Un obispo católico ha terminado en las portadas de la prensa más importante del mundo. De los diarios locales a The New York Times. Se trata del arzobispo de San Francisco, Mons. Salvatore Joseph Cordileone, quien ha padecido lo que tiene a bien llamarse «linchamiento mediático». Su delito es haber pedido a los enseñantes de las escuelas católicas de su diócesis que no contradigan, ni con un testimonio público contrario ni con sus enseñanzas, el Magisterio de la Iglesia católica.
El miércoles de ceniza de 2015 las afueras de la catedral de San Francisco fueron el escenario de protestas de grupos lésbico-gays, un grupo de políticos del Partido Demócrata pidió su dimisión e incluso un famoso estratega de la comunicación, Sam Singer, dijo estar rezando para que el Papa Francisco remueva a Mons. Cordileone.
Lo que quizá más impresiona de este caso es como lo más lógico parece no serlo en ciertos casos: ¿por qué el colectivo gay no empieza por acoger en sus filas a los homosexuales que están a favor del uso y promoción de las terapias que tratan a quienes quieren identificarse completamente con su sexo real? De forma análoga lo ha expresado muy bien el mismo Mons. Cordilione: «Aquellos políticos que me acusan de querer controlar la conducta privada de los enseñantes, mienten. A ellos respondo así: “¿Asumirían como líder de tu causa a alguno que hable y actúe públicamente contra el partido democrático? ¿Aceptarías a un republicano que enseñe y actúe públicamente contra tu propósito?”. Si la respuesta a la primera pregunta es “sí” y a la segunda “no”, estamos de acuerdo. Yo respeto tu derecho a asumir a quien quieras para llevar adelante tu misión. Simplemente pido el mismo respeto».
Apuntaba muy bien Diego Contreras en el blog La Iglesia en la prensa al decir: «Los políticos no han respondido porque pedir un mínimo de coherencia no parece algo descabellado. A nadie extrañaría si Apple dijera a sus empleados que no pueden manifestarse públicamente en contra de los productos de la marca (posiblemente lo ha dicho…). Para algunos, ese acto de coherencia, sin embargo, no parece aceptable si se trata de profesores que trabajan en centros católicos, donde no se vende un producto ni se planifica una estrategia de poder sino que se ofrece una visión del hombre coherente con el evangelio».
En los tiempos que corren parece que la lógica ha dejado de funcionar y los colegios católicos deberán ser otra cosa. A menos que haya más obispos como Cordileone.