 12 euros en el Museo del Carlismo y en el Fondo de Publicaciones del Gobierno de Navarra.

El 19 de abril de 1937 el General Francisco Franco, debidamente aconsejado, iniciaba la formación embrionaria de lo que en el futuro sería el régimen franquista mediante la promulgación del conocido como Decreto de Unificación por el que se creaba el Partido Único del régimen con el nombre de Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS).

Portada del libro de Mercedes Peñalba

Portada del libro de Mercedes Peñalba

El camino para llegar a dicho decreto de unificación fue largo y complejo, y sus consecuencias marcarían el futuro del carlismo político.

La doctora Mercedes Peñalba desvela en su nuevo libro “entre la boina roja y la camisa azul” algunas de las claves del intento franquista de conciliar lo imposible.

Efectivamente, en el estallido de la Cruzada de Liberación hay tres elementos fundamentales que a la postre determinarían la victoria de los nacionales. Por un lado la incorporación al movimiento nacional de una parte importante de los mandos militares que si bien no tenían a su disposición las mejores tropas, si tenían claro cuál era el objetivo del levantamiento del 18 de julio y supieron imponer a sus tropas la decisiva disciplina militar que se encontraba ausente en el bando republicano.

El segundo elemento decisivo en la victoria militar fue la incorporación del carlismo a favor del alzamiento. Algunos podrían considerar anecdótica la incorporación de miles de requetés a la cruzada nacional, sin embargo la incorporación del centenario movimiento tradicionalista español fue decisiva para la victoria. Es necesario considerar que los voluntarios carlistas ya se encontraban antes del 18 de julio del 36 preparados para un hipotético alzamiento que algunos líderes carlistas habían ideado realizar en solitario. En esta preparación tuvo la máxima responsabilidad el sevillano Fal Conde que supo interpretar las principales claves políticas de las difícil década de los 30 y que se empeñó en la feliz idea de preparar, entrenar y disciplinar a los jóvenes carlistas que quedarían encuadrados en el requeté.

Por otro lado la incorporación del carlismo al movimiento nacional fue clave para el control del territorio foral de Navarra, pieza clave para la posterior victoria en las provincias vascas y para frenar a las fuerzas republicanas en Madrid, ya que miles de jóvenes requetés partieron el 19 de julio desde la pamplonica plaza del Castillo hacía la sierra madrileña.

La tercera de las piezas claves fue la incorporación de la Falange Española al bando sublevado, pues si bien inicialmente su importancia numérica no fue tan importante como algunos historiadores quieren hacer ver, sin embargo su ímpetu aportó al movimiento nacional a una generación de jóvenes que se convertirían durante la guerra, y tras la victoria, en la sabía joven de la que se valió Francisco Franco para consolidar un nuevo régimen que tenía como principal objetivo salvar a España del caos republicano y del peligro cierto de la expansión comunista en la Península Ibérica.

No obstante la unificación política entre los dos movimientos (el carlista y el falangista) ni era sencilla ni estaba exenta de peligros.

Es cierto que tanto los falangistas como los carlistas tenían claro que la república española no era la solución a los problemas nacionales, y es cierto que ambos tenían claro que era necesario conservar la unidad nacional que de forma tan precaria apenas pudo mantener el régimen republicano. Pero en todo lo demás las posturas falangistas y carlistas estaban enfrentadas. La importancia que el carlismo daba a la concepción de una España católica no era compartida con el mismo entusiasmo por los falangistas que concebían a España más como una entidad histórica, que como una unidad basada en la catolicidad. Sus soluciones políticas eran en muchos casos opuestas, pues mientras el carlismo apostaba por una España tradicional donde el respeto a la autonomía municipal, y a los fueros debía ser clave en la reinstauración de la monarquía hispánica (coronada por la figura del Rey Legítimo), los falangistas concebían una patria más cercana al fascismo que a la tradición, donde la organización del trabajo y de la economía adquiría una importancia clave en su forma de pensar el futuro político.

Puede leer:  Małyński y el militarismo moderno.

Para el lector que no está acostumbrado al estudio sistemático de la historia española a lo largo del siglo XX, tal vez le parezcan nimias las distinciones de estos dos movimientos políticos, debido precisamente a que en su concepción de la historia influye negativamente la ficción de Franco al crear un ente político sin pasado (Falange Española Tradicionalista y de las JONS) que tenía un doble objetivo: estructurar políticamente el nuevo Estado fruto de la contienda nacional, y controlar a los díscolos lideres tanto del falangismo como del carlismo.

Si bien el Partido Único fue bien acogido tanto por los ciudadanos que habían permanecido ajenos a la política hasta el estallido de la guerra, como por los republicanos reconvertidos en nacionales, sin embargo fue considerado como una traición por los líderes más ortodoxos tanto del falangismo como del carlismo.

Esta unificación impuesta por el Generalísimo supuso la fractura interna en el carlismo entre los colaboracionistas (con el conde Rodezno a la cabeza) y los oficialistas defensores de la ortodoxia carlista (el regente don Javier de Borbón, y Fal Conde). Esta división marcaría el futuro del carlismo, ya que dentro del bando vencedor muchos voluntarios que se alistaron para defender sus sagrados principios se vieron defraudados por un régimen que premiaba en muchas ocasiones a los voluntarios de la retaguardia, y a los republicanos reconvertidos mediante su afiliación a una Falange Española que si creció en número a lo largo de la guerra civil fue precisamente por no controlar la rectitud moral y política de sus nuevos miembros.

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Entre la Boina Roja y la Camisa Azul supone un esfuerzo en acercar al lector a la  realidad de la difícil integración entre el centenario carlismo y el joven falangismo; una realidad que si bien es compleja es tratada de forma amena por Mercedes Peñalba.

Con esta obra el Museo Carlista vuelve a contribuir inestimablemente a la difusión del complejo movimiento carlista, dado que el estudio de Peñalba Sotorrío es el resultado de la ayuda para la investigación del carlismo concedida en 2012 por el Gobierno Foral de Navarra, su lectura por tanto resulta imprescindible para todos los interesados en la casi bicentenaria historia del tradicionalismo español.

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