Por Carlos Aurelio Caldito Aunión.
En 1993 la revista Foreign Affairs publicó un ensayo de Samuel Huntington, en el que el “politólogo” estadounidense abordaba “el choque de civilizaciones”, asunto que se ha vuelto a manifestar este viernes trece de noviembre en París, y del que inevitablemente se habló mucho durante días, semanas, a raíz de la matanza de Touluse (Francia) efectuada por un miembro de la red terrorista Al Qaeda, así como cuando los asesinatos relacionados con la revista satírica Charlie Hebdo… ; asunto con el que muchos también relacionaron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, o la matanza de los trenes de Atocha (Madrid) de hace más de una década, y un interminable etc. y que acabará retomándose en cualquier momento, si quienes pueden ponerle remedio siguen sin hacerlo, o se dedican a seguir diciendo tontadas, perogrulladas… o jugando a la “alianza de civilizaciones”, a la cual por cierto, se ha acabado uniendo el Gobierno de Mariano Rajoy.
Huntington anticipaba por entonces, en 1993, que el “choque de culturas” derivaría en una “guerra de civilizaciones” que, a su vez acabaría provocando una reconfiguración del orden mundial; también auguraba con rotundidad que el “nuevo orden mundial” post-guerra fría acabaría provocando grandes conflictos, especialmente en las fronteras entre el mundo occidental judeocristiano y el mundo musulmán.
Han sido muchos los que han llegado a considerar que los vaticinios de Huntington son el modelo/referente, la guía, de la política exterior de los EEUU; no obstante, todo lo que en un primer momento pudiera parecer exagerado, se ha ido cumpliendo casi al pie de la letra, desde la guerra de Irak en adelante.
En el presente que nos ha tocado vivir las nuevas fuentes de conflictos no tienen origen ideológico o económico, lo que en la actualidad enfrenta a seres los humanos son cuestiones de carácter cultural, ya no se trata de rivalidades de unos Estados contra otros, o de alianzas de Naciones contra otras alianzas. No; se trata de enfrentamientos entre Civilizaciones.
Desde la Paz de Westfalia en la que surgió el sistema internacional “moderno”, y tras la Revolución Francesa y el nacimiento de “las naciones-estados”, los conflictos armados fueron de naciones contra naciones, durando este “esquema” hasta la Primera Guerra Mundial… Más tarde, tras la Revolución Rusa se pasó a conflictos de tipo “ideológico”, hasta que acabó cayendo el “muro de Berlín” en 1989, y con él el comunismo soviético…
Después de la denominada “guerra fría” la política internacional ha pasado a estar condicionada por la interacción entre la “civilización occidental” y las “otras civilizaciones”.
Con el desmoronamiento y la caída del bloque comunista se esperaba que el otro bloque, el occidental, se acabara imponiendo totalmente, pero no ha sido así, por el contrario, se ha levantado un mundo plural, un mundo de civilizaciones. No ha tenido lugar, como muchos vaticinaban y deseaban, el triunfo final de Occidente sino que han resurgido y se han reafirmado antiguas civilizaciones. Renacer que ha acarreado un alejamiento y un rechazo de todo lo que guarda relación con Occidente, y que ha conducido a volver la vista a las raíces, a los orígenes culturales autóctonos, de base fundamentalmente religiosa.
Se quiera o no aceptar, la terca y tozuda realidad es que estamos asistiendo a la emergencia de ancestrales civilizaciones que, basan su identidad esencialmente en una religión concreta…
¿Pero, cuáles son esas civilizaciones emergentes?
Huntington constataba ya, en 1993, la enorme presencia del mundo musulmán, de lo islámico. Muchos países que durante la guerra fría hicieron suyo el marxismo-leninismo o que formaban parte de los denominados “países no alineados” actualmente encuentran su identidad y esperanza en el Islam.
También hay que mencionar a la civilización china; la milenaria China que recupera el confucionismo, la concepción de la vida del maestro Confucio, del siglo VI antes de Cristo. Tampoco, aunque tenga carácter un tanto “marginal”, hay que olvidar a la civilización japonesa -formada a partir de la china pero con tradiciones propias-. Otra civilización es la hindú, con un núcleo cultural de más de tres mil quinientos años.
Igualmente hay que considerar a la civilización cristiano-ortodoxa que, aunque emparentada con la Occidental posee características propias, particulares.
Otros bloques culturales a tener en cuenta son la civilización budista, la civilización africana y la latinoamericana, menos emergentes de momento.
En este nuevo orden mundial está presente un ingrediente, un factor de riesgo que los occidentales no solemos tener presente: Las civilizaciones emergentes se consideran superiores a la de Occidente, con valores morales más auténticos; y consideran a Occidente como una civilización corrupta y decadente.
