Amanecía una espléndida mañana del 25 de septiembre de 1937 en Lumbier -mi pueblo-, en el Bajo Pirineo navarro, cuando las gentes se levantaban de la cama y los campesinos se apresuraban a iniciar sus labores. Un avión aparecía por el horizonte y alguien comentó: -“Mira… aviación…” sin darle más importancia-.
Pero el avión se aproximó sobre la villa, dio una vuelta y descargó la mortífera carga sobre la pacífica población. Las gentes presas de pánico corrían de un lado a otro tratando de ver si sus familiares habían sufrido las consecuencias de las bombas. La ansiedad se apoderó del pueblo. El ataque no tenía ninguna explicación. ¿Cómo habían atacado un pequeño núcleo de población sin ninguna circunstancia estratégica o de asuntos de guerra? Pronto se comprobaron los daños. El bombardeo rojo causó 6 muertos y 3 heridos graves. Los daños materiales fueron: la Iglesia parroquial dañada y 15 edificios derruidos o averiados. El avión que procedía de Francia, volvió a tomar la misma ruta amparado en el Gobierno marxista francés.
Se daba la circunstancia fatal que el día anterior, había llegado de permiso del Frente Norte, el requeté José I. Iparraguirre. Pues bien, la muerte que en las trincheras le respetó la vida, quiso que José pereciera en la cama de su casa. Caso patético, pues se trataba de un “mozo” jovial y alegre, amigo de todo el mundo. Su caso fue de sincero sentimiento en la localidad. El avión inició el ataque de Oeste a Este, alcanzando las casas desde la Iglesia, a la calle de San Juan.
En lo concerniente a la Iglesia, como si hubiera sido un milagro, tres bombas cayeron -las tres- sobre los muros de piedra de la fachada, sobre los “cantos” de la Iglesia, lo que produjo una lluvia de esquirlas de piedra y metralla que sembró las fachadas de todas las casas de la Plaza de los Fueros. En aquellos tiempos, en Lumbier sólo había ancianos, mujeres y niños, pues “todos” los jóvenes estaban en el frente, jugándose la vida por Dios y por España. De ellos, 36 volvieron a su pueblo en gloriosas cajas de pino habiendo dejados sus vidas en el campo de Honor.
Ni las autoridades locales, ni las nacionales o provinciales pudieron aclarar las razones del absurdo bombardeo. En cambio, en el caso de Guernica -tan aireado por los rojos-, sí había razones de índole militar para el ataque.
Pero fue realidad que nadie se preocupó del bombardeo de Lumbier.
Por Félix Urrizburu Cabodevilla (El Babazorro nº 130)