El caso del obispo Keith O´Brien, quien en acuerdo con el Papa Francisco renunció a los derechos que tenía como cardenal, tras una investigación por conducta sexual desordenada, no es, sin embargo, algo aislado en la historia de la Iglesia: desde el siglo XV al menos 23 purpurados han perdido sus derechos por diferentes motivos.
En el siglo XV fueron seis los que depusieron la purpura. Estrictamente hablando, cuatro de ellos no eran cardenales pues habían sido nombrados tales por el anti-Papa Félix V entre 1440 y 1449: Johann Grünwalder (1440), Otón de Moncada i de Luna (1449), Wincenty Kotz Dębna (1449), Bartolomeo Vitelleschi 1449). Sí eran a pleno título cardenales Ardicino Della Porta, iuniore (1489), quien pidió retirarse a un convento camaldunense, aunque fue llamado al Cónclave que eligió a Alejandro VI. César Borgia (1493) era hijo ilegítimo del Papa Borgia quien, además de nombrarle obispo-arzobispo, le creó cardenal en 1493. Cinco años más tarde, en 1498, César pide la dispensa de la vida clerical y renuncia al cardenalato.
En el siglo XVI fueron tres los cardenales de la Iglesia católica los que renunciaron a su título cardenalicio: Fernando de Medici (1563), Albrecht von Austria (1577) y Fernando de Toledo Oropesa (1578). El primero fue creado cardenal cuando apenas tenía 14 años. Renunció al cardenalato para poder casarse. El segundo fue hecho cardenal a los 18 años y era hijo del emperador Maximiliano II. Como no quiso ser ordenado sacerdote también renunció a la púrpura. Finalmente Fernando de Toledo declinó el nombramiento cardenalicio que el Papa Gregorio XIII le hizo el 21 de febrero de 1578 porque consideraba la dignidad cardenalicia muy elevada para él.
En el siglo XVII fueron 6 las renuncias: Mauricio de Savoia (1607) fue hecho cardenal cuando tenía 15 años e incluso participó en el Cónclave que eligió al Papa Urbano VIII en 1623. Renunció en 1642 para poder casarse. Fernando Gonzaga (1607) también fue hecho cardenal a edad joven, 20 años. Renunció en 1616 para hacerse con el ducado de Mantova. Camillo Francesco Maria Pamphilj (1644) renunció al cardenalato en 1647 para casarse con una princesa. Jan Kazimierz Waza, S.J. (1646), fue el primer jesuita que dejó de ser cardenal. En su caso la dispensa del cardenalato que le otorgó el Papa Inocencio X no fue otra que la asumir el trono de Polonia y casarse con la viuda del rey Ladislao IV en 1648. Francesco Maria de’ Medici (1686) recibió la dispensar del cardenalato para casarse, contra su voluntad, con la princesa Eleonora Luisa Gonzaga. Para ese momento ya se encontraba en pésimas condiciones de salud en vista de los excesos a los que se había dedicado. Finalmente, Rinaldo d’Este (1686) participó como cardenal en el Cónclave que eligió en 1689 a Alejandro VIII y luego en el Cónclave que en 1691 eligió a Inocencio XII. Cuatro años más tarde, en 1695, renunció al cardenalato para hacerse con el trono de Modena.
En el siglo XVIII fueron cinco los cardenales que renunciaron al título. Gabriele Filippucci (1706) había sido nombrado cardenal por el Papa Clemente XI pero Filippuci no lo deseaba. Apenas hecho público su nombramiento presentó la renuncia. Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio (1735) tenía apenas 8 años cuando fue creado cardenal por el Papa Clemente XII. Pese a tener derecho de voto, no participó en el Cónclave de 1740 que eligió Papa a Benedicto XIV. Renunció al cardenalato en 1754, cuando tenía 27 años.
Vincenzo Maria Altieri (1777) padeció los ultrajes de la invasión napoleónica cuyos dos episodios más dramáticos fueron la instauración de una república en el Estado Pontificio y la deportación a Francia del Papa Pío VI. El cardenal Altieri, camarlengo de la Iglesia católica, fue hecho prisionero y obligado a renunciar al cardenalato. Obligado, el Papa aceptó también esa renuncia. Algo similar fue lo que le pasó a Tommaso Antici (1789) quien renunció en el periodo de la República Romana. Por último, el francés Étienne-Charles de Loménie de Brienne (1788) fue nombrado cardenal pero no recibió ni título ni birreta ya que decidió entrar en la política y aceptó la Constitución civil del clero (de cariz marcadamente anticlerical). Es quizá también uno de los casos más tristes visto que aceptó el nombramiento como obispo de Yonne que le hizo el gobierno francés. Ante la llamada de atención de Papa Pío VI renuncia al cardenalato y abjura de la fe católica en 1793.
En el siglo XIX fueron dos los cardenales que dejaron de serlo: uno por renuncia y otro obligado a renunciar. El primero fue Marino Carafa di Belvedere (1801), procedente de una familia noble, quien renunció al cardenalato para dar descendencia a su familia. Carlo Odescalchi (1823) fue arzobispo de Ferrara y llegó a ser también vicario del Papa para la diócesis de Roma. Participó en tres Cónclaves: los que eligieron a León XII, Pío VIII y Gregorio XVI. Renunció a la púrpura cardenalicia para entrar en la Compañía de Jesús, orden en la que emitió la profesión religiosa el 2 de enero de 1840.
Fue otro jesuita, aunque éste del siglo XX, el protagonista de un episodio que llevó a Pío XI a pedirle la renuncia como cardenal: Louis Billot, S.J. (1911). Teólogo francés de gran prestigio, su actividad a favor de la Action Française di Charles Maurras supuso un conflicto con el Papa. Conflicto que derivó en la obligación de dejar el colegio de cardenales.
Finalmente, en el siglo XXI, Keith O´Brien, arzobispo emérito de Edimburgo, Escocia. Estrictamente hablando, se puede decir que es el segundo caso donde más que renuncia es invitado a renunciar, como sucedió con Billot. En no pocos casos, como se puede advertir, los jesuitas han sido de las órdenes de las que más cardenales han dejado de serlo. Papa Francisco, jesuita, entra en esa línea de «familiaridad» con las renuncias cardenalicias.