Tras las matanzas, tras el terror que ha sufrido el mundo occidental los últimos años, el más reciente durante la jornada de este último viernes, 13 de noviembre en París, hay que ser un ignorante, un estúpido, o un malvado para obviar la empecinada realidad: que el mundo musulmán considera a la civilización occidental judeocristiana como un mundo decadente, la máxima representación del mal, el enemigo a batir… y mientras, muchos siguen hablando de conciliar, de dialogar, de acoger generosamente a todo aquel que nos llegue, no importa de dónde, con tal de no evitar ser llamado xenófobo, racista, e insensateces por el estilo.
Occidente se diferencia de las otras civilizaciones porque posee características propias, posee valores e instituciones que no se dan en otras partes del mundo, estamos hablando de su cristiandad, el pluralismo, el individualismo, el imperio de la ley, la separación de la Iglesia y el Estado, que permitieron que Occidente inventara la modernidad, y se expandiera por todo el planeta. Estas características son, exclusivas de Occidente. Europa occidental es la fuente de las ideas de libertad individual, democracia política, imperio de la ley, derechos humanos y libertad cultural. Son ideas europeas, no asiáticas, ni africanas, ni de Oriente Medio, y allá donde existen, fuera de Europa, es por adopción.
Mientras los trovadores y predicadores del “buenismo” y de la “alianza de civilizaciones” y del multiculturalismo nos hablan de un futuro planeta regido por principios éticos y valores universales; las civilizaciones no occidentales han retomado el camino de la indigenización y beben en las fuentes de sus antiguas culturas autóctonas. Para un alto porcentaje de chinos y musulmanes la Democracia y la Declaración Universal de Derechos Humanos son creaciones occidentales, no universales.
Y mientras tanto, tal como dice Philippe Muray, en Europa hemos sustituido al Homo Sapiens por el “Homo Festivus”. Europa está entretenida, de fiesta en fiesta, ignorando el desafío demográfico (en el año 2025 más del 25% poblacional mundial será musulmana) y el desafío económico de otras civilizaciones (posiblemente, también en el 2025, Asia incluirá a más de media docena de las economías más fuertes del planeta).
Europa está distraída, de fiesta en fiesta, ignorando el enorme riesgo de inestabilidad que suscita la militancia y el creciente poder de las civilizaciones no occidentales. Pero Muray no nos habla de la fiesta tal como siempre se ha entendido: una situación excepcional que se contrapone a lo cotidiano, con cierto componente de catarsis; Muray nos habla de que ahora lo cotidiano es la fiesta (la distracción permanente) y lo excepcional lo que siempre fue cotidiano; en Europa ahora predomina el hedonismo y la euforia compulsiva, la fiesta como forma de liberación del mundo de lo concreto, el ideal de los “revolucionarios de mayo del sesenta y ocho” llevado a la práctica, todo lo deseable es un “derecho”.
Y mientras tanto…
Los trovadores, bufones, y predicadores del multiculturalismo no paran de hablarnos de que nos encaminamos, de que vivimos ya en el mejor de los mundos posibles, el imperio de los derechos humanos, un mundo global donde todas las voces son escuchadas, todas las creencias reconocidas y respetadas, en el que ya no caben discriminaciones de ninguna clase. La paz eterna, una civilización universal, la “era común” en la que ya no habrá racismo (porque no habrá razas) no habrá sexismos (porque no habrá sexos)
Nos hablan de un mundo poblado por “socialdemócratas” pacíficos, participativos, tolerantes, festivos…
Y mientras en Europa se produce un enorme desarraigo (derivado de la imposición de “la innovación y la trasgresión” frente a “la tradición”) y se impone el pensamiento débil, ahí afuera se está librando un tremendo choque de culturas, de civilizaciones arraigadas en religiones, que casi inevitablemente acabarán dominando la política a escala mundial: en las fronteras entre civilizaciones se producirán las batallas del futuro.
Todo esto sucede mientras los europeos caminamos hacia un mundo de “viejos” en el que ya es casi imposible que se produzca recambio generacional (según los cálculos más fiables, hacia el año 2050 las personas mayores de sesenta años se acercarán al 50 por ciento de la población) y necesitado cada día de más inmigrantes que a buen seguro no estarán por la “integración”.
En esta situación, si se quieren evitar peligrosos enfrentamientos, es urgente buscar los atributos comunes a todas las civilizaciones, es decir, tenemos que intentar conseguir, aceptando la diversidad, la moralidad mínima que se deriva de la común condición humana.
La convicción de Huntington de que es necesario que las diferencias existan y preexistan (ya que promover la integración de gente culturalmente distinta, llevaría casi inevitablemente a una guerra de civilizaciones para dilucidar cuál de ellas es la mejor, terminando en la dominación y sometimiento de una sobre otra) puede levantar ampollas “éticas” o hacer tambalearse a algunas mentes “progresistas”, pero no nos engañemos, esto es lo bueno de esta clase de obras; leer “El Choque De Civilizaciones” es un estupendo ejercicio para revisar nuestros esquemas mentales acerca del momento histórico y de la sociedad en la que nos han tocado vivir.
Habrá quienes critiquen a Huntington, pero es difícil ignorarlo… Está en riesgo la supervivencia de nuestra civilización, y tal vez la de nuestra especie